INTRODUCCIÓN
Debido al rápido avance de la ciencia del cerebro, rara vez se da un paso atrás para ver las cosas en perspectiva, para evaluar qué significan nuestros estudios en nuestras vidas, para discutir con palabras sencillas qué significa ser una criatura biológica. Éste es el propósito de este libro.
La ciencia del cerebro es importante. La extraña materia computacional que hay dentro de nuestro cráneo es la maquinaria perceptiva mediante la que nos movemos por el mundo, la materia de la que surgen las decisiones, el material a partir del cual se forja la imaginación. Nuestros sueños y nuestra vida brotan de sus miles de millones de dinámicas células. Comprender mejor el cerebro supone arrojar luz sobre aquello que consideramos real en nuestras relaciones personales y sobre lo que consideramos necesario en nuestra política social: cómo luchamos, cómo amamos, qué aceptamos como cierto, cómo deberíamos educar, cómo podemos elaborar una mejor política social, y como diseñar nuestros cuerpos para los siglos venideros. En los circuitos microscópicamente pequeños del cerebro se graba la historia y el futuro de nuestra especie.
Dado el papel central que ocupa el cerebro en nuestras vidas, en una época me preguntaba por qué nuestra sociedad habla tan poco de él y prefiere llenar las pantallas de televisión de chismorreos famosos y reality shows. Pero ahora considero que esta falta de atención al cerebro no hay que considerarla una deficiencia, sino una señal: estamos tan atrapados dentro de nuestra realidad que nos cuesta muchísimo comprender que estamos atrapados dentro de lo que sea. A primera vista, parece que quizá no hay nada de que hablar. Naturalmente que los colores existen en el mundo exterior. Naturalmente que la memoria es como una cámara de vídeo. Naturalmente que conozco las verdaderas razones que explican mis creencias.
Las páginas de este libro harán que nos planteemos todos nuestros supuestos. Al escribirlo, he pretendido huir del modelo del libro de texto a fin de arrojar luz sobre un nivel de investigación más profundo: cómo decidimos, cómo percibimos la realidad, quiénes somos, qué gobierna nuestras vidas, por qué necesitamos a los demás y hacia dónde nos dirigimos como especie ahora que comenzamos a hacernos con las riendas de nuestro destino. Este trabajo pretende salvar el abismo existente entre la literatura académica y las vidas que llevamos en cuanto poseedores de un cerebro. Este enfoque diverge de los artículos que escribo para las publicaciones académicas, e incluso de mis otros libros sobre neurociencia. Este libro se dirige a un tipo distinto de público. No presupone ningún conocimiento especializado, sólo curiosidad y ganas de explorarse a uno mismo.
Así que abróchense los cinturones para una visita relámpago a nuestro cosmos interior. En la maraña infinitamente densa de miles de millones de células cerebrales y sus miles de billones de conexiones, espero que sean capaces de vislumbrar y descubrir algo que a lo mejor no esperaban ver. A ustedes.
1. ¿Quién soy?
Todas las experiencias de su vida –desde una conversación a su más vasta cultura– conforman los detalles microscópicos de su cerebro. Desde el punto de vista neurológico, quién es usted depende de dónde ha estado. Su cerebro se metamorfosea de manera incesante, constantemente reescribe su propio circuito, y como sus experiencias son únicas, también lo son los vastos y detallados patrones de sus redes neuronales. Como no dejan de cambiar durante toda su vida, su identidad siempre está en movimiento; nunca alcanza un punto definitivo.
Aunque la neurociencia es mi rutina diaria, cada vez que tengo en mis manos un cerebro humano lo contemplo con un respeto reverencial. Si nos atenemos a su peso sustancial (un cerebro adulto pesa poco menos de kilo y medio), su extraña consistencia (como una firme gelatina) y su aspecto arrugado (unos profundos valles que surcan un paisaje hinchado), lo sorprendente es la pura cualidad física del cerebro: ese pedazo de material de lo más anodino parece tener poco que ver con los procesos mentales que crea.
Nuestros pensamientos y nuestros sueños, nuestros recuerdos y experiencias, surgen todos de ese extraño material neuronal. Quiénes somos se encuentra en el interior de sus intrincados patrones de pulsos electroquímicos. Cuando esa actividad cesa, lo mismo le pasa a usted. Cuando esa actividad cambia de carácter, debido a una lesión o a las drogas, usted cambia de manera paralela. Contrariamente a cualquier otra parte de su cuerpo, si daña un pequeño fragmento del cerebro, su ser cambia de manera radical. Para comprender cómo es eso posible, comencemos por el principio.
NACEMOS INACABADOS
Cuando nacemos, los humanos estamos desvalidos. Pasa un año antes de que seamos capaces de andar, dos más antes de que consigamos articular un pensamiento completo, y muchos más antes de que podamos valernos por nosotros mismos. Dependemos totalmente de los que nos rodean para sobrevivir. Comparémonos con otros mamíferos. Los delfines, por ejemplo, nacen nadando; las jirafas aprenden a permanecer de pie a las pocas horas; una cría de cebra es capaz de correr a los cuarenta y cinco minutos de haber nacido. A lo largo y ancho del reino animal, nuestros primos son extraordinariamente independientes poco después de haber nacido.
A primera vista, eso puede parecer una gran ventaja para las demás especies, pero de hecho supone una limitación. Las crías de los animales se desarrollan rápidamente porque su cerebro establece sus conexiones siguiendo una rutina en gran medida programada. Pero esa preparación se da a costa de la flexibilidad. Imaginemos que algún desdichado rinoceronte se encuentra en la tundra del Ártico, o en la cumbre de alguna montaña del Himalaya, o en mitad de una ciudad como Tokio. Carecerá de la capacidad de adaptarse (que es el motivo por el que no encontramos rinocerontes en esas zonas). Esa estrategia de llegar a la vida con un cerebro preorganizado funciona dentro de un nicho particular del ecosistema, pero si sacamos al animal de ese nicho, sus probabilidades de sobrevivir son escasas.
Por el contrario, los seres humanos son capaces de prosperar en muchos entornos distintos, desde la tundra helada a las altas montañas, pasando por los bulliciosos centros urbanos, cosa que ocurre porque el cerebro humano nace en gran medida inacabado. En lugar de llegar al mundo con todas sus conexiones prefijadas –llamémoslo «integrado»–, el cerebro humano permite que sean los detalles de la experiencia vital los que le den forma, lo cual conduce a prolongados periodos de desvalimiento mientras el joven cerebro se adapta lentamente a su entorno. Está «en desarrollo».
LA PODA DE LA INFANCIA: REVELAR LA ESTATUA EN EL MÁRMOL
¿Cuál es el secreto que hay detrás de la flexibilidad de un cerebro joven? No se trata de que crezcan células nuevas: de hecho, el número de células siempre es el mismo en niños y adultos. En cambio, el secreto reside en cómo están conectadas las células.
Al nacer, las neuronas de un bebé son dispares y están desconectadas, y en los primeros dos años de vida comienzan a conectarse con extrema rapidez a medida que asimilan información sensorial. En el cerebro de un recién nacido, cada segundo se forman hasta dos millones de nuevas conexiones, o sinapsis. A los dos años, un niño cuenta con cien billones de sinapsis, el doble que un adulto.
CEREBRO EN DESARROLLO
Muchos animales nacen genéticamente programados para ciertos instintos y comportamientos: están «integrados». Los genes guían la construcción de sus cuerpos y su cerebro de maneras específicas que definen lo que serán y cómo se comportarán. El reflejo que tiene una mosca para huir en presencia de una sombra que pasa; el programado instinto del petirrojo para volar hacia el sur en invierno; el deseo de hibernar de los osos; el impulso del perro a proteger a su amo: son ejemplos de instintos y comportamientos integrados. Dicha cualidad permite que estas criaturas actúen igual que sus padres desde el nacimiento, y en algunos casos que se procuren el sustento por sí mismos y sobrevivan de manera independiente.