INTRODUCCIÓN:
¿QUÉ TIENEN EN COMÚN PICASSO Y LA NASA?
Varios centenares de personas van de un lado a otro en una sala de control de Houston mientras intentan salvar a los tres humanos atrapados en el espacio exterior. Estamos en 1970, y dos días después del lanzamiento del Apolo 13 uno de sus tanques de oxígeno ha explotado, arrojando deshechos al espacio y dañando la nave. El astronauta Jack Swigert, con el eufemismo típico de un militar, llama por radio al Control de la Misión: «Houston, tenemos un problema.»
Los astronautas se encuentran a más de 300.000 kilómetros de la Tierra. El combustible, el agua, la electricidad y el aire se están agotando. Las esperanzas de encontrar una solución son casi nulas. Pero eso no frena al director de vuelo en el Control de la Misión de la NASA, Gene Kranz, que anuncia a su personal allí reunido:
Cuando salgáis de esta sala, debéis salir creyendo que esta tripulación va a volver a casa . Me importan un bledo las probabilidades, y me importa un bledo que esto no nos haya ocurrido nunca... Tenéis que creer, chicos, tenéis que creer que esta tripulación va a volver a casa.
¿Cómo va a hacer buena esta promesa el Control de la Misión? Los ingenieros han ensayado la misión hasta el último detalle: cuándo el Apolo 13 alcanzará la órbita de la Luna, cuándo se desplegará el módulo uno, cuánto tiempo caminarán los astronautas por la superficie. Ahora tienen que tirar a la basura el guión original y comenzar de nuevo. El Control de la Misión también ha previsto eventualidades en las que tendrá que abortarla, pero en todas ellas quedaba asumido que las partes principales de la nave estarían en buen estado y podrían prescindir del módulo lunar. Por desgracia, ahora ocurre lo contrario. El módulo de servicio ha quedado destruido y el módulo de mando tiene una fuga de gas y pierde energía. La única parte que funciona de la nave es el módulo lunar. La NASA ha simulado posibles averías, pero esta no.
Los ingenieros saben que se enfrentan a una tarea casi imposible: salvar a tres hombres encerrados en una cápsula hermética de metal que avanzan a 4.800 kilómetros por hora a través del vacío del espacio, y cuyos sistemas de soporte vital están fallando. Nos hallamos todavía a décadas de distancia de los sistemas de comunicación por satélite avanzados y los ordenadores de mesa. Con la ayuda de reglas graduadas y lápices, los ingenieros tienen que inventar un método para abandonar el módulo de mando y convertir el módulo lunar en un bote salvavidas que los lleve a casa.
Los ingenieros decidieron abordar los problemas de uno en uno: planear una ruta de vuelta a la Tierra, guiar la nave y no perder energía. Pero las condiciones se deterioran. Un día y medio después de la crisis, el dióxido de carbono alcanza niveles peligrosos en el reducido espacio que habitan los astronautas. Si no se hace nada, la tripulación se asfixiará en pocas horas. El módulo lunar posee un sistema de filtrado, pero todos sus filtros de aire cilíndricos se han agotado, la única opción que queda es recuperar los depósitos sin utilizar del módulo de mando abandonado. El problema es que estos son cuadrados. ¿Cómo encajar un filtro cuadrado en un agujero redondo?
Basándose en el inventario de lo que hay a bordo, los ingenieros del Control de la Misión idean un adaptador que crean con una bolsa de plástico, un calcetín, trozos de cartón y la manguera de un traje presurizado, todo ello unido con cinta adhesiva. Le dicen a la tripulación que arranque la tapa de plástico de la carpeta del plan de vuelo y la utilice como embudo para guiar el aire hacia el filtro. Obligan a los astronautas a sacarse la ropa interior térmica envuelta en plástico que debían llevar bajo el traje espacial mientras brincaban por la Luna. Los astronautas, siguiendo las instrucciones que les llegan de la Tierra, se quitan la ropa interior y guardan el plástico. Pieza a pieza, montan ese filtro improvisado y lo instalan.
Para alivio de todos, los niveles de dióxido de carbono vuelven a la normalidad. Pero enseguida surgen otros problemas. A medida que el Apolo 13 se acerca de nuevo a la atmósfera, escasea la energía del módulo de mando. Cuando se diseñó la nave espacial, a nadie se le pasó por la cabeza que habría que cargar las baterías del módulo de mando desde el módulo lunar: supuestamente tenía que ser al revés. A base de café y adrenalina, los ingenieros del Control de la Misión idean una manera de utilizar el cable del calentador del módulo lunar para que desempeñe esa función, justo a tiempo para la fase de entrada en la atmósfera.
En cuanto se han recargado las baterías, los ingenieros dan orden al miembro de la tripulación Jack Swigert de que ponga en marcha el módulo de mando. A bordo de la nave, Jack conecta los cables, acciona los inversores, maniobra las antenas, mueve los interruptores, activa la telemetría: un proceso de activación que supera todo aquello para lo que lo habían entrenado o que había imaginado. Los ingenieros, enfrentados a un problema que no habían previsto, improvisan un protocolo completamente nuevo.
En las horas anteriores al amanecer del 17 de abril de 1970 –habían transcurrido ochenta horas desde el comienzo de la crisis–, los astronautas se preparan para su descenso final. El Control de la Misión lleva a cabo sus últimas verificaciones. A medida que los astronautas entran en la atmósfera de la Tierra, la radio de la nave espacial sufre un apagón. En palabras de Kranz:
Ahora todo era irreversible (...). En la sala de control reinaba un silencio absoluto. Solo se oía el zumbido de los instrumentos eléctricos, del aire acondicionado y el esporádico chasquido de un mechero Zippo al abrirse (...). Nadie se movía, como si todos estuvieran encadenados a su consola.
Un minuto y medio después, la noticia llega a la sala de control: el Apolo 13 está a salvo.
El personal prorrumpe en vítores. Kranz, un hombre habitualmente estoico, se echa a llorar.
Sesenta y tres años antes, en un pequeño estudio de París, un joven pintor llamado Pablo Picasso instala su caballete. Generalmente sin un chavo, ha aprovechado unos ingresos imprevistos para comprar una tela grande. Se pone a trabajar en un proyecto provocativo: el retrato de las prostitutas de un burdel. Una mirada cruda al vicio sexual.
Picasso comienza haciendo unos esbozos al carbón de cabezas, cuerpos, fruta. En sus primeras versiones, un marinero y un estudiante de Medicina forman parte de la escena. Decide eliminar a los hombres y centrarse en las cinco mujeres. Prueba con los cuerpos en diferentes posturas y emplazamientos, y lo tacha casi todo. Después de centenares de bocetos, se pone a trabajar en el lienzo completo. En cierto momento invita a su amante y a varios amigos a ver la obra en marcha; la reacción de todos ellos le decepciona tanto que se olvida del cuadro. Meses después, vuelve a trabajar en él en secreto.
Picasso considera el retrato de las prostitutas como un «exorcismo» de su manera de pintar anterior: cuanto más tiempo le dedica, más se aparta de su obra precedente. Cuando invita a la gente a volver a verla, la reacción es aún más hostil. Se la ofrece a su patrón más leal para que la compre, pero este se echa a reír. Los amigos del pintor lo evitan; temen que haya perdido la cabeza. Consternado, Picasso enrolla el lienzo y lo deja en el armario.