Carlos L. Delgado M.D.
El cerebro invisible
Cómo la mente y la conciencia sobreviven a la muerte
Ediciones B
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A mi padre, donde quiera que esté…
Agradecimientos
Quiero agradecer al equipo de Penguin Random House Grupo Editorial, a Elena Gómez, directora general para Colombia, a Gabriel Iriarte, director editorial, a Carlos Lugo, director de operaciones, a Margarita Restrepo, directora de marketing y comunicaciones por su inestimable ayuda y colaboración para la realización de este trabajo. A mis actuales editoras Natalia Jerez y Natalia García mis más sinceros reconocimientos. También a Jairo Clavijo, brand manager del equipo de marketing. No podían faltar Nohora Betancourt, diagramadora, y Patricia Martínez, jefe de arte, por su excelente trabajo de portada y acabado final.
En abril de 2015 el trabajo se concretó con la salida de la primera edición de la obra, en Ediciones B. Extiendo mis agradecimientos a Alfonso Carvajal, mi primer editor y también escritor, por su sabia guía, visión y generosidad a través de estos últimos años. También a Gloria Martínez, anterior gerente comercial de Ediciones B, por su amistad y siempre inocultable confianza en el proyecto; a Estefanía Trujillo, del equipo de prensa, y a Carlos Lugo, anterior director general de Ediciones B, por su extraordinaria visión ejecutiva.
También a los cientos de miles de maestros, profesores, alumnos, amigos y pacientes que me enseñaron con su palabra y su ejemplo. Los momentos de discusiones y sana controversia ocupan un privilegiado lugar en la mente y el corazón del autor que nunca los olvidará.
Toda mi familia ha sido un extraordinario soporte en este viaje hacia lo desconocido y lo maravilloso, especialmente mis hermanos y mi madre, a quien todavía tengo la fortuna de tener a mi lado a pesar de su avanzada edad.
Prefacio a la segunda edición
Hace algunos años, Thomas Metzinger, filósofo de la Universidad de Maguncia, afirmaba en una entrevista publicada en Mente y Cerebro, titulada “La visión materialista de la neuroética”, que “Todo aquel que vaya con el progreso de la ciencia no puede continuar creyendo en una supervivencia personal después de la muerte”.
Neurocientíficos muy conocidos como Eric Kandel, António Damásio y Rodolfo Llinás son de un parecer similar: si el cerebro muere, la mente, al ser un producto de la actividad cerebral, se desvanece para siempre.
A la luz de la teoría de la información y de las ciencias de la computación, esta afirmación amenazadora e irresponsable carece de fundamento. Si fuésemos capaces de extender los alcances del paradigma yo y sin temor a equivocarnos, que la creencia en una supervivencia personal es perfectamente compatible con el progreso de la ciencia.
La idea de que una personalidad humana desaparece con la muerte se encuentra profundamente arraigada en el seno de la ciencia moderna. Un monumental error de interpretación hizo que las neurociencias confundieran información, programas informáticos y conciencia individualizada con la estructura física que las soporta. Este error dejó una huella imborrable representada en uno de los paradigmas modernos más contundentes: la conciencia es un producto de la actividad cerebral. Si el cerebro muere, la mente desaparece para siempre.
Afortunadamente, no todos los neurocientíficos fueron de este parecer. Charles Sherrington (1857-1952), premio Nobel de Medicina gracias al descubrimiento de la sinapsis (cómo las células nerviosas se conectan), y su famoso discípulo, el neurocirujano estadounidense Wilder Penfield (1891-1976) —a quien los estudiantes de Medicina le debemos el famoso homúnculo cerebral donde se encuentran representadas una gran parte de las funciones nerviosas—, abrazaron una idea diametralmente diferente: la de dos entidades separadas y distintas dentro del cráneo.
Luego de haber trabajado toda su vida estudiando los reflejos innatos en animales de laboratorio, Sherrington se apartó de la experimentación y dedicó sus últimos años a la reflexión filosófica de los problemas del cerebro y de la mente. En el prólogo a una nueva edición de su libro The Integrative Action of the Nervous System, escribió: “La opinión de que nuestro.
Luego de toda una vida dedicada a la investigación del cerebro (creación del famoso homúnculo y mapear toda la corteza cerebral), Penfield, su principal discípulo, llegó también como su maestro a la conclusión de que había algo en la investigación que no se adaptaba al marco científico vigente. En su último trabajo, El misterio de la mente, Penfield se preguntaba si ya era hora de abandonar el antiguo paradigma que afirmaba que la mente era un producto de la actividad cerebral y abordar el interrogante de si, aparte del cerebro, existía otro tipo de entidad a la que simplemente bautizábamos con el nombre de mente, alma o conciencia:
No fue sino hasta la llegada de los grandes pioneros de la teoría de la información y de las ciencias de la computación, a mediados del siglo XX, que la cuestión ha quedado parcialmente resuelta. Alan Turing, John Von Neuman y Claude Shannon mostraron que en el interior de una computadora existen dos tipos de entidades: la información y los programas informáticos por un lado (software) y el soporte físico (hardware), por el otro. Ambos elementos son interdependientes y aunque la información no podría existir sin su soporte, es posible extraerla de su base original e introducirla en un soporte físico diferente. La información y los programas son independientes de la computadora que les dio nacimiento.
No solo eso. La información no desaparece, puede conservarse de manera indefinida si utilizamos el soporte físico apropiado para ello. Los seres humanos somos información. Nuestros pensamientos, sensaciones, percepciones, sentimientos y emociones tienen su origen en la información acumulada a lo largo de nuestras vidas. Todo esto nos conduce a una conclusión absolutamente sorprendente e inesperada: el universo es una gigantesca computadora cuántica y nosotros somos sus más sofisticadas y extraordinarias creaciones. De la misma manera que un adolescente rescata la información y su historia personal antes de que la computadora llegue al límite de su funcionamiento y la introduce en otra computadora viable y posiblemente recién salida de fábrica, el universo, a través de complejas operaciones computacionales, rescata una personalidad humana en un cerebro distinto al cerebro físico que se encuentra próximo a abandonar.
Este otro cerebro también es material, pero se encuentra fabricado con partículas fundamentales distintas. A esta contraparte sutil del cerebro material yo le he dado el nombre de “cerebro invisible”. Debido a las propiedades únicas de sus componentes no lo vemos con nuestros ojos físicos. Ambos procesadores de información, el cerebro visible y el cerebro invisible, ocupan el mismo espacio. Es en este cerebro invisible donde la mente y la conciencia individualizada sobrevivirá a la muerte del cerebro material que le dio nacimiento.
¿Cómo realiza la naturaleza este aparente milagro? En este río revuelto hemos olvidado varias disciplinas científicas que podrían ser de gran ayuda en nuestra investigación: la física de partículas, el modelo estándar y sus futuras extensiones, los nuevos mapas cosmológicos que incluyen el más reciente descubrimiento de la materia oscura y quizá el más importante y olvidado: la teoría de la información y las ciencias de la computación a las que nos hemos referido con insistencia en este prefacio. ¿Podría alguien imaginar hace solo algunos años que estas jóvenes disciplinas serían capaces de aportar alguna luz sobre estos cuestionamientos que han ocupado la curiosidad humana desde hace ya varios milenios?
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