Simon Blackburn - La historia de La república de Platón
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- Libro:La historia de La república de Platón
- Autor:
- Editor:Debate
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- Año:2015
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La historia de La república de Platón: resumen, descripción y anotación
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La historia de La república de Platón — leer online gratis el libro completo
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Traducción de
Ramón Vilà Vernis
www.megustaleerebooks.com
No puedo decir que este fuera un libro que yo tuviera pensado escribir. En realidad, mi primer instinto cuando me plantearon el proyecto fue declinar amablemente, a pesar de sentirme halagado. Tal como explico con más detalle en la Introducción, no soy ni historiador ni clasicista, ni siquiera como aficionado. Y lo que es más grave, si en el presente contexto puede haber algo más grave, tampoco he sentido nunca una simpatía especial hacia Platón. En algunos aspectos sigo sin sentirla, tal como se hará evidente en el libro. Sin embargo, no es bueno que un filósofo confiese una laguna del tamaño de Platón. Es un autor demasiado importante, demasiado entreverado con la tradición occidental (e islámica), para dejarlo de lado. La cuestión es cómo lo abordamos. Los lectores que quieran arruinar la trama y saltar directamente a mi respuesta, pueden leer la última frase del libro.
Mientras dudaba, tuve el acierto de mencionar la invitación a una amiga mía, la magnífica filósofa clásica Julia Annas, cuyo trabajo sobre Platón ha influido más sobre este libro de lo que tal vez resulte aparente. Para mi sorpresa, en lugar de echarse a reír, como perfectamente podría haber hecho, me ofreció de inmediato su ayuda y algunas orientaciones, e incluso llegó a copiar varios artículos y fragmentos de literatura secundaria para mí. Su gran generosidad me hizo pensar que tal vez el proyecto fuera posible a fin de cuentas. Mis lecturas posteriores, además de llenarme de miedo ante la ingente cantidad de estudios clásicos que se han acumulado a lo largo del tiempo, también me hizo ver que La república ha contenido, y sigue conteniendo, un tesoro de filosofía, política y ética sobre el que uno debería tener algo que decir. Comencé a darme cuenta de lo interesante que podía ser el reto, y, por supuesto, una vez que se ha instalado esa idea, lo demás viene solo.
Supongo que no fue solo Julia la que rompió mi resistencia a adentrarme en aguas desconocidas, pues en ese caso habría llamado descaradamente a puertas más distinguidas aquí mismo, en Cambridge, o en algún otro de los lugares donde es posible encontrar a personas que han dedicado su vida entera a Platón. Sin duda el libro habría sido mejor si lo hubiera hecho. Pero también habría sido más largo, y me temo que hubiera puesto a prueba la paciencia de mi editor, Toby Mundy, aún más de lo que lo hicieron mis múltiples dudas y dificultades, que se convirtieron a su vez en retrasos y modificaciones del texto, en un proceso potencialmente sin fin. El hecho es que, aparte de recibir con agradecimiento la ayuda de Paul Cartledge sobre Tucídides, me limité a leer lo que pude sobre Platón, con creciente entusiasmo, y antes de que pudiera comenzar a enfriarse escribí sin más el texto.
Se deduce de lo anterior que mis principales agradecimientos deben ser para mi agente, Catherine Clarke, que supo manejar hábilmente el halago inicial, y para Julia Annas, que me dio la confianza necesaria para ponerme en marcha. Alice Hunt leyó el primer borrador con un cuidado ejemplar y sugirió numerosas mejoras que he tratado de incorporar. Doy las gracias a la Universidad de Cambridge y al Trinity College por el período sabático durante el cual escribí el trabajo, y a mi esposa y mi familia por soportar mis muchos silencios, distracciones y arranques de exasperación mientras me peleaba, igual que han hecho tantas generaciones antes que yo, con el libro más grande y más fértil del canon filosófico occidental.
S IMON B LACKBURN
Cambridge, primavera de 2006
Los escritores medievales conocían a Platón a través de traducciones al latín, realizadas no directamente de los textos griegos, sino de versiones arábigas, las cuales habían sido traducidas de los textos griegos que habían llegado hasta los estudiosos árabes a través del mundo bizantino. La traducción autorizada más antigua de Platón que se difundió por Europa occidental fue la edición renacentista en tres volúmenes del erudito Henri Estienne (en latín, Stephanus), publicada en Ginebra en 1578. Su edición yuxtaponía las páginas del texto griego a una traducción latina, de donde deriva la notación usada para referirse a los pasajes de los textos de Platón, que puede resultar incómoda al principio. Los números que aparecen impresos en los márgenes de todas las ediciones decentes se conocen como «números Stephanus». Son los números de página de aquella edición, seguidos por letras de la a hasta la e para referirse a las distintas secciones de la página. El sistema facilita localizar los pasajes sin tener que basarse en una determinada edición o traducción moderna. En el presente volumen me refiero a los pasajes de La república anteponiendo a los números Stephanus el número del libro del que se trate, del I al X, dado que La república está dividida algo arbitrariamente en diez capítulos o «libros».
Las traducciones de Platón al inglés llegaron más tarde. La primera traducción bien conocida del griego fue la de Thomas Taylor y Floyer Sydenham, publicada en Londres en 1804. Esta fue la edición que debieron de conocer Coleridge y los románticos. Es de lamentar, pues, que James Mill (padre de John Stuart) dijera de Thomas Taylor que «no ha traducido a Platón; lo ha parodiado, de la forma más cruel y abominable. No lo ha iluminado, sino que lo ha rodeado de una oscuridad impenetrable».
El interés victoriano por Platón dio como resultado la traducción de Davis y Vaughan, en 1858, así como la edición clásica de Benjamin Jowett, que sigue siendo una de las versiones inglesas más difundidas de los diálogos, publicada inicialmente por Oxford University Press en 1871. Sin embargo, los estudiosos clásicos son difíciles de contentar en estas cuestiones, y se dice que el exigente especialista A. E. Housman describió la versión de Jowett como «la mejor traducción de un filósofo griego jamás realizada por alguien que no supiera nada de filosofía ni de griego». Pero el riesgo de una recepción de este tipo no ha intimidado a todos, y tras los pasos de Jowett han ido Desmond Lee, Francis Cornford, Paul Shorey, I. A. Richards (al inglés básico), A. D. Lindsay, Allan Bloom y muchos otros hasta nuestros días. La edición Clásicos Mundiales de Robin Waterfield que he usado es clara y directa, y tiene unas notas excelentes.
La caracterización general más segura de la tradición filosófica europea es decir que consiste en una sucesión de notas al pie de Platón. No me refiero al dudoso sistema de pensamiento que los estudiosos han extraído de sus escritos. Me refiero al tesoro de ideas generales que se pueden encontrar en ellos.
A LFRED N ORTH W HITEHEAD ,
Proceso y realidad (1929)
Antes de hablar de la revolución que supuso La república para el mundo, deberíamos preguntarnos si un libro puede realmente revolucionar el mundo. No hay duda de que el mundo cambia, y que muchos de los cambios importantes que experimenta corresponden al auge y la caída de las ideas según las cuales viven las personas: ideas como la libertad y la democracia, la justicia, la organización de las personas en diferentes tiempos y lugares.
Desde esta perspectiva, el creador de ideas no hace historia, solo contribuye un poco más a describirla. Por fortuna, no nos corresponde aquí investigar la verdad que pueda haber en ello, aunque parece improbable que las ideas sean inertes hasta el punto de que nadie haya experimentado un cambio con la lectura de La república o de alguna otra obra sobre religión, moral o política, incluidas las propias obras de Hegel (como La filosofía de la historia , de 1826) y de Marx (como La ideología alemana , de 1846) que sugieren la idea de la futilidad de las ideas. Las ideas influyen sobre las mentes. Para eso sirven después de todo: nuestro pensamiento no habría evolucionado si fuera inútil. Una idea es simplemente un paso previo para la acción. Y por más que les cueste entenderlo a las personas que se enorgullecen de mantener una perspectiva radicalmente «científica» sobre la vida humana, cuando decimos que las ideas (y la cultura) son capaces de cambiar las cosas, no estamos negando que la comida y la tierra, las armas y el dinero lo sean también.
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