«No tengo enemigos. Simplemente, hay personas a las que no conozco todavía», me dijo el dalái lama hace ya más de veinte años. Y también: «De nuestros enemigos es de quien más podemos aprender. En cierto modo, son nuestros mejores maestros». Con esta sabiduría y a su vez realismo habla el refugiado probablemente más famoso del mundo, que también es uno de los más mayores, tras cincuenta y seis años de exilio en la India. A pesar de que lleva viviendo desde 1959 fuera de su tierra natal, debido a la ocupación china, no alberga ningún odio hacia los chinos ni hacia su gobierno. Todo lo contrario. «Por supuesto que también rezo por el líder comunista en Pekín», dice él, que a veces se califica a sí mismo de «budista comunista» o «comunista budista», y añade sonriente: «En Europa votaría a los Verdes, puesto que el problema climático es una cuestión de supervivencia».
A lo largo de treinta y tres años nos hemos encontrado unas treinta veces y hemos realizado juntos quince entrevistas televisivas. En pocas ocasiones he tenido un interlocutor tan empático y con tanto sentido del humor como él. Nadie se ha reído tanto como él. No es casualidad que en las encuestas se le considere el hombre más simpático del mundo. En los últimos años, la idea de una ética transreligiosa ha cobrado cada vez más importancia para este líder religioso. Y en la actualidad dice incluso algo inaudito para un líder religioso: «La ética es más importante que la religión. No nacemos como miembros de una determinada religión, pero la ética es algo innato en nosotros». Cada vez más a menudo habla en sus discursos de una «ética secular más allá de todas las religiones». Albert Schweitzer llamó a esta misma cuestión «respeto por la vida».
La ética secular del dalái lama derriba fronteras nacionales, religiosas y culturales, y esboza valores innatos en todas las personas y vinculantes para todos. No se trata de valores externos, materiales, sino de valores internos como la atención, la compasión, la educación de la mente y la búsqueda de la felicidad. «Si queremos ser felices, tenemos que ser compasivos, y si queremos que los demás sean felices, también tenemos que ser compasivos. Todos preferimos ver caras sonrientes que lúgubres», dice el dalái lama.
Una de las principales convicciones del dálai lama es que todas las personas somos iguales en nuestra aspiración a la felicidad y en nuestro deseo de evitar el sufrimiento. De esto se derivan los mayores logros de la Humanidad. Por eso deberíamos empezar a pensar y actuar sobre la base de una identidad enraizada en las palabras «nosotros los humanos».
Las guerras en Oriente Medio, Ucrania, Somalia y el norte de África, los veinte millones de refugiados en todo el mundo, la guerra civil en Nigeria y Afganistán, el cambio climático y la crisis medioambiental, la crisis económica internacional y el hambre en el mundo: en opinión del dalái lama, todos estos problemas no pueden resolverse sin una ética secular. En la siguiente conversación explica y despliega sus tesis revolucionarias. Lo que el dalái lama propone es una revolución de la empatía y de la compasión, una revolución que combine todas las revoluciones hasta ahora. Sin empatía y compasión no se habría producido la evolución.
Consternado por el atentado terrorista islámico a la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y a un supermercado judío en París, el dalái lama declaró en enero de 2015: «Hay días en los que creo que sería mejor que no hubiera ninguna religión. Todas las religiones y todas las escrituras sagradas albergan un potencial de violencia. Por eso necesitamos una ética secular más allá de todas las religiones. En los colegios es más importante que se impartan clases de ética que de religión. ¿Por qué? Porque para la supervivencia de la Humanidad es más importante ser conscientes de lo que tenemos en común que destacar constantemente lo que nos separa». Esta conclusión fue el origen de la siguiente entrevista.
He aquí un mensaje que podría transformar el mundo.
F RANZ A LT
Baden-Baden, Alemania,
marzo de 2015
Llamamiento del dalái lama en favor de la ética secular y la paz
Desde hace milenios se viene aplicando y justificando la violencia en nombre de la religión. Las religiones han sido y siguen siendo con frecuencia intolerantes. A menudo, la religión se instrumentaliza o se usa de forma indebida para imponer intereses políticos o económicos, también por parte de los líderes religiosos. Por ello, opino que en el siglo XXI necesitamos una nueva ética que vaya más allá de todas las religiones. Hablo de una ética secular que sea útil y aplicable para mil millones de ateos y cada vez más agnósticos. Más fundamental que la religión es nuestra espiritualidad intrínsecamente humana. Se trata de la tendencia innata que tenemos los humanos al amor, a la bondad y al afecto, al margen de la religión que profesemos.
Estoy convencido de que las personas pueden pasar sin religión, pero no sin valores humanos, no sin ética. La diferencia entre ética y religión se asemeja a la diferencia entre el agua y el té. La ética y los valores humanos que se basan en un contexto religioso son más bien como el té. El té que bebemos consta en gran parte de agua, pero contiene, además, otros ingredientes: hojas de té, especias, tal vez algo de azúcar y, al menos en el Tíbet, una pizca de sal, lo cual hace que se intensifique y prolongue su sabor y sea algo que queremos tomar todos los días. Pero al margen de cómo se prepare el té, su principal componente será siempre el agua. Sin té podemos vivir, pero no sin agua. Del mismo modo, nacemos sin una religión, pero no sin la necesidad básica de la compasión; ni sin la necesidad básica de tener agua.
Veo cada vez con mayor claridad que nuestro bienestar espiritual no depende de la religión, sino de nuestra innata naturaleza humana, nuestra predisposición natural a la bondad, a la compasión y al afecto. Al margen de si pertenecemos a una religión o no, todos llevamos dentro una fuente ética elemental y muy humana. Y debemos cuidar y velar por este fundamento ético común. La ética, a diferencia de la religión, está anclada en la naturaleza humana. Y eso nos lleva a esforzarnos por conservar la creación. Esto es practicar la religión y la ética. La compasión es la base de la convivencia humana. Estoy convencido de que el desarrollo humano se basa en la cooperación y no en la competencia. Y así se ha demostrado científicamente.
Tenemos que aprender que toda la Humanidad es una gran familia. Todos somos herma nas y hermanos física, mental y emocionalmente, pero seguimos prestando demasiada atención a nuestras diferencias, en vez de a lo que nos une. Sin embargo, todos nacemos y morimos de la misma manera. ¡No tiene mucho sentido enorgullecernos de nuestra nación y de nuestra religión una vez en el cementerio!