COLECCIÓN POPULAR
2
INTRODUCCIÓN A LA ECONOMÍA
Traducción de
ANTONIO CASTRO LEAL
INTRODUCCIÓN
A LA ECONOMÍA
por MAURICE DOBB
Primera edición en inglés, 1932
Primera edición en español (Economía), 1938
Segunda edición (Colección Popular), 1959
Decimoséptima reimpresión, 2013
Primera edición electrónica, 2015
© 1932, Maurice Dobb
Título original: Introduction to Economics
D. R. © 1938, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-3012-4 (mobi)
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INTRODUCCIÓN
Definir de qué trata la economía es muchísimo más difícil de lo que la mayor parte de la gente cree. Los libros de texto ofrecen diversas definiciones. “Economía es el estudio del hombre en los negocios ordinarios de la vida.” “Economía es el estudio de aquellos motivos y acciones que pueden ser medidos en dinero.” Pero tales definiciones no nos llevan muy lejos. En las ciencias inductivas y experimentales la naturaleza de su materia ofrece una definición preliminar (por lo menos inicialmente) de su objeto, aun en los casos en que las fronteras puedan ser vagas o borrosas, como la frontera entre la astronomía y la física actuales. Pero como en las ciencias sociales la experimentación es tan limitada, la economía es fundamentalmente una ciencia deductiva que, como la geometría y la mecánica, deduce una serie de conclusiones de ciertas premisas o supuestos; y en un estudio deductivo el desarrollo de los conceptos mismos es el que da necesariamente los límites de dicho estudio. Si tal es el caso y existen diversas escuelas de ideas que emplean conceptos cualitativamente distintos, es apenas posible una definición satisfactoria que los incluya a todos. Cada concepto puede ser definido separadamente y luego la relación que guarda cada uno con los demás puede ser expresada en términos de algo más amplio. Pero una respuesta definitiva y satisfactoria sólo puede en realidad alcanzarse cuando las diferencias cualitativas se reducen a un término común, por ejemplo, diferencias comunes de cantidad o número. Esta etapa, sin embargo, está lejos todavía en un campo tan poco explorado como el de las ciencias sociales; y por ahora parece que el modo más satisfactorio de definir la economía es hacerlo en términos de la cuestión que se pregunta y cuya respuesta se busca, y definir, de manera semejante, las escuelas ideológicas rivales en términos de las diversas cuestiones que se proponen a sí mismas, o de las diferencias de los tipos de la respuesta que ofrecen. Mucha de la confusión que reina ahora en el campo de la economía se debe, según creo, a que no se pone en práctica este sencillo plan. Muchas discusiones aún pendientes —por ejemplo, la de los economistas clásicos con los modernos— no han tenido otro resultado que el empate y la confusión, debido a que los contrincantes no llegaron a comprender que cada uno estaba empeñado en responder una serie distinta de cuestiones: Ricardo y Marx, por ejemplo, estaban interesados en ciertos aspectos de la distribución de la riqueza entre las clases; Jevons y Pareto, en las condiciones del equilibrio de los precios en un mercado abierto a la competencia. Gran parte de las discusiones sobre si cierta teoría es adecuada o no (digamos, la de los salarios o la del beneficio) depende de que dicha teoría responda o no a las cuestiones que pretende responder cuando éstas se expresan con un mayor o menor grado de claridad. Más de un economista se ha embarcado en busca de respuestas a ciertas cuestiones empleando para ello un material de supuestos que, por su naturaleza, excluían la posibilidad de que tales cuestiones encontraran respuesta.
Es opinión de moda pensar que los primeros economistas fueron los rudos artesanos de la ciencia económica que, trabajando con instrumentos inferiores y menor experiencia, levantaron su edificio de modo imperfecto, y que sus sucesores modernos han reparado los errores y las faltas de aquéllos completando y acabando la estructura levantada. Se dice que Ricardo insistió “sólo en un lado” del problema (verbigracia, en la oferta y no en la demanda), que se dio cuenta nada más de una de las series de fuerzas en acción; que Adam Smith echó ciertos cimientos (su investigación sobre las causas de la riqueza de las naciones) que han necesitado para completarse la técnica perfeccionada de 100 años después. Así, los conceptos de la economía clásica se contrastan con los conceptos de la teoría económica del siglo XX y se comparan en seguida, con indudable ventaja de estos últimos, en cuanto a su mayor acabado y perfección de detalle. En lo que se diferencian (por ejemplo, en la importancia del costo de producción sobre la utilidad como determinante del valor de cambio) la discusión entre ellos se hace aparecer como si se tratara únicamente de distintas respuestas dadas a un mismo cuestionario básico.
Este modo de ver las cosas es fundamentalmente erróneo. Resulta, por lo menos, una visión muy parcial del problema y más bien confunde que esclarece; es probable que cualquier progreso en el asunto será estorbado seriamente mientras no se intente un modo de ver distinto y más juicioso. Es ya un lugar común en arte que los “primitivos” de los siglos XIV y XV no eran simplemente artífices más rudos que los pintores representativos de épocas posteriores —en muchos casos evidentemente no lo eran—, sino que lo que trataban de hacer era algo cualitativamente distinto. Los fisiócratas y los economistas clásicos son en cierto sentido los “primitivos” de la ciencia económica. En cierto modo pueden haber tenido una técnica menos acabada que sus descendientes del siglo XX; pero lo más importante es que muchos de los conceptos que utilizaban eran diferentes y que trataban de responder a una serie diferente de cuestiones en una forma diferente: cuestiones en parte relacionadas con la distribución del ingreso nacional entre las clases y, en parte, con las condiciones de progreso económico máximo. Los economistas actuales oscurecen este hecho porque se imaginan que ellos están respondiendo, y sostienen ciertamente que responden, a muchas de las cuestiones que sus antecesores clásicos se aplicaron a responder. Pero creo que, en gran parte, el material que usan llega en realidad a soluciones que de hecho se refieren a cuestiones de un sentido completamente diverso y más limitado.
EL NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
LA ECONOMÍA política tuvo su cuna en esos cambios sociales, económicos e ideológicos que marcaron la transición de la Europa Occidental hacia la nueva era burguesa. En Francia y Alemania los restos del feudalismo estaban a punto de desaparecer. El centro de gravedad en lo económico y en lo político se desplazaba en favor del advenedizo “tercer estado”. En Inglaterra la burguesía se había consolidado mucho antes, y el Estado burgués, que perseguía una política comercial, se había establecido dos a tres siglos antes. Inglaterra tuvo entonces sus escritores económicos —Thomas Mun, Locke y sir William Petty—, los cuales se preocuparon más por cuestiones particulares de política estatal que por crear un sistema teórico. Hacia fines del siglo XVIII apareció una nueva sección de la clase burguesa: una clase de capitalistas industriales cuyos intereses estaban en contra del sistema vigente establecido por los intereses agrarios y comerciales de la aristocracia conservadora del siglo XVIII. Fue en Francia, más que en Inglaterra, en donde el concepto unificado de una sociedad económica apareció por primera vez como el objeto de la Economía Política. Los fisiócratas franceses del siglo XVIII bosquejaron los perfiles que Adam Smith fue llenando en su investigación sobre
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