Ernest Mandel - Tratado de economía marxista Tomo II
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- Libro:Tratado de economía marxista Tomo II
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1962
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Tratado de economía marxista Tomo II: resumen, descripción y anotación
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Una extraña paradoja domina la actitud del mundo académico con respecto a la teoría económica marxista. Hace medio siglo, ésta encontró un interés teórico cada vez mayor y fue objeto de apasionados debates en los medios universitarios; pero se le negó toda eficacia práctica: una economía socialista no podría funcionar, decían los economistas. Hoy día nadie pone en duda que la economía marxista pueda inspirar no sin éxito la política económica de los Estados, sean éstos grandes o pequeños; pero en los medios académicos sólo encuentra indiferencia o desdén. Si en algunas ocasiones ha sido objeto de estudios más cuidadosos, tales estudios no se han realizado, sin embargo, en función de su propio valor, sino en tanto que subrama de esa nueva «ciencia» llamada «Sovietología», cuando no en el marco de una disciplina todavía más extraña, la «marxología».
Quien considere como válido el método de investigación marxista y la masa de resultados a que ha conducido y el autor se coloca sin reservas en este punto de vista podría replicar que esta situación es perfectamente normal. Porque ¿acaso no está la ciencia académica «al servicio de la clase dominante»? ¿Acaso no está el mundo capitalista comprometido en una «lucha a muerte con el bloque socialista»? ¿No es cierto que la teoría marxista constituye un arma esencial de este bloque? ¿Y no lo es también que los servidores del capitalismo están obligados a desacreditar todo aquello que sirve a sus adversarios de clase? Vistas así las cosas, el descrédito lanzado sobre el marxismo en Occidente no sería más que una manifestación de la propia lucha de clases que confirmaría, de rechazo, la validez de las tesis marxistas.
La gran superioridad del método marxista, comparado con los otros sistemas económicos, reside efectivamente en esta síntesis dinámica de la historia y la teoría económica, que sólo él permite efectuar. La teoría económica marxista no debe ser considerada como un resultado definitivo de investigaciones ya realizadas, sino más bien como la suma de un método, de los resultados adquiridos gracias a este método y de resultados constantemente contrastados. Autores no marxistas como Joseph Schumpeter y Joan Robinson han expresado la nostalgia de esta síntesis.
Ernest Mandel
ePub r1.0
Titivillus 17.08.16
Título original: Traité d’économie marxiste
Ernest Mandel, 1962
Traducción: Francisco Diez del Corral
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
EL CAPITALISMO DE LOS MONOPOLIOS
Durante el último cuarto del siglo XIX , la industria capitalista se ve arrastrada en una nueva revolución técnica. Como la primera, la segunda revolución industrial modifica esencialmente la fuente de energía para la producción y los transportes. Al lado del carbón y del vapor, el petróleo y la electricidad hacen ahora girar las ruedas y las máquinas. Desde fines de siglo, el motor de explosión y el motor eléctrico relegan a un segundo plano a los motores primarios, movidos a vapor.
Esta revolución energética transforma radicalmente el conjunto de la vida industrial. En la misma época, la siderurgia recibe un nuevo impulso por la introducción de los procedimientos Bessemer, el horno Martin, los regeneradores Siemens-Martin, así como los procedimientos de endurecimiento del acero mediante aleaciones. El acero se va convirtiendo cada vez más en la materia prima industrial de base. Además, la electrólisis de la bauxita permite transformar el aluminio en materia prima a bajo precio para usos industriales; anteriormente, este metal se consideraba como un metal precioso, y costaba 7 libras esterlinas la onza.
Finalmente, hacia la misma época, la industria química conoce también su primer gran impulso. Una vez que ha aprendido a utilizar los subproductos del carbón, emprende la fabricación sintética de colorantes y asesta un golpe mortal a la antigua producción de colorantes naturales en el lejano Oriente. La industria de los textiles sintéticos también acaba de nacer.
La revolución industrial de fines de siglo XIX modificó la importancia relativa de las diferentes ramas industriales en la economía mundial. Durante un siglo, el algodón y el carbón habían sido los productos más importantes. Pero ahora el acero ocupa el primer lugar, seguido inmediatamente por la construcción mecánica y la producción de automóviles.
En la Gran Bretaña, el centro de gravedad se desplaza de Manchester (algodón) a Birmingham (acero). Al mismo tiempo, Gran Bretaña pierde definitivamente su preponderancia industrial y su monopolio de productividad, ya que la revolución energética favorece, sobre todo, a los Estados Unidos (abundancia de petróleo),
La revolución industrial de fines del siglo XIX resulta un poderoso estímulo para la centralización y concentración de los capitales industriales. El desarrollo de la industria siderúrgica implica la desaparición de todos los antiguos altos hornos que utilizaban como combustible la madera. Las nuevas instalaciones exigen importantes inversiones y eliminan la mayor parte de las empresas más pequeñas en esta rama clave de la industria; el número de sociedades siderúrgicas americanas desciende de 735 en 1880 a 16 en 1950. Bajo el signo del predominio de las empresas gigantes (industria de aluminio, industria química, industria de aparatos eléctricos), nacen numerosas industrias, que pueden contar así con la costosa masa de equipo que necesitan. El desarrollo acelerado del capital constante, del capital fijo y del equipo mínimo necesario para fundar una nueva empresa rentable favorece la concentración capitalista:
«Aquellas industrias donde la unidad mínima apta para funcionar eficazmente es muy grande, no suelen experimentar un aflujo de nuevos competidores. Esto sucede por diversas razones: para crear una nueva unidad se necesitan capitales enormes; la constitución de una unidad nueva implicaría una adición tan grande en la capacidad [de producción] existente en esa rama que el efecto sobre la oferta total sobrepasaría probablemente lo que el mercado pudiera absorber sin una reducción draconiana de los precios; y la incertidumbre que todo esto implica podría parecer prohibitiva. Por consiguiente, dimensiones muy grandes, o una dimensión óptima muy grande, pueden considerarse como una barrera natural para la aparición de nuevos competidores.»
La entrada en el mercado de numerosos países nuevos como el Japón, Rusia e Italia, estimula también la concentración de capitales. Estos países no copian el conjunto de la estructura industrial de las naciones que los han precedido. Sólo imitan la parte más moderna, es decir, las empresas en que la composición orgánica del capital es mayor y el grado de centralización más pronunciado, El predominio de las empresas gigantes, con relación a las empresas medianas y pequeñas, será desde el primer momento mucho más marcado en la industria pesada rusa y japonesa que en las industrias análogas de países más avanzados.
La misma ley del desarrollo desigual determina que el progreso de la concentración del capital sea más rápido en Alemania y en los Estados Unidos (que son países cuyo desarrollo industrial propiamente dicho se extiende en el último cuarto del siglo XIX ) que en países que han conocido este desarrollo durante el medio siglo anterior: Gran Bretaña, Bélgica y Francia.
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