SARA SEFCHOVICH (abril de 1949, Ciudad de México) es escritora, socióloga e historiadora. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Se desempeña como profesora-investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México y articulista en el diario El Universal. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos nacionales e internacionales. Parte de su obra ha sido traducida a siete idiomas, publicada en doce países y llevada al cine, el teatro y la radio. Entre sus trabajos más reconocidos se encuentran los ensayos La suerte de la consorte, País de Mentiras y ¿Son mejores las mujeres?, y las novelas Demasiado amor, La señora de los sueños y Vivir la vida.
1. PANORAMA
«Antier un comando armado entró a este municipio y calle por calle fueron asaltando, golpeando y disparando a cuanto ciudadano encontraron, mataron a los policías colgándolos de los semáforos y destruyeron todo a su paso. Por más de 36 horas no sabíamos si ya podíamos salir de nuestras casas o no, no entraba ni un auto ni podía salir, no hubo gasolina ni abastos, ni tampoco bancos. Hace unos momentos están llegando helicópteros y soldados, parece zona de guerra».
Recibí este correo electrónico a principios de 2010. No sé por qué, no conozco a la persona que lo firma, ni tengo nada que ver con el estado de Tamaulipas, pero supongo que la mujer estaba tan desesperada que se lo mandó a mucha gente, entre la cual estuve yo.
Al día siguiente, un diario de la ciudad de México publicó el siguiente relato de un ama de casa: «Los plomazos se escuchan por todos lados. Las escuelas, bancos y tiendas están cerradas. El centro está despoblado, dicen que ya no hay gasolina ni víveres. Tenemos miedo de salir a ver qué sucede. Y no se ven policías ni autoridades y al parecer la presencia del ejército desapareció. Nadie sabe a ciencia cierta qué sucede porque los medios locales no dicen nada».
Cuatro años después, a principios de 2014, un diario reportó: «Los choques armados comenzaron la noche del sábado y siguieron hasta la tarde del domingo. La gente se refugió en los comercios, el cine, la tienda de autoservicio. La circulación fue cerrada por más de una hora. El saldo fue de 14 personas muertas, entre ellas algunas ajenas a los hechos».
Alguien escribió que «la escena describe a Reynosa la semana pasada, pero bien puede ser Tampico hace un mes. O Matamoros en 2011. O Nuevo Laredo en 2005».
En efecto, son ya muchos años en que situaciones de violencia se han vivido y se siguen viviendo en Michoacán, Nuevo León, Veracruz, Tamaulipas, Guerrero, Chihuahua, Coahuila, Sinaloa, el Estado de México y otras regiones del país, pues «la violencia se ha extendido por todo el territorio.
Todos los días nos enteramos de la desaparición de personas, levantamientos, asesinatos, tumbas colectivas, balaceras. Un día sí y otro también aparecen personas colgando de un puente, cabezas a la mitad de la pista de baile de algún antro, cadáveres tirados en cualquier parte, negocios quemados.
Pero además, la delincuencia «se ha multiplicado radicalmente».
Según los estudiosos de estos temas, la explicación de ese fenómeno es que «el incremento de homicidios bajó la probabilidad de que cualquier asesinato fuera castigado. Hubo entonces más homicidios. La atención a los homicidios hizo que crecieran los secuestros. Entre homicidios y secuestros no se podía atender la extorsión o el robo de vehículos. El desorden engendró desorden.
Lo que más ha crecido son los secuestros y las extorsiones. Un periodista hace cuentas: «51 secuestros cada día. Al menos dos secuestros por hora. En México se ejecuta un secuestro cada media hora en algún estado de la República, en alguna ciudad, en algún municipio del territorio nacional
Sobre las extorsiones, el mismo periodista dice: «Según informe del Observatorio Nacional Ciudadano para la Seguridad, que aglutina cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública: 147 % han crecido los casos comparados con los primeros siete meses del gobierno de Felipe Calderón, y 521 % si se comparan con el mismo periodo de Vicente Fox. Son ya 4 mil 512 casos los denunciados en lo que va de este sexenio».
Y recoge datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2013 (Envipe), que «disecciona con frialdad la situación de inseguridad que se vive en el país:
»1. Hogares con al menos una víctima de delito en 2012: 10 millones 125 mil 13. Eso representa 32.4 % de los hogares de este país. En tres de cada diez hogares de mexicanos vive al menos una víctima del delito.
»2. En total, 21 millones 603 mil 990 mexicanos de 18 años y más fueron víctimas de la delincuencia el año pasado. Eso implica 29.6 % de la población adulta. Prácticamente tres de cada diez mexicanos adultos fueron víctimas de la delincuencia en 2012.
»3. Hubo el año pasado un total de 27 millones 769 mil 447 delitos. En promedio, 76 mil delitos por día (76 mil 80). Eso es, tres mil 170 delitos por hora. Tenemos, en promedio, que en este país se cometen 52 delitos (52.8) cada minuto. Por lo visto, tienen gran actividad los criminales. Y el asunto crece, empeora, porque un año antes los delitos solo fueron 22 millones 602 mil 305. Es decir, el aumento en el número de delitos fue de 23 %. La tasa de delitos por cada cien mil habitantes adultos pasó de 29.2 a 35.1.
»4. Los delitos que más aumentaron son a los que cualquiera está expuesto: robo o asalto en la calle o en el transporte público en los primeros lugares.
»5. Con razón la gran mayoría de los mexicanos se siente inseguro: 72.3 %. Siete de cada diez mexicanos no se sienten a salvo en sus comunidades. Es la percepción de inseguridad, ahora mismo».
Y sin embargo, estos datos, con todo y lo terroríficos que son, están aún lejos de mostrar el verdadero panorama de lo que sucede, porque «nueve de cada diez delitos no se reportan».
Esta es la situación en México hoy.
Una en que delincuencia y violencia provocan enorme sufrimiento en la población, por igual a jóvenes y viejos, ricos y pobres, ciudadanos comunes y celebridades, pues los criminales no respetan clases, edades, sexos, condiciones; lo mismo van contra el inmigrante centroamericano que cruza México para ir a trabajar a Estados Unidos, que contra una mujer joven que se desloma en una maquiladora; contra el médico o el burócrata que cumplen sus funciones, que contra quienes se divierten en un antro; contra las amas de casa que se entretienen en un casino, que contra los estudiantes de una preparatoria o los niños que juegan futbol en la calle; contra el empresario dueño de una fábrica, que contra el policía que vigila la estación del metro; contra los camiones de mercancías que contra los pasajeros de un autobús.
Por eso la delincuencia y la violencia se han convertido en el elemento central en el imaginario colectivo, la cultura y hasta el modo de hablar. Son el tema principal de las noticias en los medios, las conversaciones en torno a las mesas, los comentarios en las redes sociales, el cine, la literatura, las canciones, el periodismo, el arte. Hasta en el lenguaje se han filtrado expresiones que tienen que ver con eso: «Vamos a disparar la pistola de la inversión», le dijo un empresario a una periodista.
Y todos los discursos, reformas y presupuestos, políticas públicas y organización del gobierno, giran en torno a cómo evitarlas. Cada secretario de estado que anuncia alguna acción relativa a su encargo, la relaciona con lo mucho que puede ayudar para este objetivo, no importa si de lo que habla nada tiene que ver con el asunto. Lo mismo hacen los industriales y comerciantes, las universidades, las iglesias, los medios.
Qué hacer para terminar con la delincuencia y con la violencia se ha convertido en el deporte nacional favorito (casi tanto como dirigir al árbitro en un partido de futbol o decirle a los políticos lo que deben hacer para que el país mejore), en la promesa de campaña inevitable (como antes era acabar con la pobreza, mejorar el medio ambiente, ofrecer empleo y oportunidades) y en el informe de logros más socorrido (como en otros tiempos era la infraestructura construida, las inversiones recibidas y los acuerdos políticos logrados). Cientos, miles de personas están tratando de entender qué pasa, cómo se llegó hasta aquí y sobre todo, cómo se puede resolver esta situación. Algunas lo hacen por su cuenta, otras organizadas en grupos académicos o en asociaciones civiles.