ALFONSINA STORNI: BREVE INVOCACIÓN
Perder la visión distraídamente
perder la visión y nunca recuperarla.
Parada, muy derecha entre el cielo y la costa,
para sentir el olvido eterno del mar.
A lfonsina Storni es hipersensibilidad.
Y es resentimiento. Alfonsina está resentida, sin ganas, pero con muchas ganas de.
Alfonsina Storni: la de las crisis torturantes, de la inquietud por la creación, ¿de la locura?
Juntas todas, alternadas, sobrepuestas, indisolublemente unidas, inextricablemente unidas.
Alfonsina Storni: la que le escribió al amor: «Yo era como un mar dormido. Me despertaste y la tempestad ha estallado». Pero la pérdida fue su sino: «He vuelto sola al paseo solitario por donde anduvimos una tarde cuando ya oscurecía».
Alfonsina Storni: sobre tu tumba manos ajenas pusieron tu epitafio: «Hacía versos».
Allá, junto al mar, junto al río, junto al Plata, hiciste versos, viviste tus versos, moriste hundiéndote en el fondo arenoso y solo una estatua quedó por ti en Mar del Plata.
Abandonaste un zapato a la orilla del muelle. Un pescador lo encontró y luego contó que todo eran mentiras: que tú no moriste vestida de blanco, que tú no te quisiste suicidar.
Pero Alfonsina se suicidó, vestida toda de blanco. Se aventó al agua. Se despidió: «Voy a dormir», dijiste. Querías «morir en tus cabales».
Mito argentino, mito poético, mito femenino.
Alfonsina, te sigo: «Soy veinte por ciento instinto, nueve por ciento imaginación, uno por ciento corazón y setenta por ciento dulzura». Hacer matemáticas, pobre de ti, para explicar(te) a los que nada entienden, con todo y que están los poemas.
Los poemas y el mar y los ríos, las lágrimas y el agua, el agua otra vez.
Torturada, solitaria, desolada.
Poeta de mucho pensar, poeta de mucho sentir.
Desconfiada.
Contabas tres cosas excepcionales que te sucedieron. Contabas y decías que te sucedió ser una mujer, que te sucedió tener sentido común y que te sucedió escribir poesía que quizá hasta podría resultar buena.
Alfonsina de los adjetivos, mujeres así no se deberían dar para la modestia.
Alfonsina Storni: buena persona, rigurosamente abstemia, no pertenece a ninguna sociedad ni responde cartas, nariz fea, «cabello plateado extraño como lo fuera la luz de la luna al medio día», hubiera dicho de ella Mistral, no cree en la caridad, se ve horrible cuando llora. Su falta más grave: la indiferencia.
Alfonsina Storni: hija de inmigrantes, él, trabajador, exitoso en su negocio, pero se fue volviendo cada vez más taciturno, y luego alcohólico; ella ama de casa, madre de familia, resignada a su suerte, amargada por la pobreza brutal en que cayeron. Primer poema a los doce años, maestra de escuela, actriz de segunda, empleada de oficina, madre de un hijo:
Fruto del amor, del amor sin ley
que yo no pude ser como las otras, casta de buey
con yugo al cuello ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.
Alfonsina Storni: siempre sin dinero, siempre rodeada de amigos escritores, suyos son desde «papeluchos borroneados» hasta libros publicados. Y encontró fama.
Alfonsina Storni: enferma de cáncer, cáncer de mujer, cáncer de pecho. Encerrada, desilusionada, melancólica.
¿Sabes cómo dijo llamarse aquel elegante caballero que un día se presentó en Mar del Plata para reclamar tus restos y ocuparse de tus funerales? Lo consignan los documentos de oficio en las oficinas oficiales: se llamaba William Shakespeare.
¿A qué país perteneces Alfonsina y cuál es tu siglo?
No lo adivino en tu obra, obra de pasiones tuyas, obra de infelicidad: «Para los que como yo, nunca realizaron ni siquiera uno de sus sueños», sueños al fin, de mujer empantanada.
Tierna y fuerte, Alfonsina, necia poeta del yo solo del yo, te sigo.
No te voy a llamar feminista y voy a voltear la cara a quienes te lo digan, incluso si eres tú misma, porque eres otra cosa:
Yo soy como la loba,
quebré con el rebaño
y me fui a la montaña
fatigada del llano.
Alfonsina, te sigo: a ti, más Venus que Mercurio, yo queriendo al revés. Tú, tratando de decir mucho, yo que solo quiero escuchar poco.
Escuchar Alfonsina, cómo vas subiendo la voz, el tono, sin hacer caso de los que te han escogido para festejar herencias, los que te buscan raíces, te interpretan, los Fernández Moreno, Julieta Gómez Paz, Juana de Ibarbourou (ni a ella, ni a ella), los Mármol y Roxó, los Sender y Acereda. Solo escucharé a la Mercedes que te hizo tu canción, convertida en plegaria por la mismísima Tania y a la Gabriela que te dedicó una emoción.
Alfonsina, te desperdiciaste:
A veces la ilusión de un capullo de amor,
que yo sé malograr antes que se haga flor.
Alfonsina, te dejo hablar:
Por sobre todas las cosas amo tu alma.
A través del velo de tu carne la veo brillar en la obscuridad:
me envuelve, me transforma, me satura, me hechiza.
Entonces hablo para saber que existo,
porque si no hablara, mi lengua se paralizaría,
mi corazón dejaría de latir, toda yo me secaría deslumbrada.
Un lamento el tuyo como el de los judíos durante dos mil años: «Si me olvidare de ti, oh Jerusalem, que se paralice mi brazo derecho, que mi lengua se pegue al paladar».
¿Por qué se parecen tanto los modos de expresar el amor?
Sigue Alfonsina, sigue con ese amor imposible:
Cuando recibí tus primeras palabras de amor,
había en mi cuarto mucha claridad.
Me precipité sobre las puertas y las cerré.
Yo era sagrada, sagrada.
Nada, nadie, ni la luz debía tocarme.
Y te sigo dejando hablar. Haré un solo poema de amor, hecho de tus pedazos:
Estoy en ti, me llevas y me gastas.
Te hablé también, alguna vez, en mis cartas, de mi mano desprendida de mi cuerpo volando en la noche a través de la ciudad para hallarte. Si estabas cenando en tu casa ¿no reparaste en la gran mariposa que insistente, te circuía ante la mirada tranquila de tus familiares?
Tú el que pasas, tú dijiste; esa no sabe amar.
Eras tú el que no sabía despertar mi amor.
Amo mejor que los que mejor amaron.
Tiemblo y tengo miedo.
El silencio invade mi cuarto.
Vivo como rodeada de un halo de luz.
Parece por momentos que mi cuarto estuviera poblado de espíritus, pues en la obscuridad oigo suspiros misteriosos y alientos distintos que cambian de posición a cada instante.
Sacudo mis olas, hundo mis buques, subo al cielo y castigo estrellas, me avergüenzo y me escondo entre mis pliegues, enloquezco y mato mis peces.
No me mires con miedo.
Tú lo has querido.
Te amo porque no te pareces a nadie.
Porque eres orgulloso como yo,
Y porque antes de amarme me ofendiste.
He vuelto sola al paseo solitario.
Busco los pájaros solitarios,
me acurruco debajo de los árboles, y desde allí espío a los que pasan con ojos sombríos.
ANNE SEXTON: ESCRIBIR PARA MORIR
N ació en Estados Unidos, en una casa normal, con unos padres adinerados, que siempre estaban peleando, llenos de vida social y de alcohol, pero juntos hasta que la muerte los separe.
Una temprana sensación de rechazo (cierta o falsa) la persiguió toda su vida (era la menor de tres hermanas) y le dio forma a mucha de su poesía.
Niña demandante, adulta demandante, fuente perenne de irritación familiar, siempre buscando llamar la atención, pasó su vida metida en el único territorio en el que se sentía segura: su hogar.
Desafiante de la autoridad y rencorosa. Adolescente llena de acné. Mujer siempre invadida de contradicciones. Desobediente en la infancia. Rebelde en la juventud. Terca toda la vida, solo por eso pudo ser poeta.
Anne Sexton se llenó de cigarros y alcohol, de pastillas para dormir y antidepresivas, de sicoanálisis, de locura, de suicidio, de poesía (se agarró de ella). Entró y salió de hospitales con su poesía en la mano. Tuvo mucha culpa y mucho miedo.
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