Una historia intelectual de la hegemonía que funcionó como la plataforma para lanzar la «guerra contra el narco» entre 1975 y 2020: primero desde un plano simbólico y luego como una campaña permanente de violencia organizada.
El fenómeno del narcotráfico en México ha estado siempre determinado por el lenguaje. Durante más de cuatro décadas, el sistema político mexicano ha logrado imponer la narrativa sobre el «narco» que la sociedad en general ha aceptado como la explicación dominante de los altos índices de violencia en el país.
Basado en una investigación de archivos oficiales, reportajes periodísticos, estudios académicos y producciones culturales sobre el tráfico de drogas, Oswaldo Zavala revisa el arco histórico del lenguaje en el que se inscriben el relato de guerra en nuestra sociedad contemporánea y la ilusión de organizaciones criminales como el enemigo doméstico. Dedica especial atención a las incontables novelas, películas, canciones, estudios académicos y piezas de arte conceptual que reiteran la misma narrativa que atribuye a los supuestos «cárteles» toda la responsabilidad de la corrupción y la violencia generalizada en México.
La guerra en las palabras busca articular una mirada por fuera de la hegemonía discursiva del «narco». La violencia —nos dice— es real, pero la explicación oficial dominante es un ardid político, una fantasía que ha permitido a las autoridades ejercer la más cruel política de gobierno en contra de la población, pero siempre legitimada por la reciclable trama de la «guerra contra el narco».
A la memoria de Julián Cardona (1960-2020), fotoperiodista, maestro y amigo, que capturó para siempre la trágica belleza de nuestra Ciudad Juárez.
A la memoria de los jóvenes estudiantes José Luis Aguilar Camargo, Rodrigo Cadena Dávila, Édgar Martín Díaz Macías, José Adrián Encina Hernández, Brenda Ivonne Escamilla Pedroza, Juan Carlos Medrano, Carlos Lucio Moreno Ávila, Horacio Alberto Soto Camargo, Jesús Armando Segovia Ortiz, Marcos Piña Dávila, Juan Carlos Piña Dávila, y los adultos Eduardo Becerra, Jesús Enríquez Miramontes, Jaime Rosales Ceniceros y Manuel Eduardo Villegas, asesinados en la colonia Villas de Salvárcar de Ciudad Juárez, el 31 de enero de 2010.
¿Cómo, desde cuándo y por qué se empezó a advertir o imaginar que lo que funciona por debajo de y en las relaciones de poder es la guerra? ¿Desde cuándo, cómo, por qué se imaginó que una especie de combate ininterrumpido socava la paz y que, en definitiva, el orden civil —en su fondo, su esencia, sus mecanismos esenciales— es un orden de batalla? ¿A quién se le ocurrió que el orden civil era un orden de batalla? ¿Quién percibió la guerra como filigrana de la paz? ¿Quién buscó en el ruido, la confusión de la guerra, en el fango de las batallas, el principio de inteligibilidad del orden, del Estado, de sus instituciones y su historia?
MICHEL FOUCAULT, Defender la sociedad
La guerra no es simple. Exige mucho tiempo de cálculo. Tiene un discurso pacifista y una esmerada justificación moral. Nunca dice “yo soy la guerra”. Dice otras cosas. No son suficientes los hechos para identificarla o comprenderla […] Analizarla con paciencia en la región o modalidad que asuma, implica distinguir y desprender la película discursiva que se le adhiere, la cubre o la distorsiona. Distinguir entre discurso y hechos en la guerra de ejércitos, en la guerra de invasión, en la guerrilla campesina, en los objetivos de seguridad nacional, en la guerra sucia, en el combate al narcotráfico regional o internacional, en la reorganización militar actual, es una tarea que a menudo se torna, como la piedra de Sísifo, interminable, o, al menos, recurrente.
CARLOS MONTEMAYOR, La guerrilla recurrente
Índice
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PRIMERA PARTE
La “Operación Cóndor” y la soberanía del Estado
(1975-1985)
SEGUNDA PARTE
El caso Camarena y la nueva doctrina securitaria
(1985-1994)
TERCERA PARTE
La invención del “jefe de jefes” en la era neoliberal
(1994-2006)
CUARTA PARTE
La guerra simulada (2006-2020)
CONCLUSIÓN
Visita guiada en el Museo de la Seguridad Nacional
INTRODUCCIÓN
La guerra en las palabras
El mayor enemigo de la verdad
no es la mentira. Es el mito.
The West Wing
DOS NOTICIAS
El 30 de enero de 2019 circularon en los medios de comunicación y las redes sociales dos noticias extraordinarias que resumían, pero también interrumpían, la trágica historia de violencia que cimbró a la sociedad mexicana entre 2006 y 2018. Esa mañana de invierno, con una inusual temperatura mínima de -16 °C a causa de un crudo vórtice polar que congeló el noreste de Estados Unidos, comenzó el último día de un alargado proceso judicial en contra de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera en un juzgado federal en la zona de Brooklyn de la ciudad de Nueva York. Durante los tres meses que duró el juicio, la fiscalía presentó 300 mil páginas de documentos, 117 grabaciones de audio y miles de fotos y horas video, además de testimonios de otros traficantes y colaboradores, para probar que el presunto jefe del “Cártel de Sinaloa” era en realidad un disminuido campesino, monolingüe y sin ninguna fortuna a su nombre, que aguardó en silencio y paciente la inapelable sentencia que lo remitiría a prisión por el resto de su vida.
Esa misma mañana, pero en la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) —electo presidente el 1 de julio de 2018— sorprendió al país con un anuncio durante su cotidiana rueda de prensa “mañanera”: la suspensión de la “guerra contra el narco”, es decir, la cancelación de la brutal estrategia de militarización en México que inició en 2006 bajo órdenes del entonces presidente Felipe Calderón y continuada por el presidente Enrique Peña Nieto hasta el final de su gobierno en 2018. En nombre del combate a los “cárteles de la droga”, la militarización dejó el siniestro saldo de más de 272 mil asesinatos y más de 40 mil desapariciones forzadas en México.
La coincidencia de estas noticias evidenció una profunda ruptura en el discurso hegemónico de la “guerra contra el narco”: mientras que el sistema judicial estadounidense enjuiciaba al mayor traficante de la historia que ahora se revelaba como un delincuente común sin mayores pretensiones, el presidente de México abandonaba la retórica que justificó la militarización del país supuestamente para confrontarlos. La fiscalía estadounidense consolidaba la derrota final del último “jefe de jefes” del “narco” y el gobierno mexicano hacía lo suyo reconsiderando al tráfico de drogas apenas como un problema de salud pública. Aquello que el nuevo gobierno mexicano se disponía a dejar atrás se correspondía con el rostro demacrado y vencido del traficante en el juzgado neoyorquino. La época de los “capos de la droga”, el largo reinado de los “cárteles”, por fin había terminado.
Por lo menos tal debió ser la interpretación de quienes estuvieron atentos a esas noticias.
Algo muy distinto ocurrió.
En el juzgado federal de Nueva York, “El Chapo” fue presentado como el líder de un imperio criminal que monopolizó el mercado de la cocaína en el hemisferio. En ese día del juicio, la fiscal Andrea Goldbarg presentó los alegatos finales en contra de Guzmán y preguntó retóricamente al jurado: “¿Quién viaja en carros blindados? ¿Quién no tiene uno, sino toda una serie de túneles de escape? ¿Quién posee una pistola incrustada de diamantes? ¿Quién tiene un sistema de comunicaciones privado? Un jefe del Cártel de Sinaloa, respondió ella”.