Si la literatura es el arte de la descripción por escrito de personajes, paisajes, situaciones… en este libro la encontraremos de primera calidad de la mano de un maestro del adjetivo: «Si fumo es para encontrar adjetivos» —confesaba él mismo. Se pueden leer en este libro pasajes descriptivos de asombrosa sensibilidad y enorme belleza.
Pero hay más en este libro. Alguna crítica de Viaje en autobús afirma que lo mejor del libro es que en él no pasa nada; pero si pasa. Pasa y mucho. El libro es una crónica social de este país en aquel momento concreto y como cualquier crónica escrita en presente sobre momentos del pasado muestra los antecedentes de las circunstancias que ahora nos acontecen. Se da la circunstancia de que el momento en que Pla elaboró esta crónica resultó ser crucial: la posguerra civil española, en que el país iniciaba su andadura por los caminos que nos han traído hasta aquí. Sabemos dónde estamos, a dónde hemos llegado. En el libro encontraremos el por qué. Lo que se narra, y se analiza, en el libro es el comienzo de las actitudes y planteamientos de aquella sociedad que, al leerlos, reconocemos como propios porque hoy siguen vigentes. Aquello que nos explica es lo que pasa en este libro. ¡Casi nada!
Josep Pla i Casadevall
Viaje en autobús
ePub r1.0
mjge 11.05.14
Título original: Viaje en autobús
Josep Pla i Casadevall, 1942
Diseño de portada: mjge
Editor digital: mjge
ePub base r1.1
JOSEP PLA
VIAJE EN AUTOBÚS
PRÓLOGOS
Cuatro palabras
En el curso de mi vida literaria, he escrito varios libros de viaje. Uno de ellos, «Cartes de lluny», que se publicó hace poco más de quince años, recibió, por parte del público, una acogida bastante cordial.
Hasta ahora, he tenido la desgracia de no poder presentar a mis lectores un libro sobre algún país remoto, exótico y extraordinario. En mis libros, no hay mosquitos, ni leones, ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro. Confieso sentir, por otra parte, poca afición por el exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados. Desde el punto de vista de la sensibilidad me daría por satisfecho plenamente si pudiera llegar a ser un hombre europeo. He sido siempre aficionado a la «mateotte» de anguilas, a la becada en canapé y a la perdiz mediterránea.
Antiguamente, el viajar, era un privilegio de los grandes. Solía ser la coronación normal de los estudios de un hombre. En nuestra época, se generalizó y abarató de tal manera que un hombre como yo ha podido vivir durante veinte años en casi todos los países de Europa, por cuatro cuartos. Pero esto, también se ha terminado. Por el momento, no viajan más que los propagandistas y los diplomáticos.
Viajaba, ciertamente, mucha gente, pero quizá, el numero de personas que se desplazaban para formar su inteligencia y enriquecer su sensibilidad ha sido menor en nuestra época que un siglo o dos atrás. En nuestro país había tres pretextos esenciales para pasar la frontera: la peregrinación a Lourdes, la luna de miel y los negocios. ¡Cuánta gente ha ido a Lourdes en los últimos decenios! Se iba allí a ver el milagro, a cantar el «Ave», a pedir a la Virgen que intercediera por nuestros pobres cuerpos y almas.
La luna de miel era otro de los grandes pretextos para hacer un largo viaje. A mi entender, sin embargo, la luna de miel es una mala época para contemplar el mundo externo con agudeza y claridad. Es cosa muy ardua ejecutar dos cosas importantes a la vez. Para salir de casa, es esta, quizá, la peor época de la vida. Si los recién casados hubieran tenido una ligera idea de su economía, nos hubiéramos ahorrado los espectáculos que todos hemos visto en la estación de Francia: verlos llegar fatigados, descompuestos, deshechos, pidiendo mentalmente a gritos las zapatillas, maldiciendo Europa y sus museos, sus monumentos y su cocina detestable. No. No es buena época la luna de miel para hacer casi nada. Lo mejor, en estos casos, es salir a tomar un rato el sol por la Diagonal o el Paseo de Gracia.
Y el tercer pretexto, los negocios, era como los anteriores. Uno viaja, generalmente, para ver las llamadas cosas inútiles del mundo —que son las únicas importantes— y los negocios no dejan tiempo para nada.
Lo esencial, para aprovechar un viaje es tomarlo como finalidad misma. Andar por el mundo un poco al azar es muy agradable. Viajar sin tener un objeto concreto, es una auténtica maravilla. Yo siento que podría curarme de todos mis vicios y de todas mis virtudes —caso de que tenga alguna—. Lo que no podré dejar jamás es mi recalcitrarte vagabundaje.
Hay que viajar para descubrir, con los propios ojos que el mundo es muy pequeño, y por tanto que es absolutamente necesario hacer un esfuerzo para dignificar la visión hasta llegar a ver las cosas en grande. Hay que viajar para darse cuenta de que una pasión una idea, un hombre, solo son importantes si resisten una proyección a través del tiempo y del espacio. No hay nada como alejarse un poco para curarse de la psicosis de la proximidad, de la deformación de la proximidad, de la que todos estamos atacados. Hay que viajar para aprender —a pesar de todo— a conservar, a perfeccionar, a tolerar. Es en este sentido, creo, que los antiguos aconsejaban el desplazamiento. Creían que era un buen método para aprender a prescindir de pequeñeces, de difusos detalles, de torcidos cubiliteos tribales, de grandiosidades escenográficas y falsas. La pieza de caza del viajar es la aventura. La aventura es la flor, el perfume del azar y de la diversidad. A veces es una puerta que se abre ante un mundo insospechado, sobre un mundo que se sabe donde empieza y no se sabe donde acaba…
* * *
En fin, ya que no se puede viajar como antes, hay que viajar de todos modos. Aquí está el fruto de mis recientes, insignificantes vagabundajes. Viajando en autobús, el vuelo es gallináceo.
La finalidad de este libro es triple: primero, aspiro, como todos los autores de libros, a ganar con él, algún dinerillo para ir tirando.
Segundo: en el momento de escribirlo he tratado de contrastar hasta qué punto puedo llegar, manejando esta lengua, a la desnudez estilística, a la simplificación máxima de la manera literaria. No tengo ningún inconveniente en confesar que el considerable esfuerzo que he debido hacer —lo digo para que a nadie se le ocurra agradecérmelo— no ha sido logrado.
Finalmente espero —y esto es cosa mía— que este libro será leído dentro de cien años cuando algún curioso —y espero, gustoso— erudito trate de resucitar la vida que estamos arrastrando —el temporal que estamos capeando.
Esta tercera finalidad, es importantísima. La segunda también. Y la primera, no digamos.
J.P.
Mas Pla, 1941-1942
A la tercera edición
Viene la tercera edición de ese libro considerablemente ampliada, lo que será del gusto, espero, de las personas que han conservado una fidelidad a sus páginas.
Ante este «viaje» algunos críticos afirmaron, a modo de exégesis, que su autor pretendió escribir un documental de la época, dar una imagen de los años que estamos pasando. Ésa, en efecto, fue la pretensión y la justificación —quizá hipotética— de su tiraje. En la presente edición esa característica está todavía, creo yo, más acusada.
J. P.
Emprendemos la marcha
U no pues, de tarde en tarde, viaja por el país. Provisto del correspondiente billete y del indispensable salvoconducto —pagando, San Pedro canta—, uno se lanza al proceloso negocio de los autobuses y de los trenes. Uno discurre cuarenta, cincuenta o más kilómetros en un coche accionado por gasolina, decorado a la manera con que solían estarlo las casas de poca formalidad en mi época de estudiante. Algunos tienen una decoración vagamente cubista sobre un fondo de color de chocolate. Otros, de un color más claro, presentan unas flores de fogosa inventiva y trazado caprichoso. ¿Qué son estas flores? ¿Nenúfares? ¿Miosotis? ¿Orquídeas?