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Prólogo
Esa historia…
El chico vivía en un barrio periférico de Madriz, un barrio obrero de clase media/baja.
Rondaba los doce años y extrañamente el mundo de la cocina le producía una fascinación inusitada, mas si cabe, si tenemos en cuenta que nadie de su familia ni allegados, tenía nada que ver con el mundo gastronómico y sus derivados.
Pelo revuelto, rubio, hiperactivo, y muy intenso desde pequeño, soñaba con grandes cosas como cualquier chico de su edad…. O no.
En realidad sus sueños eran diferentes a los que se atribuyen a un niño. No había grandes gestas deportivas ni hazañas sobre un escenario, había sartenes, humo y huevos fritos. Soñaba con algún día tener un restaurante en el que todo fuese diferente, un mundo de fantasía en el que los platos pareciesen sacados de una película de dibujos de Tim Burton, que la comida fuese tan diferente, creativa, deliciosa y loca que la gente hiciese interminables esperas para poder probar aquellos sabores, aquella experiencia única… Y lo soñó tan fuerte y con tanta convicción que muchos años después tuvo que volver a soñar cosas nuevas porque su sueño y otros muchos más que surgieron por el camino se habían cumplido tal y como él había imaginado.
Esta podría ser la historia de cualquier cuento idílico, fatuo y lleno de humo sacado de la factoría de ficción del sueño americano perfecto, pero no es así, es mi historia tal y como empezó muchos años atrás. Años en los que he logrado materializar todos aquellos castillos de nubes en el aire que había imaginado siendo un niño, castillos que incluso han resultado ser infinitamente más grandes de lo que nunca imaginé, aunque evidentemente, nada ha sido fácil, al contrario. Ha sido una historia muy intensa y vivida al límite, al filo de la navaja constantemente, en la que la motivación por conseguir grandes cosas, mejorar cada día y perpetrar un sueño han sido el motor único de mi vida, porque al fin y al cabo, motivación y sueños van de la mano. Me atrevería a decir que coexisten de forma necesaria el uno junto al otro y son indivisibles e inseparables.
Pero efectivamente el cómo llegar hasta aquí ha sido un episodio envuelto en una vorágine, incesante y larga, de sacrificios incontables y una fe ciega en mis convicciones y retos que han hecho que desde aquellos doce años en los que soñaba con los huevos fritos perfectos y grandes gestas culinarias, gran parte de mi vida haya estado encaminada a lograr ser lo que soy ahora y a poder vivir con la libertad absoluta en lo que hago y cómo lo hago… Porque a pesar de todos esos sacrificios, en muchas ocasiones, enfermizos y obsesivos al máximo nivel que me han llevado a estar contra las cuerdas a nivel físico y mental, volvería a hacer todas y cada una de las cosas que he hecho durante estos años. La sensación de triunfo personal ante los retos conseguidos es pura magia, tal cual, una sensación de alegría, fortaleza y felicidad rebosante, a la par que orgullo y satisfacción, que hace que sea algo que no lo cambiaría por ninguna otra sensación que conozco como persona. Bueno, siendo sinceros, Cristina ha barrido en intensidad y magia todas esas sensaciones, pero eso es otra historia que contaré algún día.
Sacrificios, esa es la clave de la motivación, que es exactamente lo que nos empuja a superarnos, a perseguir esos objetivos, sueños y retos aun a pesar de que existe inexorablemente una parte de sufrimiento inherente a ello.
Mucha gente, la mayoría, se sorprendería si contase cuántos, cuáles y cómo han sido esos sacrificios, muchos de ellos poco argumentables para un tercero e incompresibles, pero de una lógica y sentido aplastantes en mi cabeza.
La realidad es que cada uno tiene sus propios objetivos y retos y así debe ser, y por consiguiente, tiene que encontrar sus propias motivaciones dentro de sí, pero lo que nunca cambiará entre una persona y otra es la pasión que mueve esas motivaciones, una pasión imposible de impostar, una pasión que en ocasiones la sociedad ha perdido por completo, tristemente.
Soy de los que creen firmemente que el hecho de que sólo viviremos una vez justifica, por sí mismo, en esencia la necesidad de vivir apasionadamente aunque esto signifique salirnos de nuestra zona de confort.
Hay que ser valientes y tomar decisiones que serán cuestionadas siempre por terceros pero que encontrarán su sentido en nuestro interior, que es lo único que importa de forma vital, decisiones, que con posteridad, serán la única forma de ser consecuentes con nosotros mismos… y no, una vez más, no es la historia gaseosa y ñoña del discurso fácil, es mi vivencia personal.
Hace tres años pesaba 30 kilos más que ahora. Mi vida era la que siempre había deseado y cómo la había soñado, pero no era feliz.
Yo mismo había ido construyendo un mundo hecho a mi medida pero como consecuencia me llevaba a arrastrar otro mundo paralelo lleno de hechos y circunstancias que no me gustaban.
Me levantaba por las mañanas, me miraba en el espejo y no me gustaba lo que veía… y lo tenía aparentemente todo, pero no funcionaba, no soportaba esa sensación de pensar que las cosas eran así y mejor no tocarlas.
Error!!!!! Me di cuenta de que podía cambiar las cosas, absolutamente todo lo que no me gustaba a mi alrededor y en mi vida, por difícil que fuese e imposible que me pareciera, y lo hice. No quería vivir de esa forma, mi propio mundo gris. Estaba dispuesto a cualquier cosa en pos de lograr levantarme por las mañanas, mirarme en el espejo y pensar… SÍ!!! Me gusto, me gusto mucho y me encanta lo que soy y lo que veo, y obviamente no hablo a nivel físico, que aunque también lo cambié, no era lo absolutamente prioritario, o al menos, lo únicamente prioritario.
Porque gustarse a uno mismo es tan necesario como el aire que respiramos. Esa parcela de ego es imprescindible para avanzar y conseguir tus objetivos, para liderar cualquier cosa, por grande o pequeña que esta sea. Si tú no te quieres a ti mismo, si tú no piensas que lo que haces es la hostia, cómo se lo vas a explicar a los demás? Si tú mismo no te lo crees, nadie creerá en ti. No puedes esperar que un tercero te palmee la espalda y te diga lo bien que lo haces y lo bueno que eres. Eres tú el que tiene que tomar la iniciativa y mostrarle al mundo entero de que eres capaz de todo.
Diverxo empezó, hace nueve años, siendo una empresa con cuatro personas trabajando conmigo incluido.
Abrí Diverxo con las convicciones claras de qué quería hacer y qué no quería hacer. Dejé de ganar mucho dinero por ser fiel a mi proyecto y a sus cimientos. Estuve durmiendo durante casi un año en el sótano del restaurante porque las jornadas de trabajo eran tan largas y las horas de sueño tan cortas, que necesitaba exprimir y optimizar al máximo el tiempo.
A día de hoy, el grupo XO es mucho más que una empresa que se dedica al mundo de la gastronomía, es una forma de entender la vida y la actitud con la que se afronta esta. Una actitud ganadora y una mentalidad arrolladora en cuanto a encarar nuevos objetivos y retos se refiere. Una filosofía que está impregnada en todo lo que rodea a mi mundo y a mi gente. Gente que lleva conmigo muchos años y ha hecho de mi sueño su sueño y que han abrazado esta forma de entender la vida y la han ido acuñando cada uno con su propio sello, haciendo que en el momento actual tengamos un equipo de más de cien personas con un discurso plural y brutal alrededor de dos lemas que nos acompañan de forma irremediable en nuestro día a día: “vanguardia o morir” y “ no pain no gain ”, siendo este último el que recibe a todo el equipo en un cartel gigante cada mañana cuando llegan al restaurante.
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