Este no es un libro sobre cómo ordenar. No va de cómo organizar tu vida ni de cómo alcanzar la felicidad. Tampoco es un libro de autoayuda. No te servirá para decidir el color de tu paracaídas ni para encontrar el poder del ahora. Es una parodia. De ahí que lo hayas encontrado en la sección de libros de humor.
El orden está de moda. El caos está desfasado. Gracias, minimalismo. Gracias, deuda doméstica sin precedentes. Gracias, método KonMari.
Mi familia y mis amigos sucumbieron con gran entusiasmo al influjo del éxito de ventas de La magia del orden, del que ya se han vendido doce mil millones de ejemplares, y todos sin excepción fracasaron, una y otra vez. No es algo bonito de presenciar. Vaya, así que te arrepientes de haber tirado el bikini de ganchillo de tu abuela o el cenicero en forma de pata de cordero que hizo tu hijo, ¿no? ¡Pues qué pena, joder! Ya los has perdido para siempre, gracias a esas extrañas ideas tuyas sobre el orden.
Rompe las cadenas del orden y triunfa sobre las aburridas fuerzas de la uniformidad y la predictibilidad. Todas las casas ordenadas parecen iguales (especialmente, cuando ya no queda nada en ellas), pero una casa desordenada ofrece una forma mejor de vivir. Mejor, más respetable y más fiel al sueño americano en muchísimos aspectos.
América es la tierra de las oportunidades y la tierra de la adquisición. Canadá, aún más que Estados Unidos, gracias a los accesorios relacionados con la nieve. «Deshazte de tus cosas» es una sugerencia ridícula. Y también cobarde. Por supuesto, es más fácil repasar tus cajones e ir tirando todos tus chismes al azar (perdón, «conservar selectivamente los chismes que te producen felicidad») que enfrentarte a la semana de mierda que estés teniendo. Pero ¿no es mejor lidiar con tus problemas y no culpar a los chismes, como si el motivo por el que no recibes más sexo oral tuviera algo que ver con la ingente colección de corbatas de tu marido? Limpiar es la solución fácil. No te dejes seducir por ella. (Pero, antes de lidiar con tus problemas, vamos a intentar solucionarlos rápidamente encendiendo el portátil y comprando dos o tres cosas más para que te sientas mejor.)
A todo el mundo le encanta comprar cosas, heredar cosas, coleccionar cosas y dejar cosas dichas por ahí. La ciencia ha demostrado incluso que tener muchas cosas te convierte en una persona más abierta a ideas nuevas, más creativa y (evidentemente) más inteligente. Un estudio publicado en Psychological Science «descubrió» que «los ambientes desordenados favorecen la ruptura con la tradición y la convención»: a la gente que estaba en habitaciones desordenadas se le ocurría casi el quíntuple de ideas muy creativas que a quienes estaban en habitaciones ordenadas, y también era más propensa a elegir sabores de smoothies considerados «nuevos» frente a los «clásicos». Esto es cierto. No te obsesiones con el orden. Piensa en toda la fruta que podrías estar probando si pusieras solo un pelín más de desorganización en tu vida. O en el tiempo finito que vas a estar en este planeta antes de morir por culpa del virus del Zika, por unas espinacas sin lavar o, hablemos claro, por una probable enfermedad cardíaca.
A ver, ¿cuánto empeño tienes que ponerle a un hogar ordenado? ¿Te han lavado el cerebro para que creas que tener chismes y no preocuparte de adónde van significa que te pasa algo malo? ¿Que tendrías que caer presa de la desesperación si ni tú ni tu casa vais a salir nunca en una revista sobre decoración y estilo de vida? Aléjate de la actitud KonMari; solo traerá vergüenza y culpa a tu casa cuando acabes fracasando.
Y he aquí la mamarrachada más grande de todas: que tener la casa ordenada puede mejorar de verdad tu vida emocional. ¿Problemas de ira? Demasiadas cosas. ¿Un matrimonio desgraciado? Demasiadas cosas. ¿No puedes dormir? ¡Cosas! ¿Problemas con la digestión? No es el gluten, son tus putas cosas. Mira, ¿sabes quién era muy ordenado? Patrick Bateman, el asesino en serie de American Psycho. Y Mussolini también era un hombre muy ordenado. Le encantaba archivar papeles. ¿Ted Bundy? Más limpio que la hostia. Y, ahora, pregúntate: ¿con qué clase de gente quieres juntarte?