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Título original: El desastre del 98

AA. VV., 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

[1] Julio Senador, Castilla en escombros. Valladolid, 1915; pág. 7.

[2]Ibíd., pág. 11.

[3] Anselmo Carretero y Jiménez, Las nacionalidades españolas. Hyspamérica Ediciones. San Sebastián, 1977.

[4] Anselmo Carretero y Jiménez, La personalidad de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos. Hyspamérica Ediciones. San Sebastián, 1978.

[5] M. Tuñón de Lara, Costa y Unamuno en la crisis de fin de siglo. Madrid, 1974; pág. 36. [Llamada a nota no localizada en el cuaderno. (Intento de localización aproximada a cargo del ed. digital)].

[6] A. Ramos-Oliveira, Historia de España. México, 1952; vol. II, pág. 336. [Llamada a nota no localizada en el cuaderno. (Intento de localización aproximada a cargo del ed. digital)].

[7] Tuñón, op. cit., pág. 37. [Llamada a nota no localizada en el cuaderno. (Intento de localización aproximada a cargo del ed. digital)].

[8] M. Tuñón de Lara, La España del siglo XIX. París, 1968; págs. 337-38.

[9] Véase mi libro Sociología del 98. Ed. Península. Barcelona, 1973.

[10]Obra citada, pág 292.

[11] E. Inman Fox, La crisis intelectual del 98, Madrid, 1976. [Llamada a nota no localizada en el cuaderno. (Intento de localización aproximada a cargo del ed. digital)].

Entrega n.º 30 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado al desastre del 98.

AA. VV.

Cuadernos Historia 16 - 30

ePub r1.0

Titivillus 06.03.2020

Soldados españoles a caballo.

La firma del Tratado de París supondría para España la pérdida de los últimos residuos que mantenía de su imperio colonial. Tanto en Cuba como en Filipinas, la potencia emergente que eran los Estados Unidos de América había alentado a los movimientos independentistas ya existentes. Los conflictos generados por esta causa supondrían para la metrópoli un profundo trauma, debido a la crudeza de los combates entablados y a la dependencia que los mismos creaban para gran parte de su población.

Las posiciones regeneracionistas, hasta entonces mantenidas en estado latente, hallarían en estos hechos motivación válida para expresarse en forma amplia. La derrota bélica que producía la reducción de España a potencia de segundo orden dentro del concierto europeo servirla de esta forma como elemento inductor para la adopción de actitudes tendentes a la necesaria renovación de las estructuras básicas del país.

Hilera de soldados a la espera del «rancho».

José Martí (arriba, izquierda) Imagen de una avanzada de insurrectos (arriba, derecha).

Tienda de oficiales (centro). Formación de voluntarios en La Habana (abajo).

Por Manuel Tuñón de Larra

Catedrático de Historia Contemporánea. Universidad del País Vasco

M ADRID de fin de siglo… Madrid del café de Fornos, de «la tercera de Apolo», del estreno de La Revoltosa, de las tertulias en las salas de redacción de los diarios, por donde suele verse a un joven anarquizante que lleva paraguas rojo y se llama Martinez Ruiz. Sagasta, con sus liberales, dirige la nave gubernamental (tras el asesinato de Cánovas en el verano del 97) con serios peligros de zozobrar ante la tempestad que supone la persistencia y agravación de la guerra en Cuba y Filipinas. Sagasta (con Guillón en Estado y Moret en Ultramar) ha quitado a Weyler sustituyéndole por el general Blanco: y ha concedido una autonomía a Cuba, que los cubanos, cada día más fuertes, consideran como un torpe ardid y no aceptan (a excepción de un pequeño grupo de La Habana con Montoro y Govin), mientras que en la metrópoli un «chovinismo» ciego la considera nefasta.

La guerra se siente de una manera que el hombre de la calle no capta todavía; porque la verdad es que el madrileño paga más cara la libreta de pan, y también otros productos del mercado de abastos, pero no relaciona ambos hechos. Si se dan cuenta —en cambio— de lo que es la guerra aquellas pobres familias —en su inmensa mayoría del campo español— cuyos hijos van con el traje de rayadillo a Cuba, porque no tuvieron las 2.000 pesetas que los liberasen del servicio militar.

Pero la gente, en general, no comprende: ni sabe que los cubanos se baten por la independencia nacional, ni saben que el potencial económico y bélico de Estados Unidos es muy superior al de España. Ciertamente, unas minorías lúcidas darán la voz de alarma, el primero Pi y Margall, cuyo gesto en favor de la paz y del derecho de los cubanos le costará perder en 1898 su acta de diputado por Gerona. Y también el Partido Socialista y el joven catedrático Miguel de Unamuno que ha escrito su famoso artículo «El negocio de la guerra».

La explosión del «Maine»

Los acontecimientos se precipitan. Los norteamericanos habían enviado unos navíos de guerra a La Habana en sospechosa visita de cortesía, pocas semanas después de la elección de McKinley a la presidencia de la república: uno de ellos, el crucero