Título:
Cómo escuchar jazz
© Ted Gioia, 2016
Edición original en inglés: How to Listen to Jazz, Basic Books, 2016
De esta edición:
© Turner Publicaciones S.L., 2017
Diego de León, 30
28006 Madrid
www.turnerlibros.com
Primera edición: marzo de 2017
De la traducción: © Inmaculada Pérez Parra, 2017
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.
eISBN: 978-84-16714-86-5
Diseño de la colección:
Enric Satué
Ilustración de cubierta:
Diseño TURNER
Depósito Legal: M-11455-2017
Impreso en España
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
turner@turnerlibros.com
ÍNDICE
Para mi hermano Dana, il miglior fabbro.
Escuchar es lo más
importante de la música.
DUKE ELLINGTON
INTRODUCCIÓN
¿ Q ué puede haber más misterioso que una obra musical? Cuando lleguen los alienígenas desde su galaxia distante, entenderán sin mucho problema la alimentación, el sexo, la política; son perfectamente lógicos. Pero, en la cabeza verde con escamas, le darán vueltas a por qué la gente se enchufa música en los oídos o se pone de pie y baila cuando una banda empieza a tocar. Capitán, no podemos descifrar los mensajes ocultos en esos estallidos de sonido de tres minutos y los terrícolas se niegan a darnos la clave. Las películas de ciencia ficción se equivocan por completo: los extraterrestres no malgastarán el tiempo volando la torre Eiffel y la Casa Blanca, estarán demasiado ocupados intentando averiguar la importancia de las fugas de Bach, los rituales del panorama de la música electrónica y las reglas de improvisación del jazz.
Y eso de los recitales de jazz sería lo que más podría desconcertarlos. ¿Qué puede haber más raro que un grupo que toca la misma canción idéntica, noche tras noche, pero haciéndola diferente cada vez? ¿Cómo se descifra la clave? ¿Cómo se señala con precisión el epicentro de esa cualidad elusiva conocida como swing, que elogian con tanta prodigalidad los aficionados al jazz, pero que tanto se resiste a las explicaciones o a la medición? ¿Cómo se capta la estructura de un modismo en el que tanto parece espontáneo, inventado sobre la marcha e interpretado con pasión impetuosa, y que sin embargo está obviamente regido por
Pero todavía hay algo igual de misterioso que el jazz, a saber: los críticos de jazz. ¿Quiénes son esos oyentes expertos, facultados para traducir sonidos extraños y maravillosos en descripciones verbales, asignarles puntuaciones o calificaciones (¡a este disco recién salido le damos cuatro estrellas!) y luego pasar a la siguiente canción? La música, por definición, empieza donde termina el significado lingüístico; sin embargo, los críticos se ganan la vida rebasando ese límite, reduciendo a palabras las melodías y, de alguna manera, convenciéndonos para que demos crédito a sus juicios. Los alienígenas secuestrarán sin duda a unos cuantos críticos, los meterán en una máquina de la verdad y los obligarán a explicar los significados secretos de la composición musical humana.
Por supuesto, a muchos terrícolas les desconciertan los reseñistas de igual manera. ¿De dónde salen esas estrellas y puntuaciones? Y ellos con sus bufonadas no es que contribuyan a su credibilidad. Esos célebres reseñistas de cine que decidieron condensar sus apreciaciones eruditas en un gesto de la mano (pulgar arriba o pulgar abajo, como el público de los gladiadores) no se hicieron ningún favor a sí mismos ni a la profesión. ¿De verdad es tan fácil ser crítico? ¿A qué conclusión llegamos al ver que uno levanta el pulgar y otro lo baja? Si reseñar tiene estándares objetivos y no es mero capricho y mera opinión, ¿no deberían los que reseñan coincidir la mayoría de las veces?
El público general también tiene la sospecha profundamente arraigada, no del todo sin justificar, de que los críticos “serios” desprecian precisamente las obras de arte que le encantan a la mayoría de la gente y los éxitos de taquilla, los libros más vendidos, los singles número uno de las listas; todos son desdeñados por esos elitistas, que luego se dan la vuelta y alaban sin mesura alguna obra esotérica de la que ninguna persona razonable disfrutaría jamás. Los lectores suelen quedarse pensando si los autores no pretenderán simplemente impresionarles con su modernidad o su falsa sofisticación, más que ofrecerles una apreciación sincera de la obra en cuestión.
Los reseñistas contribuyen a este recelo al hacer que su proceder parezca opaco y misterioso. Son muy rápidos para clasificar una obra, asignándole estrellas o puntuaciones o pulgares levantados, pero rara vez nos cuentan cómo elaboran esas escalas o qué prioridades intervienen en su aplicación. Las revistas de música publican infinidad de reseñas que promocionan discos con cuatro y cinco estrellas y desestiman alternativas inferiores con dos o tres estrellas, pero ¿dónde encontramos una descripción exhaustiva del sistema de clasificación en sí? ¿Qué valores encarnan estas clasificaciones? ¿Qué conjeturas incluyen las puntuaciones y clasificaciones? Si los amantes de la música indagan en el proceso más a fondo, se topan con todo tipo de detalles sobre discos particulares, pero casi nada sobre cómo se forman los juicios críticos.
Incluso después de haber trabajado muchos años como crítico, sigo sabiendo lo que siente un novicio perplejo ante los aspectos arcanos del oficio. Cuando tenía treinta y tantos, viví en Napa un año, y con el fin de tener conversaciones inteligentes con mis vecinos (casi todos ellos trabajaban en el sector del vino), decidí ampliar mis conocimientos sobre uvas y cosechas. Era un tema de estudio grato, pero me lo tomé en serio y hasta desembolsé algún dinero que me había costado mucho ganar para suscribirme a un boletín caro de Robert Parker, el influyente connoisseur de vinos. Para gran sorpresa mía, aprendí no solo de vinos, sino también algunos giros nuevos sobre la crítica. La variedad infinita de maneras en que Parker podía describir el sabor de un vino era imponente. “Con suculentas bayas negras y azules matizadas claramente por carozos, carne ahumada, carbón y una nota de yodo medicinal, este vino concentrado de manera formidable no olvida nunca que su deber es dar vigor”. Podía leer cien o más de estas valoraciones cortas de caldos de una sentada y no tardaba en olvidarme de los vinos, de lo absorto de admiración que estaba por las muchas maneras que había encontrado Parker para aprehender sus cualidades inefables con palabras. ¿De cuántas formas se puede describir el sabor del zumo fermentado de uva? A Parker parecían no agotársele nunca las posibilidades y, en su plenitud, sus descripciones poseían cierta poesía retorcida y perspicacia metafórica. Yo estaba escribiendo un libro sobre la historia del jazz durante aquella temporada en Napa, y sigo convencido aún ahora de que mi propia capacidad para describir la música mejoró gracias a esta inmersión en la cultura y la crítica del vino.
Sin embargo, incluso después de meses de leer el boletín de Parker, seguía sin poder explicar la diferencia entre un vino al que él adjudicaba ochenta y cinco puntos y otro caldo puntuado con noventa y cinco. Disfrutaba de su prosa y disfrutaba todavía más de los vinos, pero aunque los probaba y convenía en que Parker me había conducido hasta una botella excepcional, no captaba sino vagamente qué clase de criterios delicadamente calibrados había aplicado él antes de escribir las pocas frases que usaba para describirlos.
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