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Renee Engeln - Enfermas de belleza: Cómo la obsesión de nuestra cultura por

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Renee Engeln Enfermas de belleza: Cómo la obsesión de nuestra cultura por
  • Libro:
    Enfermas de belleza: Cómo la obsesión de nuestra cultura por
  • Autor:
  • Editor:
    HarperCollins
  • Genre:
  • Año:
    2018
  • Índice:
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Enfermas de belleza: Cómo la obsesión de nuestra cultura por: resumen, descripción y anotación

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La ciencia sugiere que la belleza siempre ha sido importante. Las mujeres de hoy fueron educadas con la creencia de que podían ser lo que quisieran. Sin embargo, aún sienten la necesidad de ser hermosas. Esta desesperación por ser bellas no solo es una amenaza para la salud. Es un obstáculo en el camino que lleva a la igualdad entre los géneros.

Las mujeres de hoy se enfrentan a un desconcertante conjunto de contradicciones cuando se trata de la belleza. No quieren ser como la muñeca Barbie, pero aun así, sienten que deben tener el aspecto de Barbie. Se sienten molestas por la forma en que se consideran a las mujeres en los medios de comunicación, pero creen sin problema en esos mismos medios que las subestiman. Se burlan del absurdo ideal de belleza que hay en nuestra cultura. Hacen videos donde revelan los trucos hechos con Photoshop.
Sin embargo, no hacen sino imitar las mismas imágenes que critican. Saben que aquello que ven no es real y, sin embargo, lo siguen añorando. Son sensatas, pero el hecho de ser sensatas no es suficiente, puesto que siguen bajando aplicaciones a sus teléfonos para retocar sus selfies. Pero esas mismas jóvenes están dispuestas a opinar sobre problemas que les preocupan.
Están deseosas de iniciar una discusión. Están listas para dejar sus espejos y crear un mundo diferente para las jóvenes y para las mujeres.

Este es el libro que las ayudará a lograrlo. En él analizarán las evidencias en cuanto a la infinidad de consecuencias que tiene el monitoreo de su aspecto externo, entre ellas la depresión, los desórdenes alimenticios, las interrupciones en el proceso cognitivo y la pérdida de tiempo y dinero; y encontrarán soluciones, porque una vez tengamos una mejor comprensión sobre la forma en que nos afectan las palabras, en especial las charlas acerca del peso, y los comentarios sobre la apariencia, verán que el cambio se encuentra a su alcance.

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HACE CASI VEINTE AÑOS que di mi primer curso universitario, «La psicología de la mujer». A medida que iba conociendo a las jóvenes estudiantes de mi clase, quedaba impresionada y preocupada a partes iguales. Estas estudiantes me dejaron boquiabierta con su inteligencia y perseverancia, su humor y su constante voluntad de enfrentarse a ideas complicadas con la mente abierta. Pero algunas de las inquietudes que angustiaban a estas chicas con tanto talento me sorprendieron por su intensidad. Por descontado que les preocupaban cosas como las notas, la búsqueda de empleo o los problemas con sus parejas. Pero estas mujeres también pasaban una cantidad de tiempo alarmante preocupándose por su peso, su piel, su ropa y su pelo. Una estudiante admitió que un día se había saltado las clases simplemente porque se sentía «demasiado fea para que la vieran en público». Las demás mujeres de la clase aceptaron su explicación sin inmutarse. Sabían bien que, si eres una mujer quejándote de tu aspecto, siempre estarás en buena compañía. Tras tranquilizarla con las consabidas afirmaciones de que no era fea, le dieron unas palmaditas en la espalda, comprensivas.

Hace poco estuve con un amigo que da clases en una pequeña universidad del sur de los Estados Unidos. Sentados en la cafetería, nos pusimos al día de cómo nos iba en nuestras vidas y él empezó a contarme una anécdota sobre unos voluntariados en el extranjero que él organiza para universitarios. Un par de semanas antes de que uno de estos grupos saliera hacia un destino tropical, les pidió a sus estudiantes que reflexionaran sobre si estaban preparados para el viaje y lo dejaran por escrito en un diario de viaje. De las siete mujeres del grupo, cinco escribieron que no se sentían preparadas porque esperaban haber perdido algo de peso antes de irse. Parecían más preocupadas por el aspecto de sus cuerpos que por si habían reflexionado lo suficiente sobre el trabajo que iban a hacer durante el viaje. Ni uno solo de los chicos del grupo escribió nada de que su cuerpo «no estuviera preparado». Mientras mi amigo me contaba esta historia, me quedé literalmente boquiabierta unos instantes.

—No —respondí. No quería creérmelo.

—Sí —confirmó—. Cinco de siete.

—¿Y qué les escribiste tú como respuesta? —pregunté—. ¿Qué tipo de respuesta puedes darle a algo así?

Me dijo que no estaba del todo seguro de qué decirles; finalmente decidió asegurarles que la cultura a la que iban a visitar era muy tolerante y que no iban a criticarlas por algo así. Dudo que eso las consolara mucho. Incluso cuando viajamos, nunca acabamos de dejar atrás nuestra cultura, y es esa cultura la que llevó a esas mujeres a escribir lo que escribieron en sus diarios de viaje.

Hay demasiadas chicas jóvenes increíblemente decididas en algunos aspectos importantes de sus vidas pero que, a la vez, se desmoronan cuando están ante un espejo. Luchan con todas sus fuerzas para que las respeten, pero parece que, al menos en algunas ocasiones, darían todo lo que han conseguido sin pensárselo dos veces si a cambio pudieran rehacer su aspecto físico.

A veces me pregunto si yo y las mujeres adultas que conozco realmente somos tan distintas a esa estudiante que se saltó una clase tras mirarse en el espejo, o a esas jóvenes que no estaban listas para viajar porque no se sentían lo suficientemente delgadas. Quizá nunca nos hemos quedado en casa en vez de ir a trabajar por un caso grave de «feítis», pero ¿cuán a menudo hemos hablado entre nosotras de nuestros defectos físicos, unidas por lo horribles que son nuestras nuevas arrugas o los kilos de más que hemos ganado? ¿Cuánto tiempo extra pasamos cada día preparándonos para ir a trabajar comparadas con nuestros compañeros de trabajo masculinos? Cuando oí a una de las mujeres a las que más admiro decir a un grupo de estudiantes que ella se ponía cada día un pañuelo porque su cuello, con el paso de los años, «se había convertido en una visión horrenda», ¿por qué no nos pareció rara esa forma de hablar? ¿Por qué algunas de mis compañeras de profesión siguen preocupándose por la cantidad de guindillas con las que las valoran en una página de Internet que evalúa el atractivo físico de los profesores? Puede que ya no nos emperifollemos y posemos ante el espejo como hacen muchas jóvenes, pero lo que me preocupa es que solo sea porque ya hemos interiorizado ese espejo. Nunca lo hemos superado.

Durante los últimos quince años me he dedicado a estudiar el sufrimiento de mujeres y chicas en manos de la belleza y la imagen física. A menudo vuelvo a recordar esa primera clase que di y pienso en esa joven que no quería salir de su habitación porque se sentía demasiado fea. No me parece que sea un fenómeno aislado. Tampoco pienso que estuviera loca o que fuera demasiado presumida. Lo que sí creo es que esa chica estaba sufriendo. Sufría de la enfermedad de la belleza.

No debería sorprendernos la cantidad de mujeres que padecen esta enfermedad. Hemos creado una cultura que les dice a las mujeres que lo más importante que pueden conseguir es ser guapas. Y a continuación las machacamos con un estándar de belleza al que nunca llegarán. Después, cuando se preocupan por la belleza, les decimos que están siendo superficiales. O lo que es peor, ignoramos por completo su preocupación y les decimos que «cada uno tiene su propia belleza», y les acosejamos que se acepten a sí mismas tal como son.

He escrito este libro con la esperanza de ofrecer un camino a través de este miasma de mensajes que oímos sobre las mujeres y la belleza. Las mujeres de hoy en día —y las personas que se preocupan por ellas— se merecen una evaluación honesta y provocadora del papel que la belleza tiene en sus vidas, además de consejos científicos contundentes para saber cómo reaccionar y enfrentarse a una cultura enferma de belleza.

Además de mostrar investigaciones científicas, en este libro también contaré las historias de varias mujeres y de su lucha con la enfermedad de la belleza. Aunque todas vengan de trasfondos muy distintos, no son una muestra significativa de todas las mujeres. Simplemente son personas con una historia que contar y que han estado dispuestas a compartir conmigo. En concreto, son un grupo relativamente privilegiado, que van a cursar estudios universitarios o que ya lo han hecho. Además, ninguna de ellas es transgénero.

La mayoría de las entrevistadas me pidieron que cambiara sus nombres y los detalles que permitieran identificarlas, para proteger su privacidad y la de las personas que aparecieran en sus historias. Estos casos aparecerán marcados con un asterisco cuando aparezcan por primera vez. Aparte de algunos cambios para aclarar las historias y proteger la identidad de las protagonistas, no he modificado nada más.

Espero que al menos una de las historias de este libro te hable directamente. Independientemente de lo diferentes que seamos, estamos todas en el mismo barco. Las palabras de aquellas que ya han andado por el camino que emprendemos pueden ser una guía inestimable, y las de aquellas que se sienten solas o que no pueden seguir adelante nos pueden recordar que tenemos que cuidar las unas de las otras.

CUANDO HABLO CON niñas pequeñas, a menudo les hago la pregunta que solemos hacer tantos adultos. «¿Qué quieres ser cuando seas mayor?». Me encanta lo distintas que son las respuestas. Profesora. Científica. Astronauta. Veterinaria. Pintora. Presidenta. Pero, independientemente del tipo de vida con el que sueñen estas niñas, estoy segura de que hay muchas posibilidades de que haya dos cosas que desean ser con todas sus fuerzas: delgadas y guapas.

Las niñas empiezan a pensar en su cuerpo ideal a una edad sorprendentemente temprana. Un 34 % de las niñas de cinco años se autoimponen restricciones en su dieta «algunas veces». Un 23 % de esas niñas dicen que quieren que sus cuerpos se parezcan a los de las mujeres que ven en las películas y en televisión. Para poner esto en contexto, algunos de los logros de desarrollo importantes a los cinco años son el uso correcto del tenedor y de la cuchara o la habilidad de contar diez objetos o más. Estamos hablando de niñas que todavía están aprendiendo cómo mover sus cuerpos pero que, por algún motivo, ya están preocupadas por su aspecto físico; ya quieren ocupar menos espacio.

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