Ken Honda ha vendido más de siete millones de ejemplares de sus libros en Japón desde 2001. A partir de su experiencia financiera como dueño y director de varias empresas, sus escritos están a medio camino entre las finanzas y el desarrollo personal, con especial atención a cómo crear y fomentar la riqueza personal y la felicidad mediante el autoanálisis honesto. Actualmente vive en Tokio.
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Nota para el lector: Ciertos nombres y rasgos adicionales fueron modificados. En algunos casos, la descripción de una persona reúne la de varias.
El fragmento de The Soul of Money: Transforming Your Relationship with Money and Life se reproduce con autorización de Lynne Twist.
DINERO FELIZ
Filosofía millonaria para una vida plena
Título original: HAPPY MONEY. The Japanese Art of Making Peace with Your Money
© 2019, Ken Honda
Traducción: Enrique Mercado
Diseño de portada: Cristóbal Henestrosa
Fotografía del autor: © 2019, Ken Honda
D. R. © 2019, Editorial Océano de México, S.A. de C.V.
Homero 1500 - 402, Col. Polanco
Miguel Hidalgo, 11560, Ciudad de México
www.oceano.mx
Primera edición en libro electrónico: octubre, 2019
eISBN: 978-607-557-051-8
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.
Libro convertido a ePub por:
Capture, S. A. de C. V.
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Este libro está dedicado a todas las personas que han compartido conmigo sus experiencias y que me han enseñado las cosas hermosas que el dinero puede lograr, así como las formas desagradables en que puede afectarnos.
PREFACIO
¿TU DINERO SONRÍE?
H ace unos años tuve una experiencia muy singular que inspiró el concepto y título de este libro. Una señora a la que acababa de conocer en una fiesta me preguntó si podía ver mi cartera.
Por incómoda que esta pregunta pueda parecer a algunos, en la cultura japonesa no es inusual pedirle a alguien que nos permita conocer el contenido de su cartera. Y como en la sala había muchas otras personas, no temí que esa señora fuera a escapar con mis identificaciones… o mi dinero. Aunque un poco titubeante, le tendí mi cartera.
Me sorprendió que de inmediato se ocupara del dinero y tomara los billetes grandes.
—Éste está bien, éste también, igual este otro —decía para sí mientras evaluaba cada uno. Por un momento pensé que buscaba algo en particular. ¿Acaso hay símbolos o marcas especiales en los billetes? Pronto me di cuenta de que no buscaba nada de eso. Me asombró que se pusiera a ordenar los billetes en una forma que no había visto nunca antes—. ¡Perfecto! Todo su dinero luce muy bien —dijo mientras metía mi reorganizado dinero en la cartera y me la devolvía.
—¡Qué bueno! —exclamé confundido, aunque también aliviado de que hubiera pasado la prueba—. ¿Me permite que le pregunte qué buscaba?
—¡Nada! Sólo quería ver si su dinero sonreía o no.
Me explicó entonces que el dinero puede reír o llorar, dependiendo de cómo se le dé o se le reciba. Si se da con culpa, enojo o tristeza, “llorará”; en contraste, si se da con amor, gratitud o felicidad, sonreirá —o hasta reirá—, porque estará imbuido de la energía positiva de quien lo otorgó.
¿Puede el dinero sonreír o llorar?
¿Cambia cuando se da con cierta energía o sentimiento?
¿ QUÉ ?
Aunque para entonces gozaba ya de bienestar económico y creía saber mucho sobre el dinero, esas ideas me desconcertaron. Siempre había sido muy afortunado con el dinero. A los veinte años de edad tomé la decisión de que sería rico y feliz a los treinta. Así pues, puse un despacho contable y de consultoría y durante una década ayudé a muchas personas a resolver sus necesidades financieras y de negocios.
Entretanto, me fue muy bien, tan bien que a los veintinueve años, cuando mi esposa y yo dimos la bienvenida en nuestra vida a una hija, estuve en posibilidad de tomar la decisión de quedarme en casa a cuidarla. Aquéllos se cuentan entre los días más felices de mi vida, y ésa fue la mejor decisión que haya tomado nunca. No sólo porque me permitió pasar mucho tiempo con mi hija, sino también porque gracias a ella descubrí mi segunda carrera: la de ayudar a millones de personas a llevar una vida feliz, próspera y tranquila.
Eso sucedió un maravilloso día en que me hallaba en el parque con mi hija. Mientras nos divertíamos juntos, vi pelear a una madre y su pequeña, de la misma edad que la mía. Afligida y apresurada, la madre le gritó:
—¡Mamá tiene que ir a trabajar! Nos vamos a casa.
Pero la niña insistía:
—¡Acabamos de llegar! ¡Quiero jugar más, por favor!
Luego de unos minutos de batalla, la renuente niña fue arrastrada por su madre a casa. Sentí pena por ambas. Sabía que, de haber podido hacerlo, esa madre se habría quedado en el parque. Después de todo, aquél era un hermoso y soleado día. ¿Qué padre o madre no habría deseado en tales circunstancias jugar con sus hijos a la intemperie? En ese momento decidí que debía hacer algo. Quería ayudar no sólo a esa madre, sino también a todos los padres y personas en dificultades para llegar a fin de mes. Quería librarlos de su dolor, estrés y frustración. Aquella misma tarde, cuando mi hija se cansó de jugar decidí que escribiría un breve ensayo en el que comunicaría el conocimiento que había obtenido al paso del tiempo acerca de cómo ganar dinero y alcanzar la prosperidad.
Cuando empecé, creí que apenas podría escribir cinco páginas, pero cuando terminé mi tarea, me asombró ver que había escrito veintiséis de una sentada. Estaba tan emocionado que las imprimí, las engrapé y las regalé de inmediato a mis amigos. Para mi sorpresa, les encantó. Pronto, perfectos desconocidos me llamaban para decirme que se habían enterado de mi ensayo y querían una copia. Durante varios días imprimí copias, las engrapé y las envié a quienes las deseaban. Sin embargo, me cansé muy rápido de tener que engrapar todos los días. Cuando me quejé de esto con un amigo, me recomendó un impresor local. El vendedor en el teléfono me sugirió hacer un pedido de tres mil ejemplares para reducir costos ¡y sin pensarlo mucho dije que sí!
Días después llegaron a mi casa dos camionetas, de las que se descargó una gran cantidad de cajas. ¡Imagina la cara que puso mi esposa cuando vio las pilas de libros que llenaban un cuarto de nuestra casa! Claro que como es tan buena persona, me perdonó, aunque a medias. Esta vez lo dejaría pasar a condición de que en un mes me librara de todas las cajas.
¿Qué hice entonces? Repartir mi librito entre todos mis conocidos, y entre desconocidos también. Cuando me quedé sin ejemplares, seguí recibiendo pedidos. Al principio no sabía si lo pedían porque fuera bueno o porque era gratuito, aunque sabía que había dado con algo valioso. Pero cuando llegué a los cien mil ejemplares regalados ya no tenía dudas. Justo en ese momento me llamó un editor para preguntarme si estaba interesado en escribir un libro. Mi primera reacción fue:
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