Prólogo
Existen muy pocas verdades universales como el temor a la responsabilidad de tomar decisiones importantes; el miedo a decidir se puede observar en todas las latitudes y en cualquier cultura, sociedad y clase, entre los inteligentes y los menos dotados, entre los ricos y los pobres, incluso entre los poderosos. De hecho, como nos indican los antropólogos, se trata de una prerrogativa humana que se ha desarrollado al mismo ritmo que la capacidad de planificar nuestras acciones y de gestionar lo que nos rodea; a medida que ha ido creciendo el poder del hombre sobre la naturaleza y sobre los acontecimientos, éste se ha visto cada vez más inmerso en la tesitura de tomar decisiones complejas.
Sin embargo, paradójicamente, cuanto más aumentan el conocimiento y las capacidades operativas que nos permiten resolver problemas y controlar mejor la realidad, más complicados se vuelven nuestros dilemas. Lo cierto es que la complejidad que rige la dinámica entre el individuo y la realidad no se reduce, como ingenuamente podríamos pensar, sino que aumenta de modo progresivo con el incremento de los conocimientos científicos y de las aplicaciones tecnológicas. Por lo tanto, el hombre moderno se ve obligado a tomar decisiones mucho más complejas y numerosas que sus ancestros. Además, el progreso, al promover la asociación entre individuos, ha conducido a la estructuración de sociedades más evolucionadas y funcionales, pero también más difíciles de gestionar. Por este motivo, el hombre ha tenido que desarrollar formas de gestionar decisiones sociales, además de individuales. La carga de las responsabilidades se ha vuelto cada vez más pesada para quien debe decidir y, al mismo tiempo, las posibilidades de elección para el hombre común se han incrementado de manera progresiva. Si bien esto nos hace más libres, también complica la toma de decisiones entre las muchas opciones que tenemos a nuestra disposición: se trata de la paradoja por la que, cuantas más opciones se tienen, más se reduce nuestra capacidad de elegir.
A las dos paradojas descritas se añade una tercera: la relativa al efecto debilitador que el bienestar social ejerce sobre el sentido de la responsabilidad individual, que a su vez disminuye. Los modelos sociales y familiares protectores inducen a eludir responsabilidades personales y a delegar; es decir, cuanto más bienestar garantiza una sociedad a sus miembros, más se acomodan éstos a delegar decisiones.
«Las costumbres nos subyugan dulcemente» y, cuanto más cómodas son, más lo hacen. La comodidad de delegar la carga de las responsabilidades en los demás y de rehuir el temor de tener que decidir se ha convertido en una costumbre social, además de una tendencia de carácter individual.
No obstante, por suerte o por desgracia, hasta la existencia más acomodada nos obliga a elegir y a tomar decisiones tarde o temprano, y quien demuestra no estar a la altura se desmoraliza o sucumbe bajo un peso insostenible.
Todo esto sería ya suficiente para poner de relieve la importancia del tema del miedo a las decisiones y de cómo superarlo. Si añadimos el hecho de que quien acapara los roles sociales «importantes» debe ser capaz no sólo de decidir, sino de hacerlo del mejor modo posible y cuanto antes, sobre todo cuando es responsable de los demás, parece realmente útil, si no indispensable, ocuparse de este importante fenómeno.
Mi experiencia ya tricenal en calidad de investigador y psicoterapeuta especializado en el tratamiento de los desórdenes fóbicos obsesivos y compulsivos, así como de consejero, formador y problem solver en el campo ejecutivo, artístico y deportivo, me sitúa en una posición privilegiada para la disertación de un argumento transversal como es el de la dificultad para decidir como resultado de miedos, angustias o ansiedades, o de la no adquisición de capacidades estratégicas.
Para tomar decisiones cruciales, primero debemos ser capaces de gestionar nuestras propias percepciones-emociones primordiales, entre las que el miedo es la más importante, y estar en posesión de las competencias necesarias para la ejecución de nuestro cometido de la mejor forma posible. A tal fin, este libro presenta ante todo una especie de clasificación de la psicopatología de la decisión, fruto del trabajo desarrollado en este campo durante los últimos años en contextos muy diferentes entre sí, como la actividad clínica, el asesoramiento empresarial e institucional, los seminarios y talleres profesionales, y el trabajo sobre el comportamiento individual y colectivo. El objetivo es presentar al lector las formas de malestar que siente quien debe decidir, analizando primero los componentes más viscerales —como el miedo y sus variantes sintomatológicas— para luego observar los diferentes tipos de decisión y cómo cada uno de ellos requiere capacidades determinadas para que los llevemos a cabo de la mejor manera posible. Por tanto, trataremos el modo de intervenir en las formas del miedo a decidir, poniendo de manifiesto las estrategias más eficaces para guiar a las personas a superar sus límites. A esta parte, que podríamos definir como terapéutica para superar el miedo a tomar decisiones, sigue una última disertación relativa a las competencias y habilidades necesarias para la adquisición de la capacidad de decidir del mejor modo posible, incluso en las situaciones más críticas. Como dice Emil Cioran: «Todo problema profana un misterio; a su vez, al problema lo profana su solución».
Para terminar, narraremos a modo de ejemplo algunas historias sobre la incapacidad de decidir, superada gracias a una terapia basada en las características de la persona o en las particularidades de la decisión que ha de tomarse. En este sentido, las palabras de Friedrich Nietzsche son realmente esclarecedoras: «Pocos hombres tienen fe en sí mismos y, de esos pocos, a unos les viene dada como una útil ceguera o como un oscurecimiento parcial del espíritu (¡con qué espectáculo se enfrentarían si pudiesen verse a sí mismos hasta el fondo!), mientras que otros tienen que empezar por adquirirla; cuanto hacen de bueno, eficiente y grande es de entrada un argumento contra el escéptico que habita en ellos; hay que convencer o persuadir a ese escéptico y para ello hace falta ser casi un genio».
Las formas del miedo a decidir
Decidir siempre representa un lance, del mismo modo que elegir nos expone a continuos riesgos, pero nadie puede evitar del todo esta condición existencial que a veces resulta verdaderamente incómoda. De hecho,