Existen tantos trastornos psicológicos como seamos capaces de inventar. Sin embargo, cada uno de ellos tiene su propio remedio. De hecho, si somos buenos tendiéndonos «psicotrampas», también podemos serlo encontrando nuestras propias «psicosoluciones». Más de veinticinco años de actividad profesional y cerca de veinte mil casos tratados con éxito me han llevado a la convicción de que los seres humanos superan con creces la imaginación más desbordante a la hora de ponerse trabas o provocarse auténticas patologías; pero, al mismo tiempo, son capaces de emprender cambios tan imprevistos como extraordinarios. En otras palabras, la desastrosa actitud que los lleva a complicarse la vida tiene su contrapunto en la maravillosa capacidad de transformar los límites en recursos y los problemas en soluciones. Como es obvio, en la mayoría de los casos, la mágica transformación debe contar con la guía de un experto; pero, a veces, también acontece de manera espontánea (Nardone, 2002) o en virtud de «experiencias correctivas», iluminaciones fulgurantes y cambios de perspectiva, fruto de lo que la vida nos propone y de nuestras propias reacciones, que por azar o por elección introducen el cambio.
Las páginas que encontrarán a continuación pretenden ser una muestra de las formas más recurrentes de «psicotrampas», clasificadas según la expresión que alcanzan en nuestra percepción de las cosas; en nuestro modo de comportarnos, voluntario o involuntario; en nuestros intentos por gestionar la realidad de la mejor forma posible; y en nuestro modo de pensar y de dar sentido a las experiencias que vivimos. O sea, parafraseando a Freud, una especie de «psicopatología de la vida corriente» que llevamos cada uno de nosotros, que hemos recibido el don, o la condena, de interpretar a diario nuestra «comedia humana» debatiéndonos entre los numerosos infiernos, purgatorios y paraísos que nos creamos sin tregua.
Psicotrampas: cómo construimos lo que después sufrimos
Antes de proceder a la exposición detallada de las modalidades con las que cada uno de nosotros cava bajo sus pies la trampa en la que más tarde cae y de la que a menudo no logra salir, es importante aclarar que ninguna de estas trampas es patológica de por sí. De hecho, es su exacerbación, en respuesta a determinadas experiencias, y su representación de manera reiterada como «tentativa de solución» a tales circunstancias lo que las vuelve patógenas y responsables de la aparición de una forma específica de patología. Por ejemplo, en principio, pretender hacerse con el control de nuestras reacciones es un objetivo positivo, pero cuando esto se lleva al límite, hasta producir el efecto paradójico de la pérdida de control, se transforma en un desorden fóbico-obsesivo. Asimismo, prestar atención al grado de aceptación que los demás tienen de nosotros es un modo de desarrollar competencias relacionales, pero cuando esta conducta se convierte en extrema y alimenta la duda de ser rechazados, se torna paranoia.
Por tanto, lo que transforma nuestro comportamiento hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia el mundo en una patología psicológica es su enquistamiento en un guion de actuación inevitable. En el origen de este mecanismo no hay, como a alguno le gustaría demostrar para quedarse tranquilo, una «morbosidad» remota o una incapacidad para evaluar los efectos de nuestros actos, aunque éstos resulten exitosos. De hecho, todos tendemos a repetir lo que ha funcionado para superar obstáculos o resolver problemas. La trampa connatural a nuestra mente, que tiende a esquematizar las experiencias, se teje cuando insistimos en aplicar lo que anteriormente nos ha dado resultado sin tener en cuenta que un mismo problema en circunstancias diferentes requiere una solución distinta. A esto se debe añadir la tendencia —menos natural, pero completamente humana— a pensar que una estrategia no funciona porque no la hemos perfilado bastante o con la suficiente convicción. Y de este modo asumimos la condición de quien quiere echar abajo una pared a cabezazos y lo único que consigue es romperse la crisma.
Por tanto, en lo que a la gestión de la realidad se refiere y como seres que perciben, piensan y actúan, nos encontramos en un equilibrio constante entre cordura y demencia. Efectivamente, si llevamos nuestras virtudes al extremo, éstas se transforman en defectos, del mismo modo que (¡por suerte!), cuando aceptamos algunas fragilidades, éstas se convierten en puntos fuertes. Las distintas formas en que percibimos lo que vivimos y en que reaccionamos ante ello se transforman en veneno en caso de sobredosis, como ocurre con un medicamento; y viceversa: un veneno letal, bien dosificado, se convierte en una medicina milagrosa. La dificultad funambulesca estriba en encontrar el equilibrio en las inevitables oscilaciones que nos impone una forma de ser y de actuar cada vez más evolucionada.
Pensemos, por ejemplo, que, según el sentido común, el hecho de ser personas muy receptivas y sensibles representa una gran virtud. Sin embargo, cuando esta característica se gestiona mal, se convierte en una fuente de ansiedad que puede llevarnos a desarrollar un trastorno psíquico y comportamental. Esto mismo se puede aplicar a la inteligencia: nadie canta las alabanzas de los idiotas —o como los llamaban en el siglo XVIII , los «pobres de espíritu»—, pero si la inteligencia no se orienta ni se gestiona bien, se transforma en obsesión y en duda patológica.
Las psicotrampas, por tanto, son el resultado de la sobredosis o de la desviación de un comportamiento sano y adaptado. Quien sostiene, como defiende la psiquiatría tradicional, que eso se debe a un «sentido de la realidad» distorsionado, no tiene en cuenta el hecho de que, en la mayoría de los casos, estos procesos no son elecciones basadas en una reflexión profunda, sino más bien reacciones que surgen de manera espontánea, fruto de la repetición de un guion que hemos asumido basándonos en su eficacia.
En otras palabras: cualquiera puede tenderse psicotrampas de las que acabará siendo prisionero, no sólo quien está escasamente dotado o es frágil o ignorante.
Más bien ocurre lo contrario: a lo largo de mi experiencia clínica, he encontrado que los casos más increíbles y difíciles de tratar se dan en personas excepcionalmente dotadas. Precisamente en virtud de sus capacidades superiores, estos sujetos llevan al extremo también los problemas.
Se podría afirmar que la complicación psicopatológica es directamente proporcional a la inteligencia y a las capacidades del sujeto que la padece, pues, justo en virtud de éstas, puede cavarse una trampa mucho más profunda o construir a su alrededor una prisión o un laberinto de los que parece imposible escapar.