P arece como si estuvieran leyendo el mismo libreto.
Los adultos jóvenes describen sus viajes de fe en un lenguaje sorprendentemente parecido. La mayoría de sus historias incluyen una separación significativa de la iglesia y algunas veces del mismo cristianismo. Sin embargo, no es solo este abandono lo que tienen en común. Muchos de los jóvenes que crecieron en la iglesia y la abandonaron no tienen dudas en echarle la culpa a alguien más. Ellos señalan con el dedo, justamente o no, y dicen: «Me perdieron».
Anna y Chris son muy jóvenes. Los conocí en un viaje reciente que hice a Minneapolis. Anna es una antigua luterana, y ahora una agnóstica. Después de muchos años de sentirse desconectada, finalmente fue separada del grupo en medio de la predicación sobre «el fuego y el azufre» que el pastor dio en su boda. Chris es un antiguo católico que se convirtió en ateo por muchos años, en parte debido a la forma en que la iglesia manejó el divorcio de sus padres.
Conocí a Graham en un viaje de negocios. Un gran líder por naturaleza. Él asistía a un programa para estudiantes cristianos. Sin embargo, me confesó en cierta ocasión: «No sé si realmente creo todas estas cosas que ellos dicen. Cuando oro, siento que le estoy hablando al aire».
Mientras terminaba los últimos detalles de la edición de este libro, me encontré con Liz, una chica en sus veintes de la iglesia donde crecí en Ventura, California. Cuando ella estaba en la secundaria, yo era uno de los líderes juveniles del grupo. Liz me dijo que a pesar de haber asistido regularmente a la iglesia por tanto tiempo y haber estudiado en una universidad cristiana, luchaba con los sentimientos de aislamiento y juicio de sus compañeros cristianos. Ella conoció a una familia de otra religión y quedó impresionada. Me dijo: «Hace unas semanas decidí convertirme a su religión».
Cada historia es única y particular. Sin embargo, tienen mucho en común con la experiencia particular de miles de adultos jóvenes. Los detalles difieren, pero el tema de la separación con la iglesia surge en sus historias una y otra vez. Y esta separación es usualmente acompañada por un sentimiento de no haber podido hacer nada al respecto, de que las cosas se les salieron de las manos.
Un colega amigo mío escribió un artículo con respecto a la cantidad de jóvenes que desertaban de la religión católica. Entre los comentarios que la gente hizo de este artículo, hay dos que particularmente me llaman la atención:
Me pregunto qué porcentaje de […] católicos «perdidos» se sienten como yo: que en realidad no es que abandonara la iglesia, sino que la iglesia me abandonó a mí.
Perseveré por un gran tiempo, pensando que si continuaba luchando las cosas mejorarían. Al final me di cuenta de que estaba lastimando mi relación con Dios y conmigo mismo. Fue ahí cuando me percaté de que no tenía más opción que irme.
Los temas familiares que emergen de estas historias no son nada sencillos para los padres y los líderes eclesiales, quienes han invertido mucho tiempo y esfuerzo en la vida de los jóvenes. En verdad, las descripciones que han hecho los padres del fenómeno «me perdieron» resultan inquietamente similares. Una madre preocupada por su hijo me detuvo al final de una conferencia y me dijo: «Mi hijo estudia ingeniería en la universidad. Siempre fue un joven comprometido con el ministerio de la iglesia por muchos años, pero ahora está teniendo serias dudas sobre la pertinencia y la razón de ser del cristianismo».
El otro día almorcé con un padre de familia cristiano que estaba en el borde de las lágrimas, ya que su hijo de diecinueve años de edad había anunciado que no quería tener nada que ver con la fe de sus padres. «David, no puedo explicar la pérdida tan grande que sentimos con respecto a él. Tengo la esperanza de que vuelva a la fe, porque veo lo bueno y generoso que es. Sin embargo, es muy difícil para su madre y para mí. Y apenas puedo soportar la forma en que sus decisiones negativas afectan a nuestros hijos más pequeños. Me siento frustrado y lo único que no he hecho es pedirle que se vaya de la casa».
LAS LUCHAS DE LOS CRISTIANOS JÓVENES
Si leíste mi libro anterior, Casí cristiano, en el que escribo con Gabe Lyons, puede que te hagas la pregunta de cómo encaja este nuevo proyecto con aquella investigación. Casi cristiano responde a la pregunta de por qué los jóvenes que no son cristianos rechazan la fe cristiana y explora cómo la reputación de los cristianos, en especial los evangélicos, ha cambiado en nuestra sociedad. Ese libro se centra en las prioridades y percepciones de los jóvenes no cristianos o «los de afuera», como los llamamos.
Me perdieron, por el contrario, trata de los jóvenes «de adentro». En sus páginas encontrarás esas historias personales, irreverentes, contundentes y a menudo dolorosas de estos jóvenes cristianos (o adultos jóvenes que alguna vez se consideraron cristianos) que han abandonado la iglesia y muchas veces la fe cristiana. El título de este libro se inspira en su voz y su modo de pensar; y refleja su desprecio por la comunicación unilateral, la desconexión de una fe estructurada y el malestar con la apologética moderna que parece estar distanciada del mundo real. Me perdieron trata de sus percepciones de la iglesia, el cristianismo y la cultura. Le da voz a sus preocupaciones, esperanzas, ilusiones, frustraciones y decepciones.
Hay una generación de cristianos jóvenes que creen que la iglesia en la cual se criaron no es un lugar seguro en el que puedan tener dudas razonables. Muchos de ellos han recibido de la iglesia respuestas prefabricadas y superficiales a sus preguntas escabrosas y honestas; y abiertamente están rechazando los discursos y opiniones que han visto en las generaciones más antiguas. Me perdieron evidencia las conclusiones a las que han llegado estas personas, las cuales piensan que la iglesia institucionalizada les ha fallado.
Si esta conclusión es válida o no, lo cierto es que la comunidad cristiana no entiende bien las preocupaciones nuevas y no tan nuevas, las luchas y formas de pensar de los jóvenes errantes, y espero que Me perdieron ayude a cerrar esta brecha. Debido a mi edad (treinta y siete) y mi posición como investigador, se me pide a menudo que les explique a las generaciones anteriores la forma en la que estas nuevas generaciones piensan y que abogue por sus preocupaciones. Le doy la bienvenida a la tarea, ya que, cualesquiera que sean sus defectos, creo en la próxima generación. Creo que son importantes, y no solo por el cliché de que «los jóvenes son los líderes del mañana».