Dr. Camilo Cruz
Richard Cruz
Una nueva
generación libre de
excusas y limitaciones
TALLER DEL ÉXITO
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Editorial dedicada a la difusión de libros y audiolibros de desarrollo personal, crecimiento personal, liderazgo y motivación.
Diseño y diagramación: Diego Cruz
ISBN Impreso
ISBN 13: 978-1-60738-034-4
ISBN 10: 1-607380-34-X
ISBN ebook
ISBN 9781607381198
EPUB X Publidisa
Agradecimientos :
Este es, sin duda, el libro más importante que he escrito. ¿La razón? Con frecuencia escuchamos que los jóvenes son el futuro del país. Sin embargo, ellos son mucho más que eso. En sus manos se encuentra el destino del planeta y de este gran universo. Son nuestros futuros presidentes, líderes, emprendedores, artistas, descubridores, padres y maestros. Nuestro éxito mañana depende de nuestra habilidad para formar hoy una nueva generación, libre de excusas y limitaciones.
Richard, mi hijo, es co-autor de esta obra, no sólo por el gran trabajo que realizó en la extensa etapa de investigación, o por el admirable aporte en la composición de muchos de los apartes más trascendentales de la misma, sino porque me ha otorgado el mayor de todos los honores a los que un hombre puede aspirar: ser padre. Gracias por tu ayuda, entusiasmo e inspiración. Sin ellos, esta obra no hubiese sido posible.
También quiero agradecer a mi esposa Shirley y a mis hijos Richard Alexander, Mark Anthony y Daniel Sebastián porque cada día me enseñan lo que es vivir una vida libre de excusas y limitaciones. Su amor y apoyo incondicional son el continuo recordatorio que en esta tarea de ser esposo y padre siempre seré sólo un estudiante.
Gracias a todos los profesores, padres, consejeros, sicólogos y estudiantes que soportaron mis repetidas consultas, y enriquecieron esta obra con sus excelentes aportes, anécdotas y experiencias, de manera que fuese lo más cercana posible a la realidad que viven los jóvenes hoy en día.
A los cientos de lectores de mi libro, “La Vaca”, que desde más de 30 países compartieron conmigo muchos de los retos, desafíos, excusas, pretextos y justificaciones que utilicé como ejemplos, a lo largo de esta obra.
A todos los miembros de “El Taller del Éxito” por su actitud inquebrantable. Lo que he podido hacer es gracias a su apoyo y dedicación. “La Vaca para Jóvenes” es un brindis al compromiso de este fantástico equipo de trabajo. Gracias.
A mi madre, Leonor Saldaña de Cruz, quien con mucha paciencia leyó y releyó el manuscrito, haciendo contribuciones que sólo una persona que dedicó más de treinta años la Educación y la Enseñanza, hubiera podido realizar. Una vez más, es claro por qué ella es la mamá y yo el hijo.
A la mejor editora y correctora de estilo, mi gran amiga Nancy Camargo Cáceres. Sus extraordinarias aportaciones lingüísticas, las largas horas de consulta y sus maravillosos comentarios enriquecieron esta obra más allá de lo que sólo mis palabras hubiesen podido hacerlo.
El reloj marca las cuatro y siete minutos de la tarde en el salón de clase del profesor William Escalante, donde un grupo de jóvenes entre los catorce y diecisiete años de edad, provenientes de los únicos cuatro colegios de la pequeña ciudad de Parkville, acaba de recibir una tarea que cambiará por siempre el curso de sus vidas.
Capítulo Uno
El gran desafío
El salón de clase de la Academia Abraham Lincoln donde el profesor Escalante usualmente dicta su clase de sicología se encuentra ahora en absoluto silencio; algo inusual en aquella sala donde habitualmente transcurren algunas de las clases más animadas y bulliciosas del colegio. Sin embargo, esa tarde, cuando el profe Willy, como lo llaman afectuosamente sus alumnos, cerró la puerta tras de sí, fue como si el recinto hubiese quedado vacío. Nadie sabía qué decir.
Dentro, diez jóvenes se encuentran tumbados sobre las sillas, que han sido dispuestas en forma de círculo, sin saber cómo responder a la tarea que se les acaba de asignar. La expresión de agotamiento en sus caras hace evidente el cansancio de la jornada escolar que recién termina. Sus mentes parecen estar ya en otro lugar, muy distante de allí.
El reloj ya marca las cuatro y veintitrés minutos y, lejos de disminuir, la apatía parece ahora haberse acentuado. Algunos miran al techo o al piso, tratando de evitar cualquier contacto visual con los demás; otros apoyan la cabeza sobre la mesa o juegan nerviosamente con sus manos, incapaces de ocultar su disgusto. Dos de las chicas intercambian miradas de complicidad ante la obvia inmadurez de los muchachos para lidiar con la situación.
William Escalante suele tener este efecto en sus alumnos. Es uno de esos profesores que anda sin titubeos y dice las cosas tal como son. Sus clases no son las más fáciles pero sí las más concurridas, quizás porque busca entender a sus estudiantes y no solamente ser escuchado, porque los ve, no como son, sino como pueden llegar a ser, y los reta a pensar y a cuestionarse más allá de sus deberes escolares, aunque a veces es Escalante quien parece tener más fe en la capacidad y talento de sus estudiantes, que los que ellos mismos suelen tener. Por esta razón, en su trabajo, utiliza sus habilidades como estratega o porrista, según lo requiera la ocasión, con tal de asegurarse que aprendan y apliquen los principios necesarios para triunfar en el juego de la vida.
Recién egresado de la universidad, cuando apenas tenía 29 años de edad, Escalante había tomado la decisión que sería un maestro de aquellos que inspiran a sus alumnos a dar lo mejor de sí; se propuso ser uno de esos profesores a los que sus estudiantes recuerdan aún varias décadas después, como una de las personas que influyó positivamente en sus vidas. En los diez años que llevaba enseñando en la Academia Lincoln -trabajo que aceptó a los seis días de haberse graduado de sicólogo- cientos de estudiantes habían visto sus vidas transformadas como resultado de sus consejos y enseñanzas.
Esta era la segunda vez que Escalante organizaba la actividad que tenía a aquel grupo tan desconcertado y molesto. La idea había surgido tiempo atrás, durante el trabajo de investigación para su tesis de grado, pero sólo hasta el año anterior había logrado ponerla en marcha. El objetivo consistía en que fueran los jóvenes mismos quienes se involucraran en la proposición y desarrollo de soluciones prácticas a los retos más difíciles que enfrenta la juventud actual.
La primera vez sólo participaron los alumnos de último grado de la Academia Lincoln. Esta vez, una colega suya le sugirió integrar a estudiantes provenientes de los diferentes grados de escuela secundaria de los cuatro colegios de la ciudad. A él le pareció una idea fantástica; ahora, el reto era lograr convencer a los jóvenes de lo mismo.
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