Un joven sacerdote, en Turín, cada mañana se daba una vuelta por el «mercado general». Chicos muy jóvenes llegaban para buscar trabajo. Don Bosco (es el nombre de este sacerdote) hace todo lo posible para sacarles de la miseria y de la violencia. Abrió su Oratorio; allí los jóvenes eran ayudados a encontrar trabajo y patrones honestos, a vivir con alegría, a acercarse a Dios con la instrucción religiosa y las celebraciones de iglesia. Don Bosco fue un «narrador» extraordinario. Sus «historias» eran tan interesantes que muchos le insistieron en que las escribiera. Fascinantes, como siempre, las encuentras en este libro. Aquí te resonará su palabra viva, leerás los consejos que daba a sus muchachos. Y, sobre todo, percibirás el latir de su corazón entregado a sus jóvenes de ayer y de hoy.
Juan Bosco
Memorias del Oratorio
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Jecanre07.08.13
Título original: L’Oratorio di S. Francesco di Sales
Juan Bosco, 1876
Traducción: Basilio Bustillo
Diseño de portada: Jecanre
Editor digital: Jecanre
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SAN JUAN BOSCO. Juan Melchor Bosco Occhiena más conocido como Don Bosco (en italiano Giovanni Melchiorre Bosco) (I Becchi, 16 de agosto de 1815 - Turín, 31 de enero de 1888) fue un sacerdote, educador y escritor italiano del siglo XIX . Fundó la Congregación Salesiana, la Asociación de Salesianos Cooperadores, el Boletín Salesiano, el Oratorio Salesiano y el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Promovió la Asociación de Exalumnos Salesianos, el desarrollo de un moderno sistema pedagógico conocido como Sistema Preventivo para la formación de los niños y jóvenes y promovió la construcción de obras educativas al servicio de la juventud más necesitada, especialmente en Europa y América Latina. Fue uno de los sacerdotes más cercanos al pontificado de Pío IX y al mismo tiempo logró mantener la unidad de la Iglesia durante los duros años de la consolidación del Estado Italiano y los enfrentamientos entre éste y el Papa que ocasionó la pérdida de los llamados Estados Pontificios y el nacimiento de la Italia Unificada. Fue autor de numerosas obras, todas dirigidas a la educación juvenil y a la defensa de la fe católica, lo que lo destaca como uno de los principales promotores de la imprenta.
Introducción de San Juan Bosco
¿Por qué y para qué estas memorias?
Muchas veces me pidieron que escribiera las memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. Aunque no podía negarme a la autoridad de quien me lo aconsejaba, sin embargo, no me resolví a ocuparme decididamente de ello porque debía hablar de mí mismo demasiado a menudo.
Mas ahora se añade el mandato de una persona de suma autoridad, mandato que no me es dado eludir, y, en consecuencia, me decido a exponer detalles confidenciales que pueden dar luz o ser de alguna utilidad para percatarse de la finalidad que la divina providencia se dignó asignar a la Sociedad de San Francisco de Sales. Quede claro que escribo únicamente para mis queridísimos hijos salesianos, con prohibición de dar publicidad a estas cosas, lo mismo antes que después de mi muerte.
¿Para qué servirá, pues, este trabajo?
Servirá de norma para superar las dificultades futuras, aprendiendo lecciones del pasado. Servirá para dar a conocer cómo el mismo Dios condujo todas las cosas en cada momento.
Servirá de ameno entretenimiento para mis hijos cuando lean las andanzas en que anduvo metido su padre. Y lo leerán con mayor gusto cuando, llamados por Dios a rendir cuenta de mis actos, ya no esté yo entre ellos. Compadecedme, si encontráis hechos expuestos con demasiada complacencia y quizá aparente vanidad. Se trata de un padre que goza contando sus cosas a sus hijos queridos, mientras ellos, a su vez, se gozarán al saber las aventuras del que tanto les amó y tanto se afanó trabajando por su provecho espiritual y material en lo poco y en lo mucho. Presento estas memorias divididas por décadas, o períodos de diez años, porque en cada una de ellas tuvo lugar un notable y sensible desarrollo de nuestra institución. Hijos míos, cuando después de mi muerte, leáis estas memorias, acordaos de que tuvisteis un padre cariñoso, que os las dejó antes de morir en prenda de su cariño paternal. Al recordarme, rogad a Dios por el descanso eterno de mi alma.
Una vida enmarcada por un sueño (1815 — 1825)
Los años fabulosos (1825 — 1835)
2. Encuentros
La primera comunión
A la edad de once años fui admitido a la primera comunión. Me sabía entero el catecismo, pero de ordinario, ninguno era admitido a la primera comunión, si no tenía doce años. Además, a mí, dada la distancia (unos 5 Km.), no me conocía el párroco y me debía limitar exclusivamente a la instrucción religiosa de mi buena madre. Y como no quería que siguiera creciendo sin realizar este gran acto de nuestra santa religión, ella misma se las arregló para prepararme como mejor pudo y supo.
Me envió al catecismo todos los días de cuaresma. Después fui examinado y aprobado, y se fijó el día en que todos los niños debían cumplir con pascua (26 de marzo de 1826). Era imposible evitar la distracción en medio de la multitud. Mi madre procuró acompañarme varios días. Durante la cuaresma, me había ayudado a confesarme tres veces.
—Juanín —me repitió varias veces— Dios te va a dar un gran regalo. Procura prepararte bien, confesarte y no callar nada en la confesión. Confiésalo todo, arrepentido de todo, y promete a nuestro Señor ser mejor en lo porvenir.
Todo lo prometí. Si después he sido fiel, Dios lo sabe.
En casa me hacía rezar, leer un libro devoto y me daba además aquellos consejos que una madre ingeniosa tiene siempre a punto para bien de sus hijos.
Aquella mañana no me dejó hablar con nadie. Me acompañó a la sagrada mesa e hizo conmigo la preparación y acción de gracias, que el vicario, de nombre don José Sismondo, dirigía alternando con todos en alta voz.
No quiso que durante aquel día me ocupase en ningún trabajo material, sino que lo empleara en leer y en rezar.
Entre otras muchas cosas, me repitió mi madre muchas veces estas palabras:
—Querido hijo mío: éste es un día muy grande para ti. Estoy persuadida de que Dios ha tomado verdadera posesión de tu corazón. Prométele que harás cuanto puedas para conservarte bueno hasta el fin de la vida. En lo sucesivo, comulga con frecuencia, pero guárdate bien de hacer sacrilegios. Dilo todo en confesión; sé siempre obediente; ve de buen grado al catecismo y a los sermones; pero, por amor de Dios, huye como de la peste de los que tienen malas conversaciones.
Recordé los avisos de mi buena madre y procuré ponerlos en práctica. Me parece que desde aquel día hubo alguna mejora en mi vida, sobre todo en la obediencia y en la sumisión a los demás, que al principio me costaba mucho, ya que siempre quería oponer mis pueriles objeciones a cualquier mandato o consejo.
Me apenaba la falta de una iglesia o capilla adonde ir a rezar y a cantar con mis compañeros. Para oír un sermón o para ir al catecismo tenía que andar cerca de diez kilómetros entre ida y vuelta a Castelnuovo o a la aldea de Buttigliera. Por eso mis coterráneos venían gustosos a oír mis «sermones de saltimbanqui».