CAPÍTULO 1
¿Por qué buscar el balance?
Como seres humanos, nuestros actos diarios, sueños, deseos, decisiones y el tipo de padres que queremos ser, están compuestos siempre por una dosis de razón y otra de emoción. Nuestro cerebro oscila entre la parte más primitiva que nos hace reaccionar rápidamente ante situaciones de peligro y otra más ejecutiva que nos lleva a tomar decisiones más pensadas y razonadas. Hacemos mejor las cosas cuando actuamos en balance, cuando ponemos en armonía nuestras emociones con nuestra razón. Es por eso que la primera regla para la crianza es ser padres balanceados.
Tradicionalmente se ha educado a los niños dándoles órdenes que son inflexibles. Es una orientación mediante la que se cree que dar una buena educación es mostrar a los niños que el adulto es el que sabe y el que tiene la razón. Que a él se le debe obedecer “sin chistar”. Es un sistema vertical y dictatorial en el que se tiende a ser agresivo con el educando, para imponer la autoridad sobre este. El adulto autoritario justifica sus actos, así sean duros e hirientes, en la idea de que lo debe hacer por el bien del niño, para que aprenda, entienda las normas sociales y desarrolle respeto y obediencia. Bajo este paradigma, hay poca preocupación por cómo se siente el niño o el alumno. El fin justifica los medios. Cuando los niños son educados bajo este paradigma, el adulto logra resultados eficientes, pero siempre a corto plazo. Es un estilo que requiere de vigilancia constante, que se basa en el miedo, la amenaza, la intimidación y muchas veces el abuso. Que va dejando heridas, dolor y resentimiento en los niños. Ellos se acostumbran a responder únicamente a las expectativas del adulto, y se portan adecuadamente cuando saben que la autoridad está cerca porque sienten miedo y se sienten en peligro. Son niños que tienen baja autoestima, son poco creativos y normalmente se vuelven agresivos y rebeldes, o pasivos y sumisos. Por otra parte, en este sistema, el adulto se ve obligado a ser rudo, a hablar fuerte, gritar y enojarse; así se sienta culpable y desdichado al hacerlo. Esta metodología sigue siendo popular en algunas instituciones educativas y en algunos hogares.
Al otro extremo de la balanza y quizás en reacción a la educación autoritaria, hay un buen número de personas que defienden lo contrario. Consideran que los niños deben ser felices en todo momento y que no se les puede obligar a hacer nada que no quieran. Intentan evitar que los niños lloren. Creen que los niños deben comer y dormir solo cuando ellos lo decidan. Que para que no sufran deben dormir en la cama de los papás o en el lugar que ellos elijan. Es común oír frases como: “Pobrecito el niño, no lo hagan hacer esfuerzos”. O la de una mamá que me dijo: “Yo no traje mi hija a este mundo para que llorara, ella nunca va a llorar”. En este esquema son los padres los que tienen miedo y obedecen a los niños para que estos no se vayan a indisponer o a frustrar. En este tipo de hogares, los pequeños mandan y deciden a dónde va la familia. Exigen que les hagan todo y no asumen ninguna responsabilidad. Cualquier cosa que les pase es culpa de los demás.
Irónicamente, con este tipo de crianza, los niños sufren infinitamente. Son pequeños que por lo general lloran continuamente porque nadie logra cumplir sus deseos, casi siempre están cansados, tienen malos hábitos al dormir y al comer y viven con padres que suelen estar agobiados y agotados. Son niños que tienen poca iniciativa, tienen bajas habilidades sociales y les cuesta trabajo entender las necesidades de los demás. Sus niveles de atención y concentración también suelen ser inapropiados.
Este libro busca ayudar a los padres a encontrar ese justo balance que les permita criar a sus hijos bajo un esquema tranquilo y armónico. Para llegar a ese balance, el libro está dividido en 14 capítulos, cada uno de los cuales hace parte de un sistema que he llamado crianza balanceada. Cada capítulo habla de un tema, que interconecta con el siguiente y va creando una red de estrategias que se retroalimentan y ayudan a crear ese balance.
Es importante tener presente que ningún extremo es bueno y debe haber un balance en todo. Todos somos diferentes. Algo que funcionó muy bien con una niña puede que no funcione con otra. Las familias son distintas, las regiones también. Los horarios que son normales en un país pueden parecer una locura en otros. Es imposible que padres, abuelos, tíos eduquen de la misma manera, den la misma comida y manejen las mismas normas y reglas. Si encontramos y mantenemos un balance, los niños se adaptan a distintos estilos e incluso entienden que entre padres separados puede haber diferencias de manejo.
Este no es un sistema absoluto. No creo que exista una metodología completamente infalible que se deba seguir al pie de la letra, pero sí creo en lo que hacemos y sé que funciona. Puede parecer difícil en un principio, pero en unas semanas se ven resultados maravillosos. Los he visto en cientos de familias y en todos los jardines que siguen nuestra metodología.
CAPÍTULO 2
El buen trato
Como dije antes, para lograr una crianza balanceada se requiere pensar en la crianza como un sistema en el que todo está interconectado y cada uno de los puntos apoya y depende de los demás.
El punto de partida hacia este camino es necesariamente el buen trato.
Antes de hablar del buen trato, siempre pido a los padres contestar con sinceridad tres preguntas sencillas, que invito al lector a contestar:
¿Cómo me gusta que me traten?
¿Cómo me gusta que me enseñen?
¿Cómo me gusta que me corrijan?
Siempre escucho respuestas bastante parecidas:
“Me gusta que me traten bien”. ”Me gusta que me digan las cosas de buena manera”. “Me gusta que me traten con cariño y con buen humor”. “Me gusta que me enseñen con paciencia”. “Me gusta que me expliquen, que me den ejemplos, que me dejen ensayar”. “Cuando me corrigen me gusta que lo hagan con empatía”. “Si me corrijen, que lo hagan en privado”. “Que no me juzguen o me hagan sentir mal ante los demás”. “Si mi jefe me quiere decir algo, que me lo diga pero que también reconozca mis logros”.
Nunca, ni una sola persona me ha dicho que prefiere que la griten para aprender mejor. Que con una palmada le quedó más claro el error que cometió o que sintiéndose ridículo frente a sus compañeros de trabajo aprendió mejor su oficio.
Nuestros niños tienen que aprender muchas cosas, y en ese infinito universo de aprendizaje también tienen que aprender sobre el comportamiento y las reglas sociales. Como todos, y al igual que nosotros cuando aprendemos, se van a equivocar y van a cometer errores. En este, como en todos los momentos, tratarlos bien es indispensable. Si vamos a enseñarles algo, debe ser con buen trato. Si vamos a corregirlos, debe ser de buena manera.
Perder la paciencia, burlarse, ridiculizar, hablar duro o tratar de forma inadecuada a un niño no solo es inadmisible sino contraproducente. Nunca, bajo ninguna circunstancia se justifica darle un golpe a un niño o humillarlo con nuestras palabras para enseñarle algo o para corregir un mal comportamiento.
Lo primero que un niño necesita para entender qué significa portarse de manera adecuada, es que sus padres, sus profesores y los adultos que lo rodean se comporten bien. Pegar, gritar, castigar o humillar a un niño, no es un comportamiento adecuado y además le da la idea de que pegar y maltratar es una forma en que se puede tratar a los otros. Nadie se merece que lo traten mal y nadie aprende mejor (si es que aprende) si lo tratan mal.