Título original: Spirits of Latin America
Primera edición: agosto de 2021
© 2020, Ivy Mix
© 2021, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Penguin Random House Grupo Editorial USA, LLC
8950 SW 74th Court, Suite 2010
Miami, FL 33156
Traducción: María Laura Paz Abasolo
Fotografías del interior y de la autora: Shannon Sturgis
Diseño interior: Lizzy Allen
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ISBN 9780593312759
Conversión a formato digital: Libresque
Una exploración de la historia y la cultura de los licores latinoamericanos en forma de crónica de viaje, con asombrosas fotografías y más de 100 cócteles irresistibles que incluyen tequila, ron, pisco y más. La aclamada cantinera Ivy Mix lleva años viajando por América Latina y conociendo su cultura a través de sus bebidas locales. Tras adentrarse en la historia del tequila y otros licores tradicionales de México, Ivy sigue el rastro del azúcar a través del Caribe y más allá, terminando en Chile, Perú y Bolivia, donde los licores a base de uva, como el pisco y el singani, se han elaborado durante generaciones. Ese acercamiento le ha permitido descubrir que los cócteles latinos representan y emulan la vida y el paladar latinos, en los que resaltan el picante, la vivacidad, la fuerza y la variedad.
Disfrutando un mezcal en Candelaria Yegolé. Oaxaca, México.
INTRODUCCIÓN
Es una sencilla ley de la física: la energía no se destruye ni desaparece; se tiene que transmitir. Se libera cuando hablamos, bailamos y reímos. Los destilados latinos son la base de nuestras celebraciones.
—CARLOS CAMARENA, DESTILERÍA LA ALTEÑA
Yo crecí en un pueblo muy pequeño en el interior de Vermont. Y cuando digo pequeño quiero decir realmente minúsculo —setecientos habitantes—, de esos pueblos donde todos se conocen de nombre y no hay nada que no sepan de ti. Como se hallaba lejos de ciudades y aeropuertos, mi experiencia del mundo y su inmensidad fue bastante limitada de pequeña.
Cuando decidí estudiar en una universidad de artes liberales (de nuevo, en Vermont), mi vida cambió. El año escolar se dividía en trimestres, y cada año, durante el trimestre de invierno, estábamos obligados a salir del campus y trabajar en nuestro rubro. Yo no tenía idea de qué quería hacer ni de cuál era mi “rubro”; solo quería ir a algún lado —adonde fuera—, salir del país, aprender una lengua extranjera y ver algo distinto de aquello a lo que estaba acostumbrada. Aunque no lo distinguía muy bien aún, sufría un clásico caso de “espíritu viajero”.
Acabé en Antigua, Guatemala. Dos días después de mi llegada, me topé con el ahora famoso Café No Sé. Me senté, pedí una cerveza y traté de aparentar que mi yo de diecinueve años se hallaba a sus anchas en un bar. Disfruté tanto el lugar, que volví la noche siguiente… y cada noche después, durante los dos meses que estuve en Antigua. Cuando llegué a Vermont, contaba los días que faltaban hasta que por fin pudiera regresar, y así fue como Guatemala se convirtió en mi hogar, y el bar, en mi trabajo durante casi la mitad de todos los años de universidad. Siempre que estaba ahí, pasaba las noches trabajando y los días explorando, inmersa en esa tierra extraña que se sentía como mi casa. Antigua es un pueblito colonial particularmente pintoresco, y yo me pasaba horas cada día vagando por sus calles empedradas y visitando los mercados antes de ir a trabajar.
Lejos de curarme, esa experiencia estimuló mi espíritu viajero, que continuó creciendo. Mis viajes pronto me llevaron a otras partes de América Latina: primero, a México, a donde viajé con John, el dueño del Café No Sé, para importar de contrabando mezcal oaxaqueño en Guatemala. Luego, a Perú, y más tarde a Argentina, y más. Tiempo después me mudé a Nueva York, donde trabajé como cantinera, ingeniándomelas para viajar al sur por cualquier motivo, cada vez que podía.
En 2015 abrí mi bar, Leyenda, en Brooklyn, un lugar dedicado a celebrar las culturas latinoamericanas de las que me había enamorado. Llevaba ya siete años viviendo en Nueva York y extrañaba tanto América Latina que sabía, con toda certeza, que si no me mudaba para allá tenía que traer un poco de esa tierra a mí. Leyenda fue mi solución, la manera de unir mi pasión por los bares con mi pasión por lo latino.
Este libro es una solución más. Viajar al sur y conocer pueblos latinoamericanos y sus culturas, en parte a través de lo que suelen tomar, me enseñó a relacionarme con otros en tanto miembro de una sociedad global, y no como la isla de un solo habitante que antes había sentido que era. A través de estas páginas me gustaría ofrecer otro contexto para lograr justamente eso: unirnos a otras culturas a través de sus bebidas tradicionales.
Muchos de los cócteles clásicos súper famosos provienen de América Latina, desde el Daiquirí y la Margarita hasta el Pisco Sour y el Mojito. Sin embargo, en comparación con el resto del mundo, América Latina no tiene una cultura de coctelería. Lo que sí posee es una amplia e imprescindible tradición de destilados.
Siendo como soy una cantinera a quien le encanta experimentar con sabores, tengo a las bebidas latinoamericanas entre mis más grandes fuentes de inspiración. La riqueza cultural de esos lugares encuentra paralelo en el sabor profundo y distintivo de sus licores. Estos son como una paleta de colores; no quieres pintar con un solo azul y un amarillo, sino con todos los matices que cada uno de estos contiene. Yo quiero grandes sabores para crear mis cócteles, y en mi opinión ningún conjunto de licores y destilados tiene más espíritu, viveza y sabor Tecnicolor que los de América Latina. Desde los brillantes tonos florales del pisco peruano hasta el toque ahumado y terroso del mezcal oaxaqueño, sus sabores ofrecen una muy rica materia prima para trabajar, y de ellos se obtienen algunos de los cócteles más brillantes y vívidos que hay.