JEAN-PIERRE BASTIAN
LA MUTACIÓN RELIGIOSA DE AMÉRICA LATINA
Para una sociología del cambio social en la modernidad periférica
Primera edición, 1997
Segunda reimpresión, 2011
Primera edición electrónica, 2012
D. R. © 1997, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-1154-3
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INTRODUCCIÓN
Desde tiempos inmemoriales, América Latina ha sido una tierra de dioses y de ídolos. Pirámides al Sol y a la Luna, vestigios de templos y de cuevas sagradas nos recuerdan la riqueza simbólica de civilizaciones del eterno retorno, del tiempo sagrado cuyo calendario estaba movido por los dioses. Con las conquistas ibéricas, aquellas manifestaciones sagradas, fruto de grandes civilizaciones, han sido sustituidas por el dios de un cristianismo que encubrió a las hierofanías antiguas. Templos y catedrales cristianos se construyeron en el lugar mismo de los antiguos centros ceremoniales precolombinos. Aunque destruyeron el espacio del culto indio, estos edificios aseguraron a la vez la continuidad simbólica con la geografía sagrada y el imaginario religioso anterior. Potentes Cristos redentores y hermosas vírgenes protectoras poblaron este imaginario colonial, asegurando, por medio de un sincretismo barroco dinámico, una continuidad con el universo simbólico ancestral. Si los nombres de las divinidades cambiaron, los lugares sagrados perduraron. La geografía divina siguió inspirando a las masas para explicarles el sentido de la vida y de la muerte, del amor y del odio, de la paz y de la guerra. Santo Tomás sucedió a Huitzilopochtli y la Virgen de Guadalupe a la Tonantzintla o la de Copacabana a la Pachamama, la diosa andina de la tierra. Tras las independencias, las divinidades españolas fueron desplazadas por otras, criollas, más potentes, que se volvieron símbolos de las nacionalidades emergentes. Estas nuevas divinidades no solamente lograron vencer a las que protegían a los españoles, sino incluso confrontaron al más poderoso de todos los dioses, Moloch, el dios del Leviathan, la deidad del Estado todopoderoso. Durante más de siglo y medio, las vírgenes y los Cristos reyes combatieron al Estado republicano secularizador y consiguieron hacerle aceptar un modus vivendi, una convivencia obligada para asegurar la paz entre divinidades antagónicas.
Durante cuatro siglos y medio los pueblos de América Latina vivieron como lo habían hecho desde siempre, con un panteón ricamente poblado, donde los santos habían reemplazado a las divinidades de la naturaleza. El panteón antiguo estaba administrado por una burocracia sagrada de sacerdotes y de vírgenes del Sol. En el nuevo, les siguieron los pasos los varones de san Agustín, de santo Domingo o de san Francisco y las vírgenes de María Auxiliadora y de santa Teresa. Aunque aquéllos ejercieron prerrogativas en la gestión de los bienes simbólicos de salvación, este privilegio reconocido no impidió la multiplicación de las prácticas rituales relativamente autónomas, dentro o fuera de los templos, en los altares para los muertos, bajo los árboles protectores o en las cuevas misteriosas. Con todo, América Latina había entrado al siglo XX, sin que se produjera un cambio sustancial en la manera en que sus pueblos se relacionaban con lo divino. Aun cuando existían entornos geográficos diferentes y dioses distintos, dominaba una misma manera de practicar la religión. El actor religioso ante la divinidad suprema del panteón necesitaba la mediación y un mediador. De ahí, el privilegio de la imagen sobre la palabra y del sacerdote sobre el libre albedrío del sujeto religioso. Estos comportamientos y estas mentalidades del entorno religioso habían recorrido los siglos y otorgaban cierta homogeneidad al paisaje religioso de la región, a pesar de su diversidad de dioses y de manifestaciones religiosas. No existían diferencias sustanciales de comportamiento entre los seguidores de la Virgen de Guadalupe y los de Nuestra Señora Aparecida, entre los de la Virgen de Regla y del Cristo Redentor de Copacabana. En cada espacio nacional, infinidad de divinidades tejían, en orden piramidal, el espacio sagrado católico, dándole coherencia aparentemente inquebrantable al campo religioso. América Latina era tierra de “neocristiandad” católica, y este catolicismo toleraba multitud de manifestaciones religiosas sincréticas y subalternas, integradas en un tipo de proceso progresivo e inagotable de continua cristianización de las prácticas religiosas naturales. Lo que predominaba era cierta homogeneidad de los comportamientos y de las mentalidades religiosas.
CAMBIO DRÁSTICO
Hoy, esta realidad parece sufrir un cambio drástico. Desde hace unos 40 años, el mapa religioso de América Latina se está transformando muy rápidamente. Decenas de nuevos movimientos religiosos han surgido en todos los países de la región. Estos movimientos han conquistado, poco a poco y de manera creciente, un espacio hasta entonces monopolio absoluto de la Iglesia católica romana. Las más recientes estadísticas revelan que en ciertos países (Guatemala, Chile) y regiones (Chiapas) hasta un cuarto o más de la población ya no participa de la mediación sagrada tradicional y escapa al control de las jerarquías católicas. Aun cuando la Iglesia católica romana parece gozar todavía de legitimidad histórica, todo parece indicar que la tendencia a la atomización religiosa va creciendo y que en ciertos países o regiones se encuentra virtualmente desplazada de su papel central en la regulación del campo religioso. Desde algunos años atrás, se presentan claros indicios de que por primera vez desde los tiempos de la Conquista, la Iglesia católica romana está perdiendo el control sobre el campo religioso y sobre los dioses. Sus desesperadas y redobladas cartas pastorales y encíclicas condenando duramente a las sectas reflejan esta impotencia para contrarrestar una corriente de autonomía religiosa que la sorprende cuando pensaba poder celebrar firmemente el quinto centenario de una evangelización totalizadora. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. El campo religioso se está fragmentando en decenas de sociedades religiosas rivales, combatiéndose las unas a las otras. Ya no es la antigua lucha entre dioses paganos y cristianos; es la lucha entre divinidades cristianizadas que hacen suya la expresión libertaria de un panteón en expansión sin límites. En cierto sentido, se puede afirmar que la Iglesia católica ya no logra regular ni controlar la dinámica religiosa creativa de las poblaciones latinoamericanas.
NEBULOSA DE HETERODOXIAS
Centenares de nuevos intermediarios entre los hombres y los dioses han surgido reivindicando el papel asumido hasta ahora de manera casi exclusiva por el clero católico. No es que antes no hayan existido brujos, chamanes y muchos otros mediadores de lo sagrado; a menudo surgieron también profetas y mesías anunciando el reino de los mil años. Pero unos y otros terminaron siendo vencidos o sometidos por los dioses católicos del panteón cristiano. En cambio, los miles de nuevos dirigentes religiosos latinoamericanos actuales parecen tener todos los medios para resistir y durar en su empresa de autonomía religiosa. Por cierto, la mayoría de sus dirigentes son de extracción popular, humildes y carentes de instrucción, como la grey muy limitada que movilizan localmente; sin embargo, los hay que logran conjuntar hasta millones de seguidores y organizan gigantescas estructuras religiosas transnacionales en la región latinoamericana y aun fuera de ella. Un observador católico atento a esta evolución religiosa ha planteado recientemente un diagnóstico un poco tajante, pero contundente: las masas
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