Pistaccio Enzo - Bajo fuego cruzado. Diálogo con Andrés Allamand

Después de cuatro años, vuelves al Senado y de nuevo en la oposición. ¿Cuál fue tu primera impresión? ¿Cómo te sentiste?

Agradecido del respaldo ciudadano para volver al Senado representando a Santiago Poniente. La “imagen visual”, es decir, el porte de las bancadas, me reafirmó que habíamos quedado muy mal respecto de cuatro años atrás. Nunca nuestra representación había sido tan baja. También vi que no teníamos ni una cara nueva en nuestras bancadas. Como centroderecha, habíamos desaprovechado la gran oportunidad que tienen los gobiernos para generar liderazgos parlamentarios.

¿De quién es la responsabilidad de no haber generado nuevos liderazgos? ¿De los partidos? ¿Del gobierno?

Me imagino que de todos un poco. Ya hemos visto que la señal del primer gabinete fue muy contraria al mundo de la política y los partidos. Tampoco los cuatro años de gobierno sirvieron para advertir que el esquema de que “unos se presentan a las elecciones y otros gobiernan” no funcionaba. Lo que está claro es que el gobierno anterior no incentivó a sus autoridades a postular al Congreso.

¿Y no hay responsabilidad también en quienes aparecían como posibles candidatos?

Hablé con varios ministros que eran posibles candidatos y un par me señaló –recuerdo perfectamente la expresión que utilizaron– que la Cámara de Diputados no “estaba a la altura” y que solo estaban evaluando una postulación al Senado. ¿Qué tenían en la cabeza? El presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, había sido ministro del Trabajo y era diputado. ¡Y por Dios que jugaba un rol político relevante! Además, ninguno de esos posibles candidatos aceptaba postular si debían ganar un cupo en primarias. El único que se apartó de esa idea fue Felipe Kast, quien había sido ministro de Desarrollo Social y hoy es diputado por Santiago.

Efectivamente, la representación parlamentaria de la derecha quedó reducida. ¿En qué medida ello va a influir en el curso político del país? ¿El Congreso va a ser más o menos importante que en períodos anteriores?

El Congreso va a ser más importante porque la mayoría de las reformas “refundacionales”, partiendo por la nueva Constitución, son legislativas. El Congreso las tiene que aprobar, rechazar o modificar. Sin embargo, la Nueva Mayoría tiene en la mano, en ambas Cámaras, los quórums para casi todo. En el Senado está a un voto del que necesita para modificar las leyes orgánicas constitucionales, a dos para las reformas constitucionales que requieren tres quintos y a cuatro para alcanzar los dos tercios, que es el más alto.

Sin embargo, en el primer debate importante, el de la reforma tributaria, el gobierno no obstante que tenía los votos, negoció con la oposición. ¿Crees que esa va a ser la tónica?

No me atrevo a dar un vaticinio. En el caso de la reforma tributaria, el proyecto original era pésimo, como lo dejó al desnudo la mayoría de las opiniones expertas, incluidas muchas de partidarios del gobierno. Al mismo tiempo, surgió un fuerte rechazo en el mundo de las pequeñas y medianas empresas y en amplios sectores de clase media. El video del gobierno para convencer a la gente que la reforma la pagarían “los poderosos de siempre”, fue un completo fiasco. Y pesó la realidad: la desaceleración no es un cuento y ningún gobierno puede desentenderse de la marcha de la economía.

Pero las señales de desaceleración venían de antes, a lo menos de 2013, y el fenómeno se extiende a otras economías de la región.

Políticamente eso importa poco. Los economistas podrán quemarse las pestañas discutiendo cuándo partió la desaceleración y cuánto influyeron las pésimas señales de la reforma tributaria original. Hay gobiernos que tienen ambientes externos favorables y otros desfavorables. Los primeros se benefician y los segundos se perjudican. Lo que ningún gobierno puede pretender es que no lo juzguen por los resultados económicos. Si el desempleo tiene origen externo o interno, al cesante le importa poco: quiere que el gobierno arregle el problema. Punto.

Desde un punto de vista más general, se habla de un “fin de ciclo” y unos le agregan que será político, económico y cultural. ¿Vive el país efectivamente un fin de ciclo?

En esa línea, lo más importante es que la Concertación terminó gobernando con malas prácticas y la Nueva Mayoría partió gobernando con malas ideas. Y esas malas ideas tienen que ver tanto con la evaluación del pasado, el suyo propio, como con la visión del futuro. Un jugador de dominó diría que son malas ideas “capicúa”, igual de malas en ambos sentidos, para atrás y para adelante. Otra cosa es que desde la propia Nueva Mayoría se quiera renegar del legado de la Concertación.

¿Cuáles son los puntos convergentes que tienes con dirigentes políticos de la izquierda, como Camilo Escalona, y del centro, como Gutenberg Martínez, en la mirada sobre el pasado?

La convergencia es que valoramos lo hecho por el país desde 1990. Tenemos una mirada positiva de esa etapa, admitiendo, por supuesto, las carencias y asuntos pendientes. En ese sentido, más de alguien debiera recordar la frase que repite una y otra vez Pepe Mujica, el actual presidente de Uruguay, quien no está bajo sospecha de ser un derechista encubierto: Chile debe cuidar lo que tiene.

Para cualquier observador imparcial, al interior de la Nueva Mayoría hay dos mundos diferenciados: quienes están orgullosos de los logros de la Concertación, como proyecto de construcción país aún vigente, y quienes opinan que ese proceso histórico ya finalizó. ¿Qué piensas tú que pueda significar la agudización de esos desencuentros entre quienes apelan a lo “refundacional”, a la imagen de la retroexcavadora, con esa otra, que reivindica la vigencia de la Concertación como un proceso político inconcluso?

Quizás ahí está el verdadero fin de ciclo. El paso de Concertación a Nueva Mayoría incluyó una crítica demoledora a la obra de la Concertación. Y eso plantea diversos problemas. Uno tiene que ver con la identidad política. ¿A quién le favorece esa visión crítica del pasado? Es obvio, le favorece únicamente a los sectores de izquierda que no formaron parte y siempre fueron ácidos críticos de la Concertación, pero que ahora integran la Nueva Mayoría.

Gutenberg Martínez, líder político de la Democracia Cristiana, ha señalado que “la cuestión de fondo es que hay intentos hegemónicos de transformar el acuerdo de centro izquierda, que es la Concertación, en uno de izquierda”. Agrega que a la centro izquierda no se llega con “ondas retro”, esto es, “retroprogresismo” (que se retrotrae a los años sesenta y que, en parte, reniega de la Concertación) ni con “retroexcavadora”.

Ese es precisamente el nervio del debate entre quienes apoyan al gobierno. Gutenberg Martínez va más lejos y dice que las bases del acuerdo que animó a la Concertación son el apoyo a la democracia, respeto a los Derechos Humanos sin doble estándar y crecimiento con equidad, dejando claro que esas definiciones no son asumidas por todos en la Nueva Mayoría. Por lo tanto, los partidos que apoyan al gobierno deberán definir si prolongan o no, más allá de 2017, la actual alianza y sobre qué bases. Lo que está claro es que las posiciones más a la izquierda, incluyendo al Partido Comunista, no caben en tales bases, según la mirada de Martínez.

De acuerdo a lo que nos has expresado, ¿piensas que Marco Enríquez-Ominami está en una estrategia política de moderar su discurso rupturista de antaño, con la finalidad de ser aceptado en una futura primaria de los partidos de la Nueva Mayoría, para así dar tiraje a los “refundacionalistas” y aislar a los “concertacionistas”?

No hay duda que es así. Y MEO tiene un buen argumento para ser incluido en la Nueva Mayoría. Muchos de sus planteamientos que hace cuatro años eran rechazados por la Concertación, fueron acogidos por la nueva coalición. ¿Por qué lo van a dejar afuera? Además, no creo que sea posible que lo excluyan, ya que sería repetir el error del 2009-2010. Está claro como el agua que va a participar en la primaria.