DECISIONES
INTELIGENTES
MARK MATLOCK
Dedicatoria
Este libro está escrito para mi hijo DAX,
que empezará la escuela este año.
Espero que, a medida que crezcas,
puedas leer lo que tu padre ha escrito,
y que aprendas de mi dolor.
Reconocimientos
Quiero agradecer a Jill Miller por toda su ayuda al poner en este libro tantos casos que estudiamos juntos. Gracias además a Aaron Giesler y Chris Lyon por leer el borrador y darme retroalimentación. Quiero agradecer también a Randy Southern, mi editor, quien facilita mi trabajo de escritor, y quien hizo que este libro sea mas fácil de leer para todos. Finalmente quiero darle las gracias a Garry Friesen, cuyo libro “Decisiones: haciendo la voluntad de Dios” trajo mucha claridad a mi estudio de la Biblia con respecto a este tema.
CAPÍTULO 1
¿CAMINAR
O CORRER?
No soy un gran atleta. Dado que soy el mayor de cuatro hijos varones, podrías pensar que pasé largas horas con un balón en el patio de mi casa, junto a mis hermanos. Sin embargo, yo no soy así. Aparte de una pequeña temporada en la liga local de futbol, no tuve en mi niñez mucha experiencia en los deportes que en mi país son los principales como el beisbol, el baloncesto, o el futbol americano.
Cuando entré en la escuela secundaria, parecía que todos los chicos practicaban al menos un deporte, así que pensé que yo también debía incursionar en alguno de ellos. Estaba buscando un deporte que no tuviera mucho contacto físico. De modo que mis opciones eran el golf y el atletismo. Lamentablemente, el momento dentro del cronograma de clases en el que se practicaban estos deportes era el mismo, así que no tuve más alternativa que escoger uno de los dos.
El golf era un deporte que nunca había practicado en un campo real (salvo por algunas veces en un campo en miniatura). Sin embargo, me encantaba la idea de jugarlo, y estaba muy seguro de que lo disfrutaría. Por otro lado, yo era un corredor bastante rápido, y creía que si podía sobresalir en alguna disciplina, esta era el atletismo. ¿Cuál debía escoger?
Oré mucho antes de tomar mi decisión, y le pedí consejo a todos los que conocía. Pero cuando llegó el momento de tomar la decisión, mi mayor influencia fue mi entrenador. De todas las personas que conocía en ese tiempo de mi vida, era a quien menos respetaba. Mientras estuve en su clase, me puso todos los apodos que puedas imaginarte. Inclusive insultó a mi madre un par de veces. Este hombre no podía entender como un adolescente de 15 años había crecido sin el más mínimo conocimiento de las reglas básicas del futbol americano. Así que él me respondía de la única forma que sabía: humillándome. Pero luego, un día, me vio correr. Cuando terminé se me acercó, puso su brazo sobre mi hombro, y me dijo: “Hijo, estás en buena forma. Deberías estar en el equipo de atletismo.”
Este momento de aliento fue el que determinó mi decisión final.
Desde ese momento decidí que sería un corredor. Cada día después de clases miraba a varios chicos con pantalones especiales de golf subirse al bus y dirigirse al club local, donde practicarían sus jugadas. Mientras tanto, yo me quedaba en la escuela y corría y corría y corría hasta más no poder. Y cada día me preguntaba si había escogido sabiamente.
Finalmente llegó el día de mi primera carrera. Fui asignado para correr tres kilómetros, ocho vueltas alrededor de la pista, tan rápido como mi cuerpo me lo permitiera. Era un caluroso día de verano, pero yo igual estaba determinado a ganar la carrera y asegurarme un espacio en el equipo titular.
Cuando escuché la señal de inicio, empecé a correr. Después de dos vueltas, vomité en la pista. Pero eso no me detuvo. Seguí corriendo. ¿Les mencioné que estaba muy caluroso el día? Muy pronto, empecé a sentirme mareado y todo me empezó a doler. Volví a vomitar, escupiendo lo último que me quedaba de la pizza de peperoni que había almorzado. Y sin embargo seguí corriendo, hasta el momento en el que me desmayé.
Cuando desperté, tenía mis pies elevados y un tubo de oxígeno en la nariz. “¿Qué sucedió?”, pregunté. “Tuviste un pequeño ataque cardiaco”, me dijo mi entrenador. “¿Gané?”, pregunté. Tenía que saberlo …
Mi entrenador se rió, “Mark, te detuviste 3 metros antes de la línea de llegada y permitiste que todos se te adelantaran. ¿Qué fue lo que paso?”
Volví mi rostro hacia la ventana, y vi la llegada del bus del equipo de golf. Varios chicos se bajaron del bus, con sus refrescos en la mano. Su ropa parecía recién salida de la lavandería. Mientras tanto, mi corazón estaba adolorido, y el interior de mi boca con sabor a vómito.
“Golf”, pensé, “debí haber escogido el golf”.
CAPÍTULO 2
DECISIONES,
DECISIONS …
Las decisiones vienen en todas las formas y tamaños. Algunas son pequeñas y no tienen realmente un impacto duradero. Por ejemplo, qué cosa almorzaré, o qué es lo que voy a hacer el fin de semana. Por otro lado, hay algunas decisiones que pueden afectar tu vida en una forma mucho más profunda: qué carrera voy a estudiar y en qué universidad, o con quién me casaré. Algunas decisiones parecen muy pequeñas pero al final se convierten en grandes, y otras parecen grandes en un principio, pero luego nos damos cuenta de que no tenían mucha importancia.
La persona promedio toma cientos de decisiones por día, a menudo sin siquiera darse cuenta de que las está tomando. Por ejemplo: ¿Debo controlar mi temperamento, o me permito perder la razón? ¿Debería hablar y defenderme, o mejor cierro mi boca? ¿Debo hacer algo respecto a las necesidades de la persona que está a mi lado o mejor me hago el distraído? Estas son algunas de las decisiones que tomamos, a veces sin pensarlo mucho.
Por supuesto que no todas las decisione s se toman de esta manera. Algunas requieren que nos tomemos un tiempo para pensarlas muy detenidamente. Algunas involucran saltos de fe escalofriantes, y algunas te hacen un nudo en el estómago y te mantienen despierto toda la noche. Las decisiones de esta clase son las que te hacen meditar sobre lo increíble que es tomar decisiones todos los días, especialmente considerando que hay muchas alternativas diferentes.
Piensa que Dios, con toda su sabiduría y su poder, pudo habernos entregado un manual de vida indicando: empiece en el punto A, vaya al punto B, prosiga hacia el punto C, etc. Él pudo haber preprogramado cada momento de nuestras vidas, pudo habernos hecho como robots, esclavos a sus mandatos.
Sin embargo, él no lo hizo así. Cuando colocó al Adán y a Eva en el jardín del Edén, les fijó una única regla: no coman del árbol prohibido. Pero luego Dios incluso permitió que ellos decidieran si iban a obedecerle o no. Él les dio la libertad de escoger.
La libertad de elección separa a los humanos del resto de la creación de Dios. Los animales no tienen tal libertad. Ellos se manejan por instinto y oportunidad. Cuando un animal en la selva está hambriento, simplemente come lo que haya disponible. Cuando un animal es amenazado, ataca o huye. Cuando un animal está en celo, simplemente se aparea. No pone en consideración, por ejemplo, los beneficios de la monogamia. No hace planes para conocer a sus futuros suegros.
Nosotros, los humanos, definitivamente tenemos nuestra parte de instintos también. Pero lo que nos hace diferentes de los animales es nuestra capacidad de controlar nuestros impulsos. Los humanos tenemos la capacidad de ver las situaciones desde diferentes perspectivas. Podemos evaluar los “pros” y los “contras” antes de tomar un curso de acción. Tenemos la libertad de pensar y luego escoger.