Robert Toru Kiyosaki - Padre rico, padre pobre
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- Libro:Padre rico, padre pobre
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1997
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Padre rico, padre pobre: resumen, descripción y anotación
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¿Cómo agradecer cuando hay tantas personas a las que se les debe algo? Obviamente este libro es una muestra de agradecimiento a mis dos padres, quienes fueron influyentes modelos a seguir, y a mi madre, quien me enseñó sobre el amor y la gentileza.
A Kim, mi esposa —compañera en el matrimonio, los negocios y la vida—, es la persona que más se involucró para que este libro se volviera una realidad. Ella hace que mi vida esté completa.
Nacido y criado en Hawái, Robert es un estadounidense-japonés de cuarta generación. Proviene de una prominente familia de educadores. Su padre fue director de educación del Estado de Hawái. Después de la preparatoria, Robert fue educado en Nueva York y, tras su graduación, se unió al Cuerpo de Marines de Estados Unidos y viajó a Vietnam como oficial y piloto de un helicóptero de artillería.
Al regreso de la guerra comenzó su carrera de negocios. En 1977 fundó una compañía que introdujo al mercado las primeras carteras «de surfista» hechas de nylon y velcro, que se convirtieron en un producto de ventas multimillonarias en el mundo entero. Él y sus productos fueron presentados en las revistas Runner’s World, Gentleman’s Quarterly, Success Magazine, Newsweek, incluso en Playboy.
Al dejar el mundo de los negocios, fue cofundador, en 1985, de una compañía educativa internacional que operaba en siete países, enseñando negocios e inversión a decenas de miles de graduados.
Después de retirarse a la edad de 47 años, Robert hace lo que más disfruta… invierte. Preocupado por la creciente brecha entre los que tienen y los que no tienen, Robert creó un juego de mesa denominado CASHFLOW, que enseña el juego del dinero antes solo conocido por los ricos.
A pesar de que el negocio de Robert son los bienes raíces y el desarrollo de compañías de pequeña capitalización, su verdadero amor y pasión es la enseñanza. Ha compartido el escenario en conferencias con grandes como Og Mandino, Zig Ziglar y Anthony Robbins. El mensaje de Robert Kiyosaki es claro. «Asuma la responsabilidad por sus finanzas u obedezca órdenes toda su vida. Usted es el amo del dinero o su esclavo». Robert ofrece clases que duran entre una hora y tres días, para enseñar a la gente sobre los secretos de los ricos. Aunque sus materias van desde la inversión en pos de altos rendimientos y bajo riesgo, enseñar a sus hijos a ser ricos, fundar compañías y venderlas, tiene un sólido mensaje trepidante. Y ese mensaje es: «Despierte el genio financiero que lleva dentro. Su genio está esperando salir».
Lección 1.
Los ricos no trabajan
para obtener dinero
La gente pobre y la de la clase media trabajan para obtener dinero. Los ricos, en cambio, hacen que el dinero trabaje para ellos.
—Papá, ¿me puedes decir cómo volverme rico?
Mi padre dejó a un lado el periódico vespertino. «¿Para qué quieres volverte rico, hijo?».
Porque hoy la mamá de Jimmy llegó en su Cadillac nuevo. Iban a su casa de la playa a pasar el fin de semana. Llevaron con ellos a tres de los amigos de Jimmy, pero a mí y a Mike no nos invitaron. Nos dijeron que no lo hicieron porque éramos pobres.
—¿Ah sí?, —preguntó mi padre con incredulidad.
—Ajá, así fue, —contesté, herido.
Papá sacudió la cabeza en silencio, se empujó los lentes hasta el puente de la nariz y continuó leyendo el periódico. Yo me quedé ahí parado, esperando una respuesta.
Eso fue en 1956, cuando tenía nueve años. Por aras del destino, asistía a la misma escuela pública a la que la gente rica enviaba a sus hijos. Vivíamos en un pueblo en donde había plantaciones de azúcar. Los capataces de las plantaciones y otras personas con medios económicos —como doctores, dueños de negocios y banqueros— inscribían a sus hijos en esa primaria, y, por lo general, los enviaban a escuelas privadas en cuanto terminaban el sexto grado. Yo asistí a esa escuela porque mi familia vivía del mismo lado de la calle en que esta se encontraba.
Si hubiera vivido del otro lado, habría ido a otra escuela, con niños de familias más parecidas a la mía y, al terminar, tanto ellos como yo, habríamos ido a secundarias y preparatorias públicas. Las escuelas privadas no habrían sido una opción.
Al fin, mi padre volvió a soltar el periódico. Comprendí que estaba pensando.
—Pues, verás, hijo…, —comenzó a decir lentamente—, «si quieres ser rico, tienes que aprender a hacer dinero».
—¿Y cómo hago dinero?, —le pregunté.
—Pues usa la cabeza, hijo —dijo, con una sonrisa. Incluso entonces supe lo que eso significaba. Era algo como: «Eso es todo lo que te voy a decir» o «No sé la respuesta, así que no me avergüences».
A la mañana siguiente le conté a Mike, mi mejor amigo, todo lo que mi padre me dijo. Yo había notado que Mike y yo éramos los únicos chicos pobres de la escuela. Él también estaba ahí por casualidad. Alguien trazó una desviación en el distrito escolar, y por eso él y yo terminamos siendo compañeros de niños ricos. En realidad, no éramos pobres, pero nos sentíamos así porque todos los otros chicos tenían guantes de béisbol, bicicletas recién compradas y todo nuevo.
Mamá y papá nos daban lo esencial, como alimento, techo y ropa, pero eso era todo. Papá solía decir: «Si quieres algo, trabaja para conseguirlo». Nosotros queríamos cosas, pero no había muchos empleos disponibles para niños de nueve años.
—¿Entonces qué hacemos para conseguir dinero?, —preguntó Mike.
No lo sé, —le contesté—. ¿Pero quieres ser mi socio?
Mike accedió y, por eso, el siguiente sábado, temprano, se convirtió en mi primer socio de negocios. Pasamos toda la mañana haciendo una lista con ideas para hacer dinero. De repente también hablamos de todos los «chicos populares» que se estaban divirtiendo en la casa de Jimmy. Fue un poco doloroso, pero también benéfico porque la pena nos inspiró a seguir pensando en alguna manera de hacer dinero. Finalmente, un rayo nos iluminó por la tarde. Fue una idea que Mike sacó de un libro de ciencias que había leído. Emocionados, estrechamos las manos: nuestra sociedad ya tenía un negocio.
Las siguientes semanas, Mike y yo anduvimos corriendo por el vecindario. Tocamos todas las puertas y les pedimos a los vecinos que nos guardaran los tubos vacíos de pasta dental. Después de mirarnos intrigados, casi todos los adultos asintieron con una sonrisa. Algunos nos preguntaron qué pensábamos hacer, pero invariablemente respondimos: «No podemos decirle, es un negocio secreto».
Conforme pasaron más semanas, mi madre empezó a ponerse nerviosa porque, para almacenar nuestro material, elegimos un lugar junto a su lavadora. En una caja de cartón que alguna vez estuvo llena de botellas de «cátsup», nuestro pequeño montículo de tubos usados de pasta siguió creciendo.
Pero llegó un momento en que mamá se impuso. El hecho de ver los arrugados y sucios tubos de pasta dental de sus vecinos le colmó el plato. —¿Qué traen entre manos, muchachos? —nos preguntó—. Y no me salgan otra vez con que se trata de un negocio secreto. Si no acomodan este cochinero, voy a tirar todo a la basura.
Mike y yo le imploramos que no lo hiciera. Le explicamos que muy pronto tendríamos suficientes y podríamos empezar la producción. También le informamos que estábamos esperando que algunos vecinos más se acabaran la pasta que aún tenían, para poder usar los tubos. Mamá nos dio una semana de plazo.
La fecha para iniciar la producción tuvo que cambiarse y la presión subió al máximo. ¡A mi primera sociedad la amenazaba un aviso de desalojo por parte de mi propia madre! Mike se hizo responsable de avisarles a los vecinos que necesitábamos que se apuraran. Les dijo que, de todas maneras, el dentista quería que se cepillaran con más frecuencia. Yo me encargué de ensamblar la línea de producción.
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