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Robert Toru Kiyosaki - 8 lecciones de liderazgo militar

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Robert Toru Kiyosaki 8 lecciones de liderazgo militar

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Por qué le pedí a
Dave Leong que escribiera
sobre el Código de Honor

Tal vez te sorprendería saber la frecuencia con que hablamos en The Rich Dad Company del Código o Código de Honor. Y cada vez que lo hacemos traigo a Dave Leong y le pido que nos cuente su experiencia en la Fuerza Aérea.

En Rich Dad tenemos un Código de Honor aplicable a nuestra empresa y a todos nuestros socios. Asimismo, siempre alentamos a nuestros empleados a que implementen códigos similares en sus propios negocios y en sus relaciones profesionales. Incluso les sugerimos que establezcan un Código para sus familias, así como lo hicimos Kim y yo. El código es un estándar al que nos aferramos y nos comprometemos, y los únicos responsables de obedecerlo somos nosotros mismos.

No siempre resulta sencillo obedecer el Código en la vida o lidiar con las consecuencias de que tú u otros violen sus principios, pero hay algo que sí es muy claro: cuando hay un código, siempre sabes cuál es tu posición, qué esperan los otros de ti y qué puedes esperar tú de los otros.

Dave nos cuenta sus experiencias en la Fuerza Aérea, las vivencias bajo el Código de Honor y la forma en que este modificó su perspectiva cuando se atrevió a invertir y abrir sus propios negocios.

Gracias, Dave.
—Robert Kiyosaki

El Código de Honor
por Dave Leong

Cuando Robert se acercó a mí y me pidió que escribiera una breve historia de mis experiencias como graduado de la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, me agarró un poquito desprevenido. Me sentí honrado pero también ligeramente horrorizado al mismo tiempo. ¿Por qué? Porque soy una persona que no suele compartir sus experiencias. Y porque no soy autor.

No obstante, en el tiempo que he pasado con Robert en The Rich Dad Company, siempre ha habido un mensaje que me ha llegado profundamente: el crecimiento viene con el cambio. Así que, aquí vamos.

Robert me pidió específicamente que escribiera sobre el Código de Honor bajo el que viví y serví en el tiempo que pasé en la Academia de la Fuerza Aérea y mientras estuve en servicio en la Fuerza Aérea, pero también sobre cómo lo aplico ahora en mi vida y mis actividades como aspirante a empresario e inversionista.

Para empezar, el Código de Honor de la Academia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos es: «No mentiremos, robaremos, haremos trampa ni toleraremos a ninguno de los nuestros que lo haga».

Todas las academias militares —Academia de la Fuerza Aérea, Academia Naval, Academia Militar de West Point, e incluso la Academia de la Marina Mercante— conservan y respetan el Código de Honor. Las universidades estatales, en cambio, no tienen código de honor, ni siquiera las privadas.

Honestamente creo que podría aburrirte con un recuento de todos los problemas de habitante del primer mundo que tuve en la academia y con la historia de lo mucho que se me dificultó vivir bajo un Código de Honor porque era un universitario cabeza hueca. Pero prefiero decirte que lo más maravilloso de cualquier código de honor o de conducta —ya sea el usado en la academia militar, en el servicio activo, en una compañía del ámbito civil o en tu propio negocio—, es que saca a la persona de la situación y provee permiso. Es decir, el código permite a todas las personas de la organización convocar a sus colegas y al liderazgo. El código deja fuera el aspecto individual o personal y se enfoca en que la gente respete las reglas y ponga a la organización en primer lugar. ¿Te suena familiar?

Voy a recurrir a una experiencia breve pero muy significativa que tuve estando en las fuerzas armadas y que me ayudó a formarme como persona y trabajar para añadirle valor a este mundo:

Después de invertir más de tres años de trabajo arduo, estudio y disciplina, por fin llegamos a nuestro último año —el del Primer Grado— de El zoológico (como le decíamos a la academia de cariño). A algunos de mis amigos y a mí nos gustaban las motocicletas deportivas; nos encantaban las elegantes y sexis líneas del diseño de las motocicletas Ducati, Suzuki y Honda. El aroma del tubo de escape, la cantidad de torque que produce la línea, el manejo en las curvas y la alta velocidad resultaron ser demasiado atractivos para estos cuatro universitarios con algo de dinero en efectivo.

El problema era que El zoológico tenía una política que les prohibía a los cadetes tener motocicletas. Como nos sentíamos intocables hasta cierto punto, decidimos comprarlas de todas maneras y guardarlas en el departamento de un amigo (lo cual también estaba prohibido). Porque, ¿qué podría salir mal?

Unos meses después, sin embargo, nuestro amigo, el dueño del departamento tuvo, con la que muy pronto se convertiría en su exnovia, un desencuentro a gritos provocado por el alcohol. Los gritos fueron suficientemente fuertes para que la gente llamara a la policía y, en cuanto se descubrió que nuestro amigo era cadete, la policía contactó a la Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea (AFOSI, por sus siglas en inglés). No sé, imagínate al FBI en acción.

La chica, que ahora fungía como exnovia, se aseguró de hacerle saber a la AFOSI que otros cadetes, o sea nosotros, guardábamos nuestras motocicletas en el departamento. Ella sabía bien cuáles podrían ser las repercusiones pero, bueno, nosotros también.

La AFOSI hizo un trabajo tan preciso como el de un cirujano y nos interrogó por separado, así que, incluso si hubiéramos querido armar una coartada, nos habría sido imposible.

Pero nada importó. Aunque no nos habíamos comportado con toda rectitud y, de hecho, rompimos algunas de las reglas y lo sabíamos, nos apegamos al Código de Honor y no negamos lo que habíamos hecho.

A mi mejor amigo y compañero de cuarto lo interrogaron también. Aunque él no tenía motocicleta, obviamente estaba enterado de que yo sí. Él coopero y dijo la verdad. No se sintió genial al respecto porque sabía lo que su declaración podría implicar para mí. Valoré el hecho de que se sintiera así pero, si no hubiera dicho la verdad, me habría molestado muchísimo porque lo conocía y esperaba que se comportara con rectitud.

Las preguntas que le hicieron fueron muy precisas y él contestó con la verdad. Ambos habíamos firmado y aceptado que viviríamos bajo las reglas del Código de Honor, y eso fue exactamente lo que hicimos. No hubo resentimientos de ninguna especie. En ese momento ya no se trataba de él ni de mí sino del Código de Honor y de si lo obedeceríamos o no.

Todo esto sucedió a tan solo unos tres meses de la graduación, así que nuestra decisión de adquirir motocicletas tenía el potencial para convertirse en un desastre. Si el Comandante de Cadetes —un coronel— lo decidía así, no nos permitirían graduarnos, nos expulsarían de El zoológico y luego tendríamos que cumplir nuestro compromiso como parte de los cuerpos Enlistados.

Tomando en cuenta que todo eso estaba en riesgo, podrás imaginarte que la tentación de mentir podría ser fuerte para mucha gente, independientemente de si se trataba de El zoológico o de una universidad tradicional. Al final no tomamos en cuenta este aspecto y solo decidimos comportarnos como hombres, aceptar la responsabilidad y conservar nuestra integridad.

Aunque el proceso no fue divertido y aunque durante cuatro semanas colgó sobre nuestras cabezas la muy real posibilidad de que nos corrieran, nos concedieron la oportunidad de graduarnos. Pero si no nos hubiéramos apegado al Código de Honor y hubiéramos mentido, te aseguro que nos habrían sacado al instante.

Debo reiterar que el código es lo que permite sacar a la persona, el ego y las decisiones viscerales de la ecuación. Establece el estándar que se espera de todos y le permite a cada integrante de la organización —del secretario al presidente—, señalar a quien no obedezca el código.

El Código de Honor nos facilitó muchísimo funcionar en el ambiente de El zoológico y mantener el estándar. Aunque nuestro «Código de Honor» parece aburrido y exagerado, a todos los que estuvimos de acuerdo en obedecerlo nos proveyó un estándar. Puedes ponerle el nombre que gustes pero todos deben conocer el código y adherirse a él: tú —como dueño del negocio—, tus empleados y cualquier otro despacho, consultores o asesores externos con los que trabajes. Porque si no tienes un código te arriesgas a terminar en un caos.

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