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Walter Benjamin - El autor como productor

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Walter Benjamin El autor como productor
  • Libro:
    El autor como productor
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    ePubLibre
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    1966
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El autor como productor: resumen, descripción y anotación

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Se trata de ganar a los intelectuales para

la causa obrera, haciéndoles tomar

conciencia de la identidad que hay entre

su quehacer espiritual y su condición de

productores.

Ramón Fernández

EL AUTOR COMO PRODUCTOR

U stedes recuerdan cómo procede Platón con los poetas en el proyecto de su Estado. Les prohíbe permanecer en él, en interés de la comunidad. Platón tenía un concepto elevado del poder de la poesía. Pero la consideraba dañina, superflua; en una comunidad perfecta, se entiende. Desde entonces no ha sido frecuente que la cuestión acerca del derecho de existencia del poeta se planteara con igual énfasis. Sólo pocas veces llega a plantearse en esta forma, y precisamente ahora vuelve a plantearse así. A todos nos es más o menos conocida como la cuestión acerca de la autonomía del poeta, de su libertad para escribir lo que quiera. Y ustedes no se sienten inclinados a reconocerle esta autonomía; piensan que la situación social presente le fuerza a decidir al servicio de quién quiere él poner su actividad. El escritor burgués de literatura para el entretenimiento no reconoce esta alternativa. Ustedes le comprueban que, aunque no lo acepte, trabaja al servicio de determinados intereses de clase. Otro tipo de escritor, más avanzado, reconoce esta alternativa. Al ponerse de parte de proletariado, toma su decisión con base en la lucha de clases. Y se acaba entonces su autonomía. Su actividad se orienta por aquello que es útil al proletariado en la lucha de clases. Como suele decirse, se vuelve un escritor de tendencia.

He aquí la frase en torno a la cual giró desde hace algún tiempo un debate que a ustedes les es familiar y del que saben, precisamente porque les es familiar, lo estéril que ha resultado. En efecto, no pudo liberarse del aburrido «por un lado…, pero por el otro…». Por un lado, se debe reclamar que el desempeño del poeta presente la tendencia correcta; por otro lado, se está en el derecho de esperar que tal desempeño sea de calidad. Como es evidente, se trata de una fórmula que seguirá siendo insuficiente mientras no se comprenda cuál es la relación que existe entre los dos factores: tendencia y calidad. Por supuesto, la relación puede establecerse por decreto.

Puede declararse: una obra que presente la tendencia correcta no necesita poseer ninguna otra cualidad. Puede también decretarse: una obra que presente la tendencia correcta poseerá necesariamente toda otra cualidad.

Esta segunda formulación no deja de ser interesante; aún más, es correcta. La suscribo como propia. Pero, al hacerlo, me niego a decretarla. Es una afirmación que debe ser demostrada. Si ocupo la atención de ustedes, es para intentar demostrarla. Me objetarán tal vez: «Se trata de un tema por demás especial, demasiado lejano. ¿Con esa demostración quiere usted impulsar el estudio del fascismo?».

Efectivamente, ésa es mi intención. Pues espero poder mostrarles que el concepto de tendencia, en la forma sumaria en que se encuentra generalmente en el debate mencionado, es un instrumento completamente inadecuado para la crítica política de la literatura. Quisiera mostrarles que la tendencia de una obra sólo puede ser acertada cuando es también literariamente acertada. Es decir, que la tendencia política correcta incluye una tendencia literaria. Y, para completarlo de una vez: que es en esta tendencia literaria —contenida implícita o explícitamente en toda tendencia política correcta—, y no en otra cosa, en lo que consiste la calidad a la obra. La tendencia política correcta implica la calidad literaria de una obra porque incluye su tendencia literaria.

Permítanme prometerles que esta afirmación se aclarará pronto. Por el momento quisiera intercalar lo siguiente: mis consideraciones pudieron haber tenido un punto de partida diferente. Partí del debate estéril acerca de la relación en que están la tendencia de la creación literaria y su calidad. Pero pude haber partido de un debate más antiguo, aunque menos estéril: el que trata de la relación en que están el contenido y la forma, en especial en la literatura de intención política. Es una problemática que se encuentra desacreditada, y con razón. Se la toma como ejemplo escolar para ilustrar el intento no dialéctico de abordar los asuntos literarios sirviéndose de clichés. Está bien. ¿Pero qué decir del tratamiento dialéctico de esa misma cuestión?

El tratamiento dialéctico de esta cuestión —y con esto entro propiamente en materia— no puede hacer nada con la cosa estática aislada: una obra, una novela, un libro. Necesita insertarla en el conjunto vivo de las relaciones sociales. Ustedes dirán con razón que esto se ha hecho ya una y mil veces en el círculo de nuestros amigos. Sin duda. Pero, al hacerlo, muchas veces se ha pasado inmediatamente a términos mayores, y con ello necesariamente al campo de la vaguedad. Como sabemos, las relaciones sociales están condicionadas por las relaciones de producción. Así, al abordar una obra, ha sido usual que la crítica materialista pregunte por la actitud que ella mantiene con respecto a las relaciones sociales de producción de la época.

Se trata de una pregunta importante. Pero también muy difícil. No siempre es posible que su respuesta quede a salvo de malentendidos. Por ello, quisiera proponerles una pregunta más cercana. Una pregunta más modesta, de menor alcance pero que, en mi opinión, tiene más probabilidades de obtener una respuesta. Así, en lugar de preguntar: ¿cuál es la actitud que mantiene una obra con respecto a las relaciones sociales de producción de la época?, ¿está de acuerdo con ellas, es reaccionaria, o tiende a su superación, es revolucionaria?; en lugar de esta pregunta o por lo menos antes de ella, quisiera proponerles otra. Antes de la pregunta: ¿cuál es la actitud de una obra frente a las relaciones de producción de la época?, quisiera preguntar: ¿cuál es su posición dentro de ellas? Esta pregunta apunta directamente hacia la función que tiene la obra dentro de las relaciones de producción literarias de una época. Con otras palabras, apunta directamente hacia la técnica literaria de las obras.

Al mencionar el concepto de técnica he tocado el concepto que permite someter los productos literarios a un análisis directamente social y por lo tanto materialista. El concepto de técnica ofrece al mismo tiempo el punto dialéctico inicial a partir del cual es posible superar la oposición estéril entre forma y contenido. Este concepto de técnica contiene además la indicación que permite determinar de manera correcta la relación entre tendencia y calidad, aquella relación por la cual nos preguntábamos al principio. Así pues, si anteriormente pudimos afirmar que la tendencia política correcta de una obra implica su calidad literaria debido a que incluye su tendencia literaria, ahora podemos precisar que esta tendencia literaria puede consistir en un progreso o un retroceso de la técnica literaria. Cumpliré sin duda con el deseo de ustedes si paso ahora —de manera sólo aparentemente inconexa— a tratar de situaciones literarias muy concretas. Situaciones rusas. Quisiera dirigir su atención hacia Serguei Tretiakov y el modelo de escritor «operante», definido y encarnado por él mismo. Este escritor operante constituye el ejemplo más concreto de la dependencia funcional en que se hallan siempre y en cualquier circunstancia la tendencia política correcta y la técnica literaria avanzada. Se trata, por supuesto, sólo de un ejemplo; aunque me reservo otros más. Tretiakov distingue al escritor que opera del escritor que informa. Su misión no es dar cuenta sino combatir; no consiste en hacer de espectador sino en intervenir activamente. Los datos que nos da de su actividad precisan el sentido de esta misión. En 1928, en la época de la colectivización total de la agricultura, cuando se lanzó la consigna «¡Escritores, a los koljoses!», Tretiakov viajó a la comuna El Faro Comunista y emprendió allí durante dos largas estadías, los siguientes trabajos: llamamientos a concentraciones populares; recolección de fondos para la adquisición de tractores; acciones de convencimiento entre los campesinos aislados para que entraran en el koljós; inspección de salas de lectura; elaboración de periódicos murales y dirección del periódico del koljós; redacción de reportajes para los periódicos de Moscú; introducción de la radio y del cine ambulante, etcétera. No es sorprendente que el libro

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