Walter Benjamin - Diario de Moscú
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- Libro:Diario de Moscú
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2013
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Diario de Moscú: resumen, descripción y anotación
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Diario de Moscú narra las vivencias de Walter Benjamin de su viaje a Rusia entre diciembre de 1926 y febrero de 1927 para tomar la decisión de afiliarse o no al Partido Comunista ruso. Es el único documento íntimo que dejó este gran filósofo, e incluye narraciones de vida cotidiana, desencuentros amorosos, problemas con amistades y reflexiones sobre la historia y la política rusas.
Walter Benjamin
ePub r1.0
Titivillus 08.03.16
Título original: Diario de Moscú
Walter Benjamin, 2013
Traducción: Luciano Altman
Corrección: Gimena Riveros
Ilustración de Walter Benjamin: Mari Tosmin
Diseño de cubierta: Víctor Malumián
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
WALTER BENJAMIN (Berlín, 15 de julio de 1892 – Portbou, 27 de septiembre de 1940) fue un filósofo, crítico literario, crítico social, traductor, locutor de radio y ensayista alemán. Su pensamiento recoge elementos del Idealismo alemán o el Romanticismo, del materialismo histórico y del misticismo judío que le permitirán hacer contribuciones perdurables e influyentes en la teoría estética y el Marxismo occidental. Su pensamiento se asocia con la Escuela de Frankfurt.
Con la llegada del nazismo a Alemania y la posterior persecución de judíos y marxistas, abandonó Berlín para siempre y se trasladó a Ibiza, Niza, y finalmente a París.
Walter Benjamin murió el 26 o 27 de septiembre de 1940 en Portbou, (España), tras ingerir una dosis letal de morfina en un hotel de la localidad fronteriza pirenaica, después de que el grupo de refugiados judíos que integraba fuera interceptado por la policía española cuando intentaba salir de Francia.
Diario de Moscú representa, para nosotros, un hito como editorial. En primer lugar, porque hasta el momento no habíamos publicado ningún libro que fuera siquiera asimilable a un diario. En segundo término, porque pensamos que rescatar los testimonios más vívidos de un filósofo como Walter Benjamin es importante para comprender integralmente su filosofía.
Las vivencias reproducidas en Diario de Moscú, de hecho, surgen de la necesidad, confesada por Benjamin, de viajar a Moscú para decidir si se incorporaría o no al Partido Comunista Alemán. El libro reúne todas las experiencias vividas por Benjamin desde su llegada a Moscú, el 6 de diciembre de 1926, hasta su partida, el 1 de febrero de 1927. Lo más interesante es que, por ser un diario, el texto se presenta al lector despojado de cualquier tipo de autocensura, libre de todo tipo de posibles trabas autoimpuestas por el autor para evitar represalias por parte del régimen nazi.
Por último, nos gustaría invitar a los lectores a sumergirse en la experiencia de vida de Benjamin, un filósofo que seguramente alguna vez leyeron, y al que ahora pueden reencontrar, apoyado más en su ser pasional que en su ser intelectual.
Mi cita con Kogan tenía fecha de hoy. Pero Nieman me llamó por la mañana para decirme que tenía que ir al Instituto a la una y media, ya que organizaban una visita al Kremlin. La mañana la pasé en casa. En el Instituto nos juntamos cinco o seis personas; al parecer, todos ingleses menos yo. Fuimos al Kremlin a pie, guiados por un señor más bien desagradable. El paso era acelerado y me costó muchísimo seguirles el ritmo; al final, el grupo tuvo que esperarme a la entrada del Kremlin. Lo primero que llama la atención dentro del recinto es el aspecto excesivamente cuidado de los edificios del Gobierno. Para mí es sólo comparable a la impresión que producen esas construcciones símiles a los libros de cuentos que se dejan ver en el Principado de Mónaco, donde el privilegio de los residentes pasa por la cercanía de sus casas con la de sus gobernantes. Se le asemeja hasta en los colores claros que ilustran sus fachadas, pintadas de blanco o de amarillo crema. Pero mientras allí todo se ve implicado en un juego de luces y de sombras, lo que aquí domina es la claridad uniforme de un campo de nieve en el que la composición de colores es indiferente. Más tarde, cuando la luz comenzó a menguar, este campo pareció ensancharse todavía más. Apenas pasando las ventanas brillantes de los edificios administrativos, las torres y las cúpulas se alzan al cielo de la noche como monumentos derrotados que hacen guardia ante las puertas de los vencedores. La oscuridad se ve atravesada por los haces de luz de los faros de los coches. Esta luz espanta a los caballos de los soldados de caballería, que tienen en el Kremlin un gran campo de entrenamiento. Los peatones han de abrirse paso con esfuerzo por entre los coches y los caballos. Hay largas hileras de trineos retirando la nieve; también algún que otro jinete. Sobre la nieve se han posado silenciosas bandadas de cuervos. Los guardias custodian las puertas del Kremlin en medio de esa luz cegadora, ataviados con sus osadas pieles de color ocre. Sobre ellos destaca la luz roja que regula el tráfico de la entrada. Todos los colores de Moscú convergen como un prisma hacia aquí, centro del poder ruso. El club de los soldados del Ejercito Rojo da a este campo. Entramos en él antes de abandonar el Kremlin. Sus salas son limpias y claras, y parecen más sencillas y austeras que las de otros clubes. En la sala de lectura hay muchas mesas de ajedrez. Gracias a Lenin, quien también lo practicaba, el ajedrez fue fomentado de manera oficial en Rusia. En la pared hay un mapa-relieve de Europa, con un contorno esquematizado de manera simplista. Al girar una manivela que hay junto a él, van iluminándose, uno tras otro, y por orden cronológico, los lugares de Rusia y del resto del continente en los que vivió Lenin. Pero el aparato estaba estropeado y siempre se iluminaban varios lugares a la vez. El club tiene una biblioteca en la que se pueden sacar libros a préstamo. Me maravilló un anuncio en el que se explicaba con palabras y con bonitos dibujos de colores de cuántas maneras se puede evitar que un libro se deteriore. La visita estuvo mal organizada. Cuándo llegamos al Kremlin, ya eran cerca de las dos y media, y al entrar por fin en las iglesias, después de haber visitado la Oruscheinaya Palata le había hecho a una de las hijas de Pedro el Grande. Su ampulosa y ondulante ornamentación podría marear al cualquiera sin necesidad de moverse, antes siquiera de imaginarse su balanceo por carretera, y si uno se entera además de que fue enviada desde Francia por mar, el malestar ya es completo. Toda esta riqueza se adquirió de una forma que ya no tiene futuro: no sólo ha muerto su estilo, sino también la manera misma de adquirirla. Deben de haber sido un peso para sus últimos propietarios y es bien imaginable que la sensación de disponer de todo ello pudiera volverlos casi locos. Pero ahora, en la entrada a estas colecciones se ha colgado un retrato de Lenin de la misma manera que unos paganos conversos habrían podido colocar una cruz en el lugar donde antes se ofrecían sacrificios a los dioses. El resto del día fue bastante desafortunado. Ya no quedaba tiempo para comer, eran cerca de las cuatro cuando salí del Kremlin. A pesar de ello, cuando fui a ver a Asja, todavía no había vuelto de la modista. Sólo estaban Reich y la siempre presente compañera de habitación de Asja. Pero Reich no podía esperar más, y poco después apareció Asja. Desgraciadamente, la conversación fue a parar luego al libro sobre el Barroco, y ella hizo los comentarios de siempre. Después le leí un poco de
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