Walter Benjamin - Discursos interrumpidos I
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- Libro:Discursos interrumpidos I
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1972
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Discursos interrumpidos I: resumen, descripción y anotación
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Discursos interrumpidos I recoge los textos de Benjamin cuyos temas se alejan de los que han considerado dentro de la crítica literaria. Quien ya le conoce no ha de extrañar en estos ensayos su falta de dogmatismos teóricos, su inquietud, que ha sido calificada de surrealista, y su incursión en terrenos propios de la historia, la filosofía y, en este caso, la estética y la crítica de arte.
Walter Benjamin
ePub r1.0
Titivillus 11.08.17
Walter Benjamin, 1972
Traducción: Jesús Aguirre
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
por
JESÚS AGUIRRE
Sería contradictorio, y en grado además de contradicho in terminis, alargar continuadamente este discurso preliminar (o marginal, puesto que es sólo mío) a los discursos interrumpidos de Walter Benjamin. Precisaremos, sin embargo, que la interrupción benjaminiana nada tiene que ver con la inconclusión o inacabamiento casuales e imprevisibles. Incluso en el nivel biográfico: la exclusión de Benjamin de la vida académica, la precariedad de su empleo como periodista sin contrato, los sucesivos exilios, son preludios metalógicos del suicidio, del hiato final. La interrupción del discurso, de la atención e intención teóricas, es en cierto modo respuesta (como voluntad de salvación) al hiato que, destino burlesco, se interpone entre los hombres y las cosas de una generación, sujeto paciente de dos guerras mundiales. En la etapa final, ya casi en la segunda de las guerras, el único orden posible está fuera de toda jerarquización. La experiencia teórica se yuxtapone, apenas con una flexión minúscula, a la regulación práctica de la conducta frente a los objetos más domésticos. En una carta que Brecht escribe a Benjamin en 1933 invitándole a su casa de Dinamarca no hay diferencia de altura entre la declaración acerca de pequeñas cosas diarias, enormes en su pequeñez por ser escasas entonces, y la que hace en la misma frase, rebajándola obligadamente de cualquier énfasis, sobre un acontecimiento de talla mundial. «Tenemos radio, periódicos, naipes, pronto sus libros, estufas, pequeños cafés, una lengua asombrosamente fácil, y el mundo también aquí se viene abajo, pero con más calma». Interrumpir ya no resulta viable, pues que sólo allí se interrumpe donde haya diversidad. Cuando todo es igual nada tiene relación con nada. No hay distancias. Y de semejante cercanía de todo con todo, de apretura tan insoportable para quien no se rija por afanes totalitarios, no hay salida. Se impone el hiato. A Benjamin se le impuso, insisto en que como mueca a su concepción interruptora del mundo, en Port-Bou una madrugada del 27 de septiembre de 1940.
En otra ocasión, a la que ahora me remito, he expuesto los elementos interruptores del discurso en Benjamin. El de una pluralidad discordante de las fuentes inspiradoras y el de la convicción de que la realidad es discontinua (convicción alimentada por una voluntad de que realmente lo sea). A esa inspiración plural y discordante habría que calificarla también, en vista de los tres primeros trabajos recogidos en este volumen, de marginada. En los años treinta el cine, la fotografía, la caricatura, eran fenómenos a los que todavía se consideraba como menores artísticamente. Constituyeron entonces algo que, apeándonos de una estimación aristocrática, pero manteniendo irónicamente su terminología, llamamos hoy subcultura. Benjamin intuye a tiempo la revolución que sobre el arte tradicional operarían estas formas que ascienden pujantes desde los márgenes de lo establecido. Y su entusiasmo de precursor está, no obstante, interrumpido por la nostalgia. El tirón del pasado no hizo de Benjamin un historiador; su filosofía de la historia no es precisamente restauradora; su afición a coleccionar cosas antiguas (y a escrutarlas por dentro en sus escritos) no le convierte en un anticuario; pero sí que le tuerce Benjamin el cuello al cisne del progresismo para que sea en el pasado donde perfile la gracia —descubrimiento, liberación— de su figura.
La nostalgia de Benjamin es nostalgia cuesta arriba. En ella gana para el revolucionario lo que el burgués hubiese nada más que recuperado dejándose ir por las vías restauradoras de la evocación. Todo un mundo pasado está siempre presente en su obra agonalmente, mundo que si ya ha desaparecido, también ha dejado a la actualidad velada por sus huellas, que si tuvo que desvanecerse es porque fue no sólo superado, sino además vencido, oprimido, sometido. Las huellas fascinan a Benjamin desde sus primeras publicaciones. Que en esa fascinación se gestaba desde entonces algo más que oscilaciones entre burguesía y revolución; que desde entonces su nostalgia caminaba grávida de una determinada y novísima relación entre ambas dimensiones, lo prueba el Benjamin maduro al acuñar los conceptos plenamente interruptores de «detención del pensamiento», «detención mesiánica del acontecer», «suerte revolucionaria en la lucha en favor del pasado oprimido». La contradicción entre uno y otro Benjamin (que la lectura de su obra prolonga hasta nuestros días al dividir a los lectores e intérpretes en benjaminianos de derechas, de centro, de izquierda y hasta contestatarios) cobra su planteamiento metódico, esto es que se asume como método de pensamiento, de análisis, de sentencia y propuesta, en esta consagración del discurso interrumpido celebrada en textos últimos como las «Tesis de filosofía de la historia» y el «Fragmento político-teológico». La interrupción, en cambio, no alcanza su plenitud en el concepto de «aura» de la obra de arte..Sólo desde las interrupciones conseguidas por entero, desde esas tres que hemos señalado, podríamos descargar de ambivalencia, de una cierta perplejidad reminiscente a este «aura» imposible en un arte reproducido, o lo que es lo mismo dispuesto para las masas. En el texto sobre la obra de arte Benjamin no ha llegado todavía al tramo más encaramado en esa cuesta pindia en la cual la nostalgia del burgués se transmuta en sorprendente acción revolucionaria, acción paradójica a primera vista, puesto que nada a contracorriente del progresismo consabido: en ella se trata ni más ni menos que de profetizar el pasado.
En las páginas que refiero en la única nota que a su pie llevan éstas di cuenta de la polémica sobre Benjamin entre quienes adoptan hoy posturas políticas encontradas. Proporcionaremos ahora consideraciones y textos complementarios. La directora escénica, discípula de Piscator, Asja Lacis había iniciado a Benjamin en el estudio del marxismo. Ya en 1924 discute con él por su proyecto de viaje a Palestina, al que tanto le animaba Gershom Scholem. El camino de un progresista, argumenta la Lacis, no conduce a Israel, sino a Moscú. «Puedo decir tranquilamente que Benjamin no fue a Palestina. Y yo fui quien lo consiguió». Y en el diario, recentísimamente publicado, que Brecht escribe desde 1938 hasta 1955 hay un par de juicios sobre el que fue por aquellos años su huésped que hacen remontarse hasta muy antes que ahora la fecha de los tirones políticos que padece la obra benjaminiana. El 25 de julio anota Brecht: «está aquí Benjamin, escribe un ensayo sobre Baudelaire… curiosamente un cierto spleen capacita a Benjamin para escribirlo, parte de algo que llama aura y que se relaciona con el sueño (con soñar despierto), dice: cuando sentimos que se nos dirige una mirada, aunque sea a nuestras espaldas, la devolvemos, la expectación de que lo que miramos nos mire a nosotros procura el aura, ésta se encuentra últimamente, según él, junto con lo cultural, en desmoronamiento, lo ha descubierto analizando el cine en el que el aura se desmorona a causa de la reproductibilidad de las obras artísticas, todo esto es mística en una actitud enemiga de la mística, de forma semejante se adapta la concepción materialista de la historia, resulta bastante atroz». Y en agosto de 1941, al recibir con extrema contención la noticia del suicidio de su amigo, comenta su lectura de las «Tesis de filosofía de la historia», que alguien le ha enviado advirtiéndole que se trata de un texto oscuro y embarullado. «Benjamin se vuelve contra las representaciones de la historia como un decurso, del progreso como una empresa poderosa de cabezas descansadas, del trabajo como fuente de la moralidad, de los obreros como protegés de la técnica, etc. se mofa de la frase, tantas veces oída, acerca de que debemos asombrarnos de que algo como el fascismo pueda ocurrir “todavía en este siglo” (como si no fuese el fruto de todos los siglos), en una palabra, este pequeño trabajo es claro y clarificador (a pesar de todas sus metáforas y judaismos), y pienso con terror qué pequeño es el número de los que están dispuestos por lo menos a no malentender algo así».
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