I NTRODUCCIÓN
Deseo desear(te) siempre
Apasionado, irresistible, animal...
El deseo, según el imaginario colectivo, es así. Y, por si eso no bastara, ¡ha de abducirnos a menudo!
Lo prueban las películas que vemos, los libros que leemos, la publicidad que nos rodea... ¡La distorsionada hipersexualidad en que habitamos!
Y lo asumimos. Tal cual. Sin cuestionarnos demasiado lo ilusorio de la creencia: deseo = impulso espontáneo e irrefrenable.
No se piensa, no se programa, no es racional.
El deseo ES.
Con mayúsculas.
Y no se acaba nunca.
¡Nunca!
Sin embargo...
Me escribe Cinta: «Se queja de mi falta de iniciativa y tiene razón, porque nunca tengo ganas. Cuando nos ponemos disfruto muchísimo, pero si él no me busca, me escaqueo. Ahora llevamos semanas en blanco, porque apenas lo intenta. Cada día me digo a mí misma, hoy voy a por él, pero luego... Temo por nuestra relación. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo despierto mi deseo?»
Y me escribe Adela: «¡Mi vida sexual es un desastre! En mi mente soy toda pasión, pero a la hora de la verdad soy incapaz de decirle y hacerle todo lo morboso que se me ocurre. Desespero por ser más valiente y lanzada, pero me corto. ¡Es muy frustrante! Él me quiere, lo sé, pero le estoy fallando. He de hacer algo, pero ¿qué?»
Y me escribe Leo: «Es un buen compañero, pero del sexo pasa. No me quejo por no herir su virilidad, ya sabes. Me siento como muerta en vida. Necesito palpar hombre. Si yo fuera la inapetente, él se buscaría una querida o se iría de putas, ¡y hasta me parecería lógico! No busco un amante, quiero a mi pareja, pero ¿conoces algún lugar donde atiendan a mujeres?»
Y me escribe Vero: «En el trabajo se come el mundo, pero en la cama nada. ¿Cómo te lo explicas? Necesito que me diga cosas, me ate, me sodomice... ¡Quiero más sordidez!, pero cómo se lo digo. ¿Y si piensa que soy una guarra y sale despavorido? Estoy hecha un lío. Le quiero, pero si toda la vida vamos a estar de misionero y nada más, ¡qué muermo! Me entiendes, ¿no?»
Y me escribe Mimi: «Estamos fatal y aun así pretende que me acueste con él. ¿En qué está pensando? Yo no puedo hacer el amor con un tío tan egoísta, si hasta hay momentos en que le odio. Jamás tiene un detalle, en casa no mueve un dedo, a los niños les dedica poco tiempo, y a mí, ni te cuento. ¡Y luego quiere sexo! Con lo felices que éramos. ¿O me estaba engañando a mí misma?»
Y podría seguir, hasta llenar todas las páginas de este libro con palabras no escritas por mí. Palabras de mujeres (de hombres también, por supuesto) que esperando lo mejor de su vida sexual de pareja, se estrellan, ¿forzosamente?, contra alguna o algunas de las dificultades que la amenazan.
El deseo —aquel que te impulsa hacia el otro sin remedio— no es eterno, y eso si es que alguna vez fue así. En ocasiones, esa fogosidad —ese encuentro apoteósico— reaparece momentáneamente, tal vez por un gesto o una palabra oportuna, unas vacaciones en pareja... incluso, una pelea liberadora (¿que nos hace temer la ruptura y por eso reaccionamos?).
Pero, seamos realistas, vivir permanentemente encendidos es una entelequia. Lo habitual es más prosaico:
• la caducidad de la pasión inicial;
• la asimetría de apetitos;
• la tediosa, cuando no asfixiante, rutina;
• el sexo desprovisto de promesa;
• el temor a expresar nuestros anhelos;
• el pánico a escuchar los suyos...
Te toca. Cuanto antes empieces a poner de tu parte, mejor. Sé sincera al responder a las siguientes preguntas; nadie puede leer tu mente. Un consejo: primero contesta sin pensar, así evitarás arreglar tus respuestas, justificándote o adornando lo desagradable o lo que te preocupa de verdad. Ese tipo de retoques te perjudican; si no reconoces tus dificultades, ¿cómo pretendes solventarlas? Tras contestar las preguntas, ya podrás reflexionar cuanto quieras. Al fin y al cabo, para eso compartimos este viaje.
¿Cómo es tu deseo?
¿Y el de tu hombre?
¿Es el mismo del principio o ya nada es lo mismo?
¿Uno empieza, el otro suma?
¿Uno pide, el otro huye?
¿Nadie está por la labor?
Cuando buscas, ¿siempre encuentras?
¿Acaso te encuentra él a ti?
¿Conoce tus anhelos más ocultos?
¿Comparte contigo los suyos?
Y dime...
¿Sabe tu pareja quién eres realmente en la cama?
Más difícil todavía...
¿Sabes tú quién es o puede llegar a ser él?
Las mujeres jamás lo habíamos tenido tan fácil para deleitarnos en compañía.
En muy poco tiempo nos hemos zafado de la mayoría de los obstáculos que constreñían nuestro placer. Además de elegir al amado —que ya no ha de ser sólo uno y de por vida—, tenemos derecho a gozar (¡y qué capacidad la nuestra!). Disfrutamos de una libertad impensable en otro tiempo; disponemos de más información que nunca; el repertorio de juegos se ha ampliado de forma casi ilimitada; existen métodos anticonceptivos de lo más eficaces y mejoran día a día, y lo mismo sucede con la prevención de infecciones de transmisión sexual...
Y aun así, pinchamos.
Ninguna se libra. Antes o después, en algún momento —¡o en muchos!— de nuestras vidas, a todas nos preocupa algo respecto a nuestro goce sexual.
No te quepa duda: nuestras creencias erróneas en torno a cómo deberían ser nuestras relaciones, nuestro deseo y nuestra sexualidad, tienen mucho que ver —casi todo— con nuestras dificultades. Por eso es necesario tomar conciencia de las falsedades y descubrir lo que no sabemos. Si comprendemos, disipamos dudas, sacudimos miedos y ganamos en seguridad.
Visto lo visto, se impone reflexionar:
• Cuando hablamos de deseo... ¿de qué hablamos?
• ¿Es verdad que las mujeres tenemos menos ganas?
• ¿Por qué languidece la pasión de las parejas?
• ¿Se puede vibrar por alguien que te sabes de memoria?
• ¿Es posible sortear la monotonía?
• ¿Qué podemos hacer cuando uno necesita más que el otro?
• ¿Cuánto sexo es suficiente?
• ¿Cómo se valora la calidad de un encuentro?
• ¿Hasta qué punto somos sinceros en la cama?
• ¿Para gozar vale todo o existen límites?
No son muchas preguntas pero ¡cuánto pesan en la vida en común!; porque si bien es evidente que el buen sexo no garantiza la felicidad de la pareja, también lo es que el malo directamente la elimina. Por eso se suele decir que cuando funciona, la sexualidad sólo implica del 10 al 20 % de la satisfacción marital, pero cuando renquea representa hasta el 90 % y, por lo tanto, el descontento está asegurado.
Tiene su lógica. Puedes amar a muchas personas en esta vida, pero no por ello te acuestas con ellas ni les revelas tu grandeza y nimiedad carnal. Para eso sólo está tu compañero de cama. Es un vínculo inexistente con otros, salvo que forméis una pareja abierta o exista infidelidad. Si además funciona, la vida sexual es de los mejores pegamentos para una relación. Cuando me follo a mi pareja me siento cercana a él. Cuando lo rozo, lo agarro, lo beso, le digo «más fuerte» (añade lo que quieras), se produce una forma de comunión que no se da en ninguna otra relación. Y eso nos enlaza entre nosotros, fortalece nuestra unión.