El Chojin - Ríe cuando puedas, llora cuando lo necesites
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Ser feliz es, muchas veces, más fácil de lo que crees. Puede estar en tus manos y, sin embargo, excusarte en lo que no tienes o en lo que no eres. El Chojin te descubre cómo es posible encontrar, en los pequeños detalles de la vida, motivos para dibujar una sonrisa. Aprenderás a valorar lo que te rodea, lo cotidiano, aquello que, al fin y al cabo, es el marco en el que se desarrolla lo más extraordinario que tienes: tu vida.
Saca provecho a tus vivencias, porque quizá la llave de la felicidad se encuentre en esta sencilla frase: «ríe cuando puedas y llora cuando lo necesites».
«Me encanta ser el centro del mundo… de mi mundo, tú selo del tuyo».
El Chojin
ePub r1.1
Ronin 15.09.15
Título original: Ríe cuando puedas, llora cuando lo necesites
El Chojin, 2011
Diseño de cubierta: Morato + infinito
Editor digital: Ronin
ePub base r1.2
A todas aquellas personas, ideas, sensaciones y mirlos que, para bien o para mal, se cruzaron en mi vida y contribuyeron hacerme como soy, como soy por ahora…
EL CHOJIN (Madrid, España, 1977), escribe poesía, teatro, artículos para varias publicaciones, narrativa, cuentos… y letras de rap. Con once LP a sus espaldas es el rapero que más discos ha publicado en castellano. Abanderado del hip hop, el autor es un artista que se mueve cómodamente por distintas disciplinas, pero siempre se define por su compromiso social y el trabajo activo en pro de los valores con mayúsculas. Colabora desde hace más de diez años con instituciones públicas y ONG en campañas en contra de la violencia de género, por la sensibilización con el diferente e impartiendo talleres para la prevención de riesgos en jóvenes y adolescentes. Ha sido tertuliano de un programa radiofónico de actualidad política en la Cadena SER, ha firmado más de una veintena de editoriales rimados en el telediario de La 2 Noticias de Televisión Española y ha ejercido de conferenciante en foros tan prestigiosos como los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid o en los de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Sus palabras han hecho reflexionar a miles de oyentes de todas las edades tanto en Latinoamérica como en España. Con Ríe cuando puedas, llora cuando lo necesites, El Chojin da por fin el salto al libro y pone un punto y seguido a una trayectoria completamente atípica.
NO SOY ESPECIAL, NUNCA ME HE CREÍDO EXCEPCIONAL
La cosa va bien, aquí estoy, escribiendo por la noche como si fuera ya una costumbre de toda la vida.
Tenía ganas de ponerme hoy porque he vivido un par de cosas interesantes.
Yo odio los programas de cámara oculta porque no entiendo ese tipo de humor. ¿Por qué tienes que hacerme una broma si ni nos conocemos ni sabes cómo me la voy a tomar?
Pero, bueno, el caso es que hoy he visto en la tele sin querer una de esas bromas y me ha dado que pensar.
La historia iba de la siguiente manera: la dirección del programa se conchaba con un famoso locutor de radio y le pide grabar una noticia falsa, no demasiado disparatada, sorprendente pero posible. Lo siguiente es hacerse de un taxi igualmente falso con cámaras ocultas y su correspondiente «taxista gancho».
Cuando se recoge al inocente cliente comienza el espectáculo. Se reproduce la noticia falsa, haciéndola pasar por emisión en directo y se observa la reacción de la víctima.
Tengo que reconocer que al menos es una broma elegante y que he estado con la sonrisa puesta un buen rato, pero no es eso lo que quería comentar.
Me he imaginado a mí mismo dentro de ese taxi de pega, tragándome todas y cada una de las palabras que salían de aquella radio. ¿Por qué no iba a hacerlo? La noticia la estaba dando uno de los periodistas más reconocidos de España, y ahí es donde me ha asaltado el mal rollo… Lógicamente esto es algo que ya tengo más que pensado, pero hoy me he dado cuenta hasta qué punto estamos en manos de los medios de comunicación. Las cosas son verdad cuando uno piensa que lo son, no hace falta una confirmación in situ.
Teniendo en cuenta que es imposible comprobar cada cosa que sabemos, no tenemos más remedio que creer con los ojos cerrados lo que nos cuenten.
Eso me ha recordado a mi profe de filosofía del instituto. Era un soberbio estirado que disfrutaba sabiéndose más sabio que sus alumnos de diecisiete años, pero a mí me encantaba…
En aquella época yo tenía una sobrecarga de testosterona y demás hormonas propias de la edad, que me hacían creerme el más listo del garito.
Como quien dice acababa de aprender a leer, estaba comenzando a comerme los libros y a entender cosas que antes ni siquiera me importaban lo más mínimo. Me sentía inteligente, capaz de rebatirle a cualquiera; era como el león joven al que comienza a salirle la melena que piensa que puede comerse el mundo simplemente porque aún no ha visto a un adulto enfadado enseñando los colmillos.
Bien, metáforas de la sabana aparte, el tiempo ha hecho que se me presenten como momentos agradables las horas de filosofía en la que se planteaban debates porque me fascinaba enfrentarme al profe. Un día habló de la fe. Hacía bien poco que me había convertido al ateísmo —lo contaré un día de estos, seguro— de modo que tenía muy fresca toda la argumentación contraria a todo lo referente a las religiones y eso. El profesor decía que la fe es fundamental en nuestro funcionamiento, que todos la tenemos, es más, la necesitamos.
Como no podía ser de otra manera mi mano salió disparada al cielo y sin esperar a que me dieran la palabra, con la que supongo que era la cara de un listillo de pacotilla, dije:
—Pues yo no tengo fe. —El profesor me sonrío como complacido, hoy sé que eso es exactamente lo que sabía que iba a ocurrir. Me dijo:
—Para saber si tienes fe o no, primero defínenos qué es.
—Pensé que eso estaba chupado.
—Fe es creer en algo sin necesidad de comprobarlo —y ahí es donde empezó mi merecida humillación pública.
—Efectivamente —dijo mi profesor—. Y sabiendo lo que significa, ¿estás seguro de que tú no tienes fe?
—Sí.
—¿Cómo se llama tu madre? —preguntó.
—¿Y eso a qué viene? —dije yo, pensando que se quería ir por las ramas porque sabía que no podía vencerme.
—Contesta. ¿Cómo se llama?
—Manoli —dije yo.
—¿Y cómo lo sabes?
—Pues porque sí…
—¿Porque sí?
—Porque me lo ha dicho ella.
—Pero lo has comprobado. ¿Has ido al registro a ver si es cierto? De hecho, ¿cómo sabes que de verdad es tu madre?
«Maldito», pensé. Tenía razón. Efectivamente la fe es algo totalmente necesario para el ser humano.
La mayoría de las cosas que sabemos son de hecho puros actos de fe. No sabemos, creemos saber. Aceptamos que la Tierra da vueltas alrededor del Sol porque alguien más listo que la mayoría de nosotros lo demostró en su día y nosotros simplemente lo asimilamos como parte de nuestro conocimiento. Colón llegó a América —y digo «llegó», no «descubrió»— en 1492, eso lo sabemos todos porque… nos han dicho que así fue.
Cuando preguntamos a alguien en qué trabaja, cuántos años tiene o cuál es su color favorito, no tenemos más opción que aceptar la respuesta como verdadera. De hecho, discutiremos con quien sea con un argumento del tipo «no tiene veintitrés años, tiene veinticinco, lo sé porque me lo ha dicho». Eso, el hecho de ser necesariamente crédulos, hace que estemos a merced de aquellos que son capaces de hacer pasar por verdades las cosas que más les convengan, y vuelvo a la broma de la tele.
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