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Augusto Assía - Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo

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Augusto Assía Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo
  • Libro:
    Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1946
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Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo: resumen, descripción y anotación

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Título original Cuando yunque yunque Cuando martillo martillo Augusto - photo 1

Título original: Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo

Augusto Assía, 1946

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Cuando martillo martillo Notas 1 Siempre dado a usar un nom de plume Felipe - photo 2

Cuando martillo, martillo
Notas

[1] Siempre dado a usar un nom de plume, Felipe Fernández Armesto —así fue bautizado— utilizaría este seudónimo de resonancias viajeras y tolstoyanas para sus crónicas en La Vanguardia.

PARTE I

LA GUERRA BOBA

PARTE II

LA AVALANCHA

PARTE III

LAMIÉNDOSE LAS HERIDAS

PARTE IV

SE VUELVEN LAS TORNAS

PARTE V

EL PRINCIPIO DEL FIN

PARTE I

DE UNA A LA OTRA ORILLA

PARTE II

LA PAZ EN LA GUERRA

PARTE III

EL ASALTO

PARTE IV

ABRIÉNDOSE CAMINO

PARTE V

VICTORIA A LA VISTA

PARTE VI

BIEN ESTÁ LO QUE BIEN TERMINA

Prólogo

Augusto Assía. Una vida española del siglo XX

El periodismo puede hacer o deshacer a un escritor, pero es indudable que la literatura española siempre ha entrado y salido de los periódicos con naturalidad perfecta. Quizá por eso sea un acto de estricta justicia que el mejor periodismo español del siglo XX —de Camba a Gaziel y de Xammar a Chaves Nogales— haya ido pasando en estos últimos años de las hemerotecas a los libros. Rescate tras rescate, es algo que estamos viviendo todavía. Más allá del valor historiográfico de un legado hasta ahora disperso, la recuperación de tantas obras y de tantos nombres nos ha servido, de modo eminente, para repensar las galerías que unen el periodismo y la literatura. Nos ha ayudado a subrayar la inteligencia sobre la realidad que puede abarcar un género tan mixto y fecundo como es la crónica. Nos ha puesto ante los ojos la dosificación inmejorable de atractivo literario y peso moral que llega a alcanzar la palabra del cronista. Y nos ha hecho ampliar la imagen que de sí mismas tenían las letras españolas en el siglo XX para así perfeccionar su canon. Si este salvamento editorial era ya una empresa de mérito, los lectores tampoco han dejado de celebrar su oportunidad, agradecidos de encontrar —en aquella España con frecuencia endogámica y sufriente— el testimonio del temperamento abierto, el alcance europeo y el temple de civilización de nuestros grandes cronistas. Literatura o periodismo, queda claro que su lucidez no estaba destinada a prescribir con el diario de la mañana.

Quién sabe si, todavía hoy, la exclusión de Augusto Assía (1904-2002) del elenco de magníficos de nuestro periodismo no será el pago póstumo a una carrera fértil y feliz como pocas. Sin duda, ese apartamiento tiene algo de purgatorio, a la espera de la mano de nieve que devuelva a los lectores una prosa perpetuamente legible y grata, inmune a los años, de soltura infalible y totalmente seductora. No es la única generosidad de su escritura: página tras página y país tras país, con el Assía corresponsal y viajero recorremos también el itinerario vital de un curieux de profession que vio y narró un siglo en su fuego y sus cenizas en todo lo que va de la Alemania nazi a los primeros barruntos del proyecto europeo o el optimismo moral de la América de los fifties. Ni siquiera iba a ahorrarse Assía los claroscuros y misterios que tanto seducen en una edad mitómana. En su caso, son más que suficientes para una ubicación controvertida entre quienes ponderan su pasado de fiereza comunista, su colaboración con el Gobierno de Burgos o su posible espionaje aliadófilo. Como periodista, él supo bien que a los suyos se les conoce por informados tanto como por discretos.

Restaurado su perfil de cronista con este volumen, queda aún por hacer la quest de Augusto Assía. Ni faltan materiales ni debieran faltar voluntarios. De la vida a los libros, lo importante —en todo caso— será el carácter «independiente y liberal» que otorgó a Assía su palco de privilegio en la hora de tragedia y de gloria del continente. El escritor que aún acertó a vivir el último cosmopolitismo de la gran Europa iba a dar fe de la ventolera de la historia y a metabolizarla como un poso ético y una cierta sabiduría en lo político. Por eso, si hemos de buscar una vida española del siglo XX, tal vez no debamos buscar mucho más allá de Augusto Assía, quien tuvo además la largueza de contarlo con esa facilidad propia del periodismo en su aleación más pura.

Al término de sus casi cien años, Augusto Assía podía mirar por el retrovisor y recordar riñas con Goebbels, complicidades con Churchill, visitas al Saint Simeon de Randolph Hearst, clases de Einstein o de Sartre, polémicas con Baroja y Valle-Inclán y tratos con espías soviéticos como Philby o agentes dobles como Garbo. Es una constatación del extraordinario carácter mercurial de un hombre capaz de gozar, al mismo tiempo, de la amistad de exiliados tan dispares como una reina de España y un presidente de la República española. ¿Qué otro personaje tuvo oportunidad, sin salir de Londres, de compartir mesa con Franco y ejercer de anfitrión de Indalecio Prieto? Ciertamente, no a todo el mundo le fue dado conocer a Picasso y a Miró en la misma mañana parisina, reconciliar a Pía y a Xammar o encontrarse por primera vez a Julio Camba nada menos que en los tejados de la catedral de Santiago. Sí, Assía cumplió siempre con aquel primer mandamiento del periodismo que exige siempre estar donde hay que estar, del 23F en el Congreso al acercamiento hispano-yanqui o —más prosaicamente— el día aquel que sorprendió a Truman bajándose los calzoncillos. Ese bendito oportunismo iba a convertirlo en príncipe de los corresponsales españoles de todo tiempo.

Tiene quizá algo de ironía que, para abrazar esos grandes destinos, Assía debiera rechazar otros no menores. Cuando, allá por los años veinte, empieza a destacarse en las letras de su tierra, nada menos que Rafael Dieste saluda su primera novelita, Xelo, o salvaxe, con una de esas frases que sellan una vocación: «Por primera vez nos hallamos ante un verdadero escritor gallego». Por entonces, Assía era el muchacho criado en la solidez de una buena familia de la Galicia interior que llega a Santiago, se crea un nombre en los periódicos y va haciendo suyo el estimable paisaje literario de una Universidad en sus tiempos más selectos. Pórtela Valladares le ofrece —tan joven todavía— la dirección del progresista El pueblo gallego. Assía rehúsa, efectivamente, como el cambio de un destino. El vínculo universitario y periodístico seguiría ya lejos de casa: en París, primero, y en Berlín, después, en uno de esos lectorados de Románicas que tanto hicieron en el siglo XX por la literatura española y la manutención de sus creadores. En su ruta jacobea a la inversa, Assía iba a aprovechar para escribir y enviar sus colaboraciones, aquí y allá, a los medios españoles. La siembra trajo fruto cuando, por una sustitución y mil azares, le cae la correspondencia berlinesa de La Vanguardia con la bendición de Gaziel. Era 1929, y Assía permanecería unido al diario hasta 1986. Todavía impone algo de vértigo pensar en su estreno: contar el fenomenal ocaso de la República de Weimar, el «salto a la oscuridad» de la Alemania nazi.

Cuando Josep Pla, buen amigo, lo recuerda en una de sus notas de ancianidad, describe el tono «ligeramente confuso y complicado» de aquel primer Assía. No era, quizá, una confusión que se limitara a la prosa. En la década de los treinta, su propio pensamiento iba a conocer bandazos radicales, de un galleguismo en los postulados del Grupo Nós a la militancia comunista, para en última instancia insertarse en la propaganda del Movimiento. Estas son páginas mal conocidas, tardíamente descubiertas y nunca desveladas por el propio autor, ante todo en lo atinente al compromiso con el PC. Ahí parece que su flirteo comunista fue tan intenso como breve, nacido hacia 1930 e incapaz de sobrevivir al contacto con la realidad soviética que vivió —como una conversión— junto a Pasternak, Gide o Dos Passos en la reunión moscovita del Pen Club en 1932. Hasta entonces, sin embargo, no faltan recuerdos de su trato con Alberti, de su condición de «escritor español proletario». El pintor trotskista Andrés Colombo nos describe al Assía de la época como un joven de «afilados huesos» que «hablaba de los planes quinquenales rusos con la facilidad y fruición con que cualquiera se traga un helado en pleno verano».

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