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Editado por HarperCollins Ibérica, S. A. Núñez de Balboa, 56
Cuando el corazón llora. Hacer las paces con el pasado para mejorar tu presente y disfrutar del futuro
© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte
Dibujos de interiores: Teresa Sánchez-Ocaña y Freepik Maquetación: MT Color & Diseño, S. L.
Ellos han sido el principal motor para no tirar la toalla.
Shaila y Antonio, hijos míos, gracias por darme vida.
haciendo lo más difícil, luchar para salir de ahí.
fundamental en mi vida.
y no me habéis soltado. Por supuesto, a esas personas que, sin conocerlas, me
mi duro proceso; mi familia virtual.
igual o parecido al mío. No pasa nada por caer, pero es
obligatorio levantarse.
Puedes, hazlo, cuídate y siente mi abrazo.
y sentirme libre.
INTRODUCCIÓN
Hoy no estoy bien por culpa del ayer
NO PUEDO MÁS.
NECESITO DESCANSAR.
S on las tres de la madrugada. Salgo muy despacio de la cama para que él no se dé cuenta.
Entro en la ducha, cojo la alcachofa, la pongo sobre mi cabeza y abro el grifo. Solo cuando el agua cae en los ojos rompo a llorar, mi boca no es capaz de cerrarse por el llanto. Luego, el nudo en el pecho sube a la garganta y empieza a desaparecer.
Ya puedo volver al dormitorio.
Siete menos cuarto de la mañana. Suena el despertador. Noto el cuerpo muy flojo, me siento incapaz de poner las piernas en el suelo y de levantarme con seguridad. Tres noches seguidas metiéndome en la ducha de madrugada y otras dos con pesadillas, además de atender a los niños, me están pasando factura.
Me tomo un café mientras leo la prensa y miro mis redes sociales.
Es hora de cambiar de cara. Ezequiel se acerca.
Entro en el cuarto de mis hijos, aquí no tengo que disimular. Mi estado de ánimo cambia rápidamente en el momento en que Antonio me besa o Shaila me abraza.
Cuando estoy con mis hijos soy feliz.
Les dejo en el colegio y me voy al gimnasio, donde creo que hago algo bueno para mí. Allí me evado, suelto endorfinas y me cargo de energía.
Pero hoy no estoy bien y en el trayecto de quince minutos hasta el gimnasio siento agobio. No quiero ir, pero lo necesito y peleo conmigo misma. Y cuanto más lucho entre lo que quiero y lo que debo, más me agobio. Al final, acabo fumándome tres cigarros seguidos.
Empieza a dolerme la tripa, se me revuelve el estómago y noto que me angustio aún más. Pero gana mi sentido de la responsabilidad y de la disciplina. Y cuando comienzo a correr en la cinta, a levantar pesas y a sudar, me siento bien, y de nuevo rozo la felicidad.
De camino al trabajo escucho las noticias en la radio, me observo en el espejo retrovisor y confirmo que mi rostro vuelve a estar serio. Me repugna mi cara.
Fumo sin parar y comienzo a temblar. Paro el coche, empiezo a chillar, golpeo el volante, me arden los ojos, pero no consigo llorar.
El nudo en la garganta desaparece. Siento alivio.
Continúo.
Minutos antes de entrar en el garaje pongo canciones que me provoquen de nuevo esa felicidad que hora y media antes había sentido. Hago todo lo posible por alcanzar ese estado. Canto en alto, pienso en cosas que me motivan, imagino situaciones que me encantaría vivir. Lo consigo, siento alegría.
Abro la puerta de la oficina y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Me miro en el espejo de la entrada y me fascina mi cara.
Saludo a mis compañeros y arrancamos a trabajar. Les animo para que bailemos juntos y grabemos algún vídeo.
Tengo ganas de comerme el mundo.Estoy pletórica.
Termino la jornada y voy corriendo a recoger a mis hijos al colegio. En el trayecto llamo a mi marido, a mi yaya y a mi mamá. Comparto con todos ellos el día tan maravilloso que he tenido, aunque les oculto lo sucedido durante la noche y lo que me ha pasado en el coche antes de llegar al trabajo. Si alguien me pregunta detalles porque nota algo raro, le comento mi cansancio por una mala noche por los niños.
La tarde la pasamos los cuatro juntos, jugando. Resulta divertida y amena. Le siguen los baños, la cena y la hora de ir a la cama entre juegos, bailes y la lectura de un cuento.
Una vez que mis niños están dormidos, Eze y yo nos tumbamos en el sofá, yo me giro hacia el lado dere cho, arropada siempre con una suave y ligera manta.
Me hago pequeña mientras arqueo el cuerpo hacia dentro, como una bola, y escondo la cabeza entre las rodillas. El nudo en la garganta vuelve a aparecer, tengo ganas de llorar.
Ezequiel se acerca por detrás, y con tono suave me pregunta lo de casi todas las noches:
—¿Estás bien?
—Sí, mi amor, solo estoy KO —le respondo con una ligera sonrisa y dándole un beso.
—De acuerdo, cariño —dice.
Luego, como cada noche también, me quedo dormida en el sofá. De esa manera evito estar en la cama dando vueltas, porque me cuesta mucho dormirme. Y como siempre, mi marido se encarga de despertarme suavemente, y medio adormilada me voy a la habitación.
Me tumbo en la cama y de nuevo empieza mi terrible rutina nocturna.
Así es a diario durante las veinticuatro horas: pesadillas, sueños tristes, sudores, duchas a altas horas de la madrugada, carreras al cuarto de los niños. Y despertarme con sueño, cansada, enfadada, con rabia, con sensación de ahogo, con presión en la cabeza, con falta de aire,
desamparada, incomprendida, insegura,
con angustia, desganada, triste, con ira, con miedo, feliz, motivada, alegre, positiva, creativa, orgullosa, serena, eufórica,
ilusionada, satisfecha, alegre, divertida, realizada, decidida,
esperanzada,
amada, querida, entregada.
Los hechos que me fueron
dando pistas
E mpecé a ser consciente de cómo me cambiaba el humor en décimas de segundos. Si el cuerpo me pedía descansar, sabía que podía faltar al trabajo, aunque solo fuera un día. Sin embargo, no me lo permitía, me obligaba a ir, me castigaba. Cuando trabajaba, me notaba llena de energía.