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Karl R. Popper - Un mundo de propensiones

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Karl R. Popper Un mundo de propensiones
  • Libro:
    Un mundo de propensiones
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Un mundo de propensiones: resumen, descripción y anotación

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KARL R POPPER Viena 28 de julio de 1902 - Londres 17 de septiembre de - photo 1

KARL R. POPPER (Viena, 28 de julio de 1902 - Londres, 17 de septiembre de 1994). Filósofo vienés que posteriormente adquirió la nacionalidad británica. Se le considera uno de los filósofos más importantes del siglo XX.

Sus obras más importantes son: La lógica de la investigación científica 1934 (1959 en inglés), La sociedad abierta y sus enemigos, 1945, Conjeturas y Refutaciones: el Crecimiento del Conocimiento Científico, 1963, Conocimiento Objetivo: una Perspectiva Evolucionaria, 1972, Búsqueda sin Término: una Autobiografía Intelectual, 1976, El Yo y su Cerebro: una Discusión a favor del Interaccionismo, junto a Sir John C. Eccles, 1977, El Universo Abierto: una Discusión a favor del Indeterminismo, 1982, Realismo y el Objetivo de la Ciencia, 1982 y Teoría Cuántica y el Cisma en la Física, 1982.

Dedicado a la memoria de mi querida esposa Hennie Querido director señoras y - photo 2

Dedicado a la memoria

de mi querida esposa, Hennie

Querido director, señoras y caballeros:

En 1944 me encontraba viajando en un gélido autobús, volviendo de disfrutar unas vacaciones esquiando en el monte Cook. El autobús se detuvo quién demonios sabe dónde, en una oficina rural de correos de Nueva Zelanda, cubierta de nieve. Para mi sorpresa, oí que me llamaban por mi nombre; alguien me entregó un telegrama: el telegrama que cambiaría nuestras vidas. Lo firmaba F. H. Hayek, ofreciéndome un puesto en la L. S. E. (London School of Economics). El nombramiento tuvo lugar en 1945, y en 1949 obtuve el título de profesor de Lógica y Metodología de la Ciencia.

Mi conferencia de hoy ante los alumnos de la escuela, a la que usted, Dr. Patel, ha sido tan amable de invitarme, es la primera conferencia pública que se me pide que pronuncie en la L. S. E. Confío, Dr. Patel, en que me permitirá considerarla informalmente como una Conferencia Inaugural un tanto tardía. Ansiaba esta ocasión desde hacía cuarenta años.

Mi segunda petición, Dr. Patel, es que me permita alterar el título de mi conferencia. Cuando la L. S. E. me apremió a dar un título tuve poco tiempo para pensar. Ahora tengo la impresión de que «Epistemología evolutiva» suena pretencioso, sobre todo porque existe un título equivalente que lo es menos. Ruego entonces que me permita cambiarlo, titulando mi Conferencia Inaugural «Hacia una teoría evolutiva del conocimiento».

Mi objetivo, y mi problema, en esta Conferencia Inaugural es despertar su interés en el trabajo realizado y, lo que es más, en el trabajo aún por realizar en teoría del conocimiento, situándolo en el amplio y apasionante contexto de la evolución biológica, mostrándoles que con este ejercicio podemos aprender algo nuevo.

No voy a empezar planteando una pregunta como «¿Qué es el conocimiento?» y mucho menos «¿Qué significa “conocimiento”?». Por el contrario, mi punto de partida es una proposición muy simple —de hecho, casi trivial—, a saber, los animales pueden conocer: pueden tener conocimiento. Un perro, pongamos por caso, puede saber que su amo vuelve del trabajo a las seis de la tarde, el comportamiento del perro puede ofrecer muchos indicios, claros para sus amigos, de que espera el regreso de su amo a esa hora. Mostraré que, pese a su trivialidad, la proposición los animales pueden conocer revoluciona por completo la teoría del conocimiento tal y como todavía se imparte.

Sin duda, habrá quien niegue mi proposición. Ese alguien tal vez podría decir que, al atribuir conocimiento al perro, no hago más que emplear una metáfora, un descarado antropomorfismo. Expresiones de este cariz han sido manifestadas incluso por los biólogos interesados en teoría de la evolución. Ésta es mi réplica: descarado antropomorfismo sí, mera metáfora no. Dicho antropomorfismo es de gran utilidad: es casi indispensable para cualquier teoría de la evolución. Hablamos de la nariz del perro, o de sus piernas, y también eso son antropomorfismos, pese a que damos sin más por sentado que el perro tiene una nariz, si bien algo distinta de la humana.

Ahora bien, los interesados en teoría de la evolución sabrán que la importante teoría de la homología forma parte de ella, y que mi nariz y la del perro son homologas, lo cual quiere decir que ambas son herencia de un lejano ancestro común. La teoría evolutiva no sería posible sin esa hipotética teoría de la homología. Mi atribución de conocimiento al perro es, por tanto, un antropomorfismo, mas no una mera metáfora. Antes bien, implica la hipótesis de que algún órgano del perro, en este caso, presumiblemente, el cerebro, tiene una función que no sólo corresponde en un sentido vago a la función biológica del conocimiento humano.

Ruego se den cuenta de que las cosas que pueden ser análogas son, originalmente, órganos. Y también procedimientos. Hasta podemos arriesgar la hipótesis de que la conducta es homologa en sentido evolutivo; la conducta de cortejo, por ejemplo, sobre todo la ritualizada. Es bastante plausible que tal conducta sea homologa en el sentido hereditario o genético entre, pongamos por caso, especies de pájaros diferentes pero íntimamente ligadas. Es altamente dudoso que lo sea entre nosotros y algunas especies de peces, y, pese a ello, ésta sigue siendo una hipótesis a considerar con seriedad. Es más plausible, por supuesto, que el pez posea una boca o un cerebro análogos a nuestros correspondientes órganos: es bastante convincente que desciendan genéticamente de los órganos de un ancestro común.

Espero que la central importancia de la teoría de la homología para la evolución haya quedado suficientemente clara para mis fines, esto es, de cara a defender la existencia de conocimiento animal, no como mera metáfora, sino como una hipótesis evolutiva a considerar con seriedad.

Tal hipótesis en ningún modo implica que los animales sean conscientes de su conocimiento; por esta razón reclama atención sobre el hecho de que nosotros mismos poseemos un conocimiento del que no somos conscientes.

Nuestro conocimiento inconsciente posee a menudo el carácter de expectativas inconscientes, de las que en ocasiones podemos adquirir consciencia cuando han resultado ser erróneas.

Un ejemplo de ello es algo que he experimentado varias veces en mi larga carrera: al llegar al último peldaño de una escalera estoy a punto de caer, y entonces me doy cuenta de que, inconscientemente, esperaba un peldaño más, o uno menos, de los que en realidad había.

Esto me lleva a la siguiente formulación: cuando nos sorprendemos de algún suceso, nuestra sorpresa habitualmente se debe a la expectativa inconsciente de que iba a suceder algo distinto.

Trataré ahora de ofrecer una lista con diecinueve interesantes conclusiones que podemos inferir, y que en parte ya hemos inferido (aunque por ahora inconscientemente) a partir de nuestra trivial proposición los animales pueden conocer.

1. El conocimiento tiene a menudo el carácter de expectativa.

2. Las expectativas suelen tener el carácter de hipótesis, de conocimiento conjetural o hipotético: son inciertas. Quienes las mantienen, o quienes saben, pueden ser del todo ignorantes de esa incertidumbre. En nuestro ejemplo, el perro puede morir sin siquiera haber visto frustrada su expectativa relativa al oportuno regreso de su amo: pero nosotros sabemos que tal regreso jamás fue algo seguro y que su hipótesis era muy arriesgada. (Después de todo, siempre pudo haber una huelga ferroviaria). De modo que podemos afirmar:

3. La mayoría de los tipos de conocimiento, sean humanos o animales, son hipotéticos o conjeturales; sobre todo el tipo ordinario, que acabamos de describir a modo de expectativa; la expectativa, pongamos por caso, respaldada por un horario oficial impreso, de que el tren de Londres llegará a las 5,48 horas de la tarde. (En algunas bibliotecas, algunos lectores resentidos, o simplemente perspicaces, devolvían los horarios a los estantes con el rótulo «Ficción»).

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