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Nicolas Courcier - La leyenda Final Fantasy VII

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Nicolas Courcier La leyenda Final Fantasy VII

La leyenda Final Fantasy VII: resumen, descripción y anotación

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En plena noche, el estruendo de un tren interrumpe el silencio que reina en Midgar Encaramado a su techo, un joven SOLDADO está dispuesto a luchar hasta el final. El ataque es inminente, el futuro del planeta está en juego. Una experiencias de las que no se olvidan. Para muchos, allí donde todo empezó. El juego de rol que marcó a toda una generación. Revive la historia. Conoce sus secretos. Descubre sus claves.

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LOS ORÍGENES

Mucho antes de que apareciera el más mínimo atisbo de vida, mucho antes de la hegemonía del ser humano, mucho antes de que alguien pusiera un pie en sus tierras… Allí estaba: el Planeta. Con el tiempo, se desarrollaron formas de vida primitiva. El Planeta era tan hospitalario que innumerables especies animales y vegetales encontraron un lugar en su acogedor seno. Perfecto e inmutable, se convirtió en el corazón de un ecosistema que le estaba totalmente dedicado. La suma de toda esa vida formó una corriente, una energía espiritual esencial, fundamental para el Planeta, cuyas entrañas a partir de entonces se llenaron de ese flujo cargado de energía: la Corriente Vital. Cuando un ser vivo fallece, regresa al Planeta y su energía espiritual se sumerge en la Corriente Vital. El alma del difunto, su fuerza vital, llega hasta lo más profundo del Planeta para unirse a las almas de los seres que desaparecieron antes que él y, de esta forma, las energías espirituales de todos los hombres, plantas y animales que alguna vez existieron se reúnen y se funden para contribuir al renacimiento de otros seres vivos. El Planeta también puede considerarse un organismo vivo, y de hecho posee un sistema inmunitario, un medio de autodefensa comparable al de los seres humanos. Si sufre algún daño, trata de sanar haciendo que confluya alrededor de su herida un máximo de energía espiritual. En otras palabras, cicatriza. De la misma forma que la Corriente Vital en cierto sentido constituye el sistema circulatorio del Planeta, la energía espiritual que lo recorre es su sangre.

LOS CETRAS

El pueblo de los Cetras fue la primera civilización que ocupó el Planeta, un pueblo nómada procedente de los confines del universo que encontró en el Planeta su Tierra Prometida, un lugar perfecto que reflejaba su idea de la máxima felicidad, un paraíso. Sin embargo, no hay que olvidar que la idea de «Tierra Prometida» parte de una apreciación individual, es decir, no puede ser la misma para todos. Por eso, no todos los Cetras se quedaron en el Planeta, ya que algunos no encontraron la plenitud a la que aspiraban. Sin embargo, los que decidieron quedarse se instalaron en él para siempre.

Los Cetras poseían poderes extraordinarios que les permitían, por ejemplo, comunicarse con el Planeta. Gracias a esa comunicación, el Planeta pudo confiarles la misión de velar por su protección y su desarrollo. Para ello, los Cetras iban de un lugar a otro cultivando la tierra, plantando árboles y flores y criando animales, lo que proporcionaba al Planeta una nutrición perpetua de energía espiritual. El Planeta y los Cetras vivían en simbiosis, cada uno aprovechaba los recursos y la fuerza del otro. Pese a ello, algunos Cetras acabaron no soportando más ese periplo continuo, por lo que decidieron dejar de migrar constantemente para asentarse y vivir de forma sedentaria. Con el tiempo, esa rama de los Cetras perdió su capacidad para comunicarse con el Planeta. De esa tribu específica descienden los seres humanos.

LA CALAMIDAD DE LOS CIELOS

Aunque algunos Cetras decidieron instalarse en casas y dejar de pensar en las necesidades del Planeta, otros continuaron su dura labor y trataron de proteger su perfecto equilibrio. Los Cetras nómadas también disfrutaban de una existencia en total armonía, hasta el día en que se estrelló sobre el Planeta un enorme objeto caído del cielo. Los Cetras en seguida escucharon su terrible grito de dolor, y no tardaron en descubrir la herida que le había infligido el objeto venido del cielo, un cráter gigantesco situado en el extremo norte del globo. Para tratar de sanar al Planeta, miles de Cetras se reunieron e instalaron alrededor del cráter. Comenzaron a reunir toda la fuerza posible con el fin de proporcionar energía espiritual al Planeta. Este, sin embargo, los convenció para que se fueran y, cuando los Cetras se preparaban para marcharse de esa tierra que tanto amaban y que durante tanto tiempo habían cultivado con respeto, algo se presentó ante ellos. Esa extraña criatura que los Cetras después llamarían «la Calamidad de los cielos» tenía la capacidad de modificar su aspecto y su voz para adoptar cualquier apariencia. Se hizo pasar por uno de ellos, y los Cetras confiaron en ella. Esa cosa, por tanto, se acercó a ellos fingiendo tener intenciones amistosas, los engañó para aprovecharse de ellos. Les transmitió un virus causante de un mal desconocido, que hizo perder la razón a los Cetras infectados y los transformó en auténticos monstruos. El virus empezó a propagarse infectando a los Cetras de todo el Planeta, y éste llegó a la conclusión de que debía destruir a la Calamidad de los cielos, pues mientras existiera esa amenaza, nunca conseguiría sanar sus heridas.

Por eso, para protegerse de ese nuevo peligro, creó las Armas, unas criaturas gigantescas y extremadamente poderosas cuyo único objetivo era destruir cualquier forma de vida con el fin de generar energía espiritual. Omega era la más potente de todas las Armas, creada como último recurso: si un día el Planeta sentía que su fin se aproximaba peligrosamente, despertaría a Omega en el último momento para concentrar en ese Arma, en un solo punto, toda la energía espiritual de la Corriente Vital. Después, Omega podría marcharse cargada de ese poder y viajar por el espacio con toda la Corriente Vital, para permitirle perdurar en otra parte. Para iniciar ese largo viaje, Omega necesitaría el apoyo de Caos, su escudero, cuya misión sería prestarle ayuda para reunir la energía espiritual. Liberado de su apariencia terrestre, el Planeta lograría sobrevivir gracias a Omega, que se encargaría de que su alma siguiera circulando por toda la galaxia.

Pese a los ataques de la Calamidad de los cielos, en aquella ocasión el Planeta no se vio obligado a recurrir a las Armas. Algunos Cetras que escaparon al virus resultaron vencedores en su combate contra la criatura, a la que consiguieron encerrar en el centro del cráter donde fue descubierta. El Planeta dejó a las Armas durmiendo en el cráter del Norte, ya que, aunque la Calamidad de los cielos hubiese sido neutralizada, era evidente que algún día lograría romper sus cadenas.

SHINRA

Pasaron milenios y los humanos perdieron su relación con el Planeta. La propia existencia de sus ancestros, a los que habían empezado a llamar Ancianos, llevaba mucho tiempo envuelta en un halo de misterio. Sin embargo, con el tiempo, el hombre aprendió a utilizar la magia de otra manera: utilizando unas esferas formadas mediante la condensación de energía espiritual. Esas esferas, denominadas «materias», habían permitido a los hombres más sabios retomar el contacto con sus ancestros, cuya sabiduría había seguido circulando a través de la Corriente Vital.

La sociedad evolucionó y vio cómo se desarrollaba una economía de mercado en torno a la cual todo lo demás acabó gravitando. Una enorme compañía se había hecho con todo el poder: la Shinra Electric Power Company. Conocido simplemente con el nombre de Shinra, el consorcio prosperó en un primer momento gracias al desarrollo de industrias pesadas, como el armamento y la fabricación de vehículos. Posteriormente, comenzó a centrar su actividad en la búsqueda y explotación de nuevas energías, y un día descubrió algo que transformaría la percepción del medio ambiente para siempre: los científicos más eminentes de la empresa constataron que el Planeta segregaba a través de su suelo una sustancia con un potencial energético nunca visto hasta entonces. En aquel tiempo no lo sabían, pero esa sustancia en realidad escondía la energía espiritual del Planeta. De inmediato, los investigadores empezaron a trabajar para poder explotar esa nueva materia y utilizar la energía de forma continua. La sustancia recibió el nombre de «Mako».

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