Nadie como Paul Krugman para acercarnos a los principales conceptos económicos y las ideas que mueven gran parte de nuestras políticas públicas y para explicar con lucidez problemas económicos a menudo confusos.
Agradecimientos
La mayor parte de los artículos de este libro fueron publicados originalmente como columnas periodísticas y la propia naturaleza del columnismo impide casi por definición la consulta en tiempo real o incluso la colaboración. Uno se despierta, toma café, decide sobre qué va a escribir (planear con antelación no funciona casi nunca, porque acaba siendo superado por los acontecimientos) y entrega algo a las 5.00 de la tarde. Las entradas en los blogs, que pueden pasar de ser una idea vaga a ser de dominio público en una hora o menos, brindan aún menos oportunidades para la discusión. En la mayoría de los casos, la única persona a la que pude recurrir en busca de revisión y críticas productivas fue mi esposa, Robin Wells, que a menudo hizo observaciones muy valiosas.
Sin embargo, el columnismo se basa en el contexto que enmarca el debate permanente de temas. He recurrido a la sabiduría de muchas personas durante los quince años de trabajo que se documentan aquí. Intentaré nombrar a algunas, siendo plenamente consciente de que se trata de una lista sumamente incompleta y de que olvido injustamente a muchas. He escrito, literalmente, miles de columnas y entradas en el blog durante ese período, y muchas veces ni siquiera puedo acordarme de a quiénes recurrí en busca de los conocimientos especializados necesarios.
Sobre la asistencia sanitaria, conté con la gran ayuda de Uwe Reinhardt, a quien dedico este libro, y de Jonathan Gruber.
Dean Baker me ayudó a convencerme de que teníamos un enorme problema de burbuja inmobiliaria.
Brad DeLong y yo formamos una especie de tándem para pedir una respuesta keynesiana a la crisis.
Mi exposición de los problemas con las finanzas de los mercados eficientes se basó ampliamente en el trabajo de Justin Fox.
Mike Konczal me ayudó a comprender la lógica defectuosa de la economía de la austeridad y Simon Wren-Lewis a entender por qué impera esta en el Reino Unido.
Richard Kogan fue, creo, la primera persona en alertarme de la inexistencia de un problema de efecto bola de nieve de la deuda.
Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, además de enseñarnos muchísimo a todos sobre impuestos, me ayudaron mucho a comprender las nuevas propuestas de los demócratas, en especial el impuesto sobre el patrimonio de Warren.
Chad Bown me explicó lo que estaba sucediendo con los aranceles de Trump.
Larry Mishel me enseñó casi todo lo que sé sobre la relación o la falta de la misma entre la tecnología y la desigualdad. De manera más general, he confiado muchas veces en mi colega del Stone Center, Janet Gornick, para entender el significado de los datos sobre la desigualdad.
Casi todo lo que sé sobre el movimiento conservador se lo debo a Rick Perlstein.
Otra colega de Stone Center, Leslie McCall, me ayudó a entender bien (o, al menos, no tan mal) la ciencia política de las actitudes de los votantes hacia los impuestos y el gasto.
La correspondencia con el irrepetible Michael Mann me ayudó a entender la sucia política de la climatología.
Por último, unas palabras de agradecimiento para Drake McFeely, de Norton, que ha publicado mis libros comerciales, y ha conseguido que sean inmensamente mejores de lo que habrían sido, desde mucho antes de que empezara a escribir para The New York Times.
Introducción
La buena batalla
Ser comentarista en los medios nunca formó parte del plan.
Cuando terminé los estudios de posgrado en 1977, imaginé que dedicaría mi vida a la docencia y a la investigación. Suponía que, de terminar desempeñando algún papel en el debate público, sería como tecnócrata, alguien que, de manera imparcial, proporcionara a los responsables de formular políticas información sobre lo que funcionaba y lo que no.
Y si nos fijamos en mis investigaciones más citadas, la mayor parte son bastante apolíticas. En la lista predominan los artículos sobre geografía económica y comercio internacional. Estos textos no son solo apolíticos; en su mayoría, ni siquiera versan sobre política. Más bien son intentos de entender las pautas comerciales mundiales y la localización de las industrias. Se trata, por utilizar la jerga económica, de «economía positiva» (un análisis de cómo funciona el mundo), no de «economía normativa» (prescripciones sobre cómo debería funcionar).
Pero en el Estados Unidos del siglo XXI todo es político. En muchos casos, aceptar lo que dicen los datos sobre una cuestión económica es visto como un acto partidista. Por ejemplo, ¿repuntará la inflación si la Reserva Federal compra un montón de bonos del Estado? La respuesta empírica inequívoca es «no» si la economía está deprimida: la Fed compró bonos por valor de tres billones de dólares después de la crisis financiera de 2008 y la inflación se mantuvo baja. Sin embargo, las afirmaciones de que la política de la Fed era peligrosamente inflacionaria se convirtieron, en la práctica, en la opinión oficial de los republicanos, de modo que el simple hecho de reconocer la realidad pasó a ser visto como una postura progresista.