AGRADECIMIENTOS
L a investigación para este libro no habría sido posible sin el apoyo económico de la Escuela de Negocios y de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago. La Fundación John Templeton también ha contribuido generosamente con una beca al Center for Decision Research.
Muchas personas nos han ayudado en este libro. Sydelle Kramer, nuestra agente, nos dio consejos maravillosos en todo el proceso. Dan Heaton, editor del manuscrito, pulió nuestra escritura con estilo y buen humor. Debemos un agradecimiento especial a nuestro extraordinario y divertido equipo de ayudantes de investigación durante dos veranos; forman parte de él John Balz (a quien estamos doblemente agradecidos por soportarnos durante dos veranos), Rachel Dizard, Casey Fronk, Matthew Johnson, Heidi Liu, Brett Reynolds, Matthew Tokson y Adam Wells. Kim Bartko nos proporcionó ayuda inestimable con las ilustraciones del libro y el diseño de la cubierta.
Muchos colegas han contribuido a mejorar el libro. Debemos ideas, sugerencias e incluso algunos nudges más allá de lo que exigen el deber e incluso la amistad en particular a Schlomo Benartzi, Elizabeth Emens, Nick Epley, Dan Gilbert, Tom Gilovich, Jonathan Guryan, Justine Hastings, Eric Johnson, Christine Jolls, Daniel Kahneman, Emir Kamenica, Dean Karlan, David Leonhardt, Michael Lewis, Brigitte Madrian, Cade Massey, Phil Maymin, Sendhil Mullainathan, Don Norman, Eric Posner, Richard Posner, Raghu Rajan, Dennis Regan, Tom Russell, Jesse Shapiro, Eldar Shafir, Edna Ullman-Margalit, Adrian Vemeule, Eric Wanner, Elke Weber, Roman Weil, Susan Woodward y Marion Wrobel. Los consejos más acertados e implacables fueron de France Leclerc y Martha Nussbaum; gracias especialmente a France y a Martha por ayudarnos a introducir incontables mejoras. Vicky Drozd resolvió todo tipo de dificultades, como siempre, y se encargó de que los ayudantes cobraran, lo que ellos agradecieron. Gracias también a Hellyn Ruddick-Sunstein por sus conversaciones iluminadoras, su paciencia, su intuición, sus bromas sobre la economía del comportamiento y su buen humor.
También hemos de dar las gracias al personal del restaurante Noodles de la calle 57. Nos ha alimentado y escuchado nuestros planes y discusiones sobre este libro, entre otras cosas, durante varios años. Volveremos la semana que viene.
Para la edición internacional queremos dar las gracias de nuevo al indispensable John Balz, que es el arquitecto del libro. Gracias también a Chris Hsee, Dan Muldoon, Chiara Monticone y Adair Turner.
EPÍLOGO: LA CRISIS FINANCIERA DE 2008
L a primera edición de este libro se terminó de escribir en el verano de 2007 y se publicó en febrero de 2008. Esta edición se preparó durante el verano de 2008, pero estamos escribiendo este epílogo a finales de noviembre, en un momento de marcadas contradicciones. Estados Unidos acaba de elegir presidente a Barack Obama, un hombre de gran talento, y gran parte del mundo lo está celebrando. Sin embargo, Obama, como otros líderes, se enfrenta a desafíos extremadamente difíciles, y no solo en la forma de unas expectativas desmesuradas.
El mundo afronta la crisis financiera más grave desde la Gran Depresión. Es justo decir que muy pocos reguladores y economistas la vieron venir. En Estados Unidos, Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal, reconoció que se había equivocado al no haberla anticipado y que se encontraba en un estado de «estupefacta incredulidad». Es razonable preguntarse si comprender el comportamiento humano puede ayudar a explicar lo ocurrido, y si unos nudges podrían contribuir a evitar un desastre parecido en el futuro.
Para simplificar una historia larga y compleja, los orígenes de esta crisis se hallan en las inversiones en hipotecas subprime —préstamos a personas que no pueden acceder a los tipos de interés del mercado—. El espectacular incremento de los precios de la vivienda se fue deteniendo gradualmente en 2004. Para principios de 2008 muchos prestatarios eran morosos y sus hipotecas estaban pendientes de ejecución. Como consecuencia, las inversiones en hipotecas subprime resultó desastrosa. La quiebra de las entidades de inversión e hipotecarias condujo a una reducción masiva de la liquidez en los mercados de crédito, primero en Estados Unidos y después globalmente. A su vez, esta reducción produjo una disminución significativa del valor de las acciones y una serie de perjuicios económicos, que incluyeron la quiebra de muchas empresas, y la necesidad de que los gobiernos lanzaran planes de rescate en todo el planeta.
La primera cuestión es que, a pesar de la estupefacción de la profesión económica, algunos economistas del comportamiento, sobre todo Robert Shiller, habían anticipado el problema mucho antes de que se produjera. Incluso en sus primeras fases, para algunos observadores atentos era evidente que los precios de la propiedad inmobiliaria estaban hinchados (a juzgar por el ratio de los precios de compra/alquiler, por ejemplo), que el incremento en los precios de la vivienda entre 1997 y 2006 era completamente incongruente con las tendencias históricas y que Estados Unidos se hallaba inmerso en una burbuja especulativa que estaba abocada a explotar. Tres características de los humanos, que ya hemos examinado en este libro, ayudan a explicar cómo ocurrió: la racionalidad limitada, la falta de autocontrol y las influencias sociales.
INVERSORES HUMANOS Y CRISIS ECONÓMICA
Racionalidad limitada. Ya hemos señalado que, cuando las cosas se complican, los humanos pueden empezar a hacer tonterías, lo que nos lleva a un aspecto de la crisis financiera que no ha recibido la atención que merece: el mundo financiero se ha hecho mucho más complejo en las últimas dos décadas. No hace tanto tiempo la mayoría de las hipotecas eran muy simples: tipo fijo a treinta años. Comparar era fácil: solo había que buscar la mensualidad más baja.
Ahora hay incontables variedades de hipotecas. Incluso a los expertos les resulta complicado comparar los pros y los contras de distintos préstamos y una mensualidad inicial baja puede ser engañosa como indicador de los costes (y riesgos) totales de un préstamo.
Una causa clave del desastre de las hipotecas subprime es que muchos prestatarios no comprendían las condiciones de sus préstamos. Incluso los que intentaban leer las páginas en letra pequeña se sentían flaquear, especialmente cuando su agente hipotecario les aseguraba que habían conseguido unos términos excelentes.
Sin embargo, la creciente complejidad por el lado de los prestatarios era una trivialidad en comparación con lo que les estaba ocurriendo a los inversores que ponían el dinero. Hubo un tiempo en que las hipotecas eran propiedad de los bancos que iniciaban los préstamos. Ahora están subdivididas en intrincados fragmentos denominados «valores con respaldo hipotecario», que incluyen misteriosos nuevos productos como los credit default swaps (CDS) y los liquidity puts o reembolso asegurado.
Usted probablemente no sabe qué son los liquidity puts, y no pasa nada por eso, pero los altos directivos del Citigroup tampoco lo sabían y, como resultado, la empresa acabó con unas pérdidas masivas y tuvo que ser rescatada con cientos de miles de millones de los contribuyentes.
El fiasco del Citigroup comenzó en 2007 y debería haber sido una llamada de atención a Wall Street en particular y a las instituciones internacionales en general. Pero no fue así. Es justo decir que los directivos de muchas de las compañías financieras más grandes del mundo que ahora están en dificultades o han cerrado no comprendían los riesgos que sus empleados estaban asumiendo cuando se emitía este nuevo tipo de complejos valores.