Michel Foucault - Nietzsche, Freud, Marx
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- Libro:Nietzsche, Freud, Marx
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1967
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Nietzsche, Freud, Marx: resumen, descripción y anotación
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Nietzsche, Freud, Marx — leer online gratis el libro completo
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«Freud dice en alguna parte que hay tres grandes heridas narcisistas en la cultura occidental: la herida causada por Copérnico; la que provocó Darwin cuando descubrió que el hombre descendía del mono; y la herida hecha por Freud cuando él mismo, a su vez, descubrió que la conciencia reposaba sobre la inconsciencia. Yo me pregunto si no se podría decir que Freud, Nietzsche y Marx, al envolvernos en una tarea de interpretación que se reflejaba siempre sobre sí misma, no han constituido alrededor nuestro, y para nosotros, esos espejos de donde nos son enviadas las imágenes cuyas heridas inextinguibles forman nuestro narcisismo de hoy día».
Este texto del filósofo francés Michel Foucault trata de Nietzsche, Freud y Marx como fundadores modernos de la interpretación, en tanto tres heridas narcisistas a la cultura de Occidente. Inaccesible su versión castellana desde hace muchos años, lo ofrecemos al lector en una nueva edición, seguida por el debate que al respecto mantiene con figuras como François Wahl y Gianni Vattimo y precedido de un ensayo introductorio de Eduardo Grüner: «Foucault: una política de la interpretación».
Michel Foucault
ePub r1.1
Moro21.02.14
Título original: Nietzsche. Cahiers de Royaumont. Philosophie nº VI
Michel Foucault, 1967
Traducción: Carlos Rincón
Editor digital: Moro
ePub base r1.0
M ICHEL F OUCAULT . Nacido como Paul-Michel Foucault (Poitiers, 15 de octubre de 1926 – París, 25 de junio de 1984) fue un historiador de las ideas, teórico social y filósofo francés. Fue profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France (1970-1984), en reemplazo de la cátedra de «Historia del pensamiento filosófico» que ocupó hasta su muerte Jean Hyppolite. El 12 de abril de 1970, la asamblea general de profesores del College de France eligió a Michel Foucault, que por entonces tenía 43 años, como titular de la nueva cátedra. Su trabajo ha influido en importantes personalidades de las ciencias sociales y las humanidades.
Foucault es conocido principalmente por sus estudios críticos de las instituciones sociales, en especial la psiquiatría, la medicina, las ciencias humanas, el sistema de prisiones, así como por su trabajo sobre la historia de la sexualidad humana. Su trabajo sobre el poder y las relaciones entre poder, conocimiento y discurso ha sido ampliamente debatido. En los años 1960, Foucault estuvo asociado al estructuralismo, un movimiento del que se distanció más adelante, después de que, en algunas de sus primeras obras, coqueteara con el lenguaje estructuralista. Foucault también rechazó las etiquetas de postestructuralista y postmoderno, que le eran aplicadas habitualmente, prefiriendo clasificar su propio pensamiento como una crítica histórica de la modernidad con raíces en Kant. Más, precisamente, denominó su proyecto teórico como una Ontología crítica de la actualidad, siguiendo la impronta kantiana, en el texto ¿Qué es la ilustración? Fue influenciado profundamente por la filosofía alemana, especialmente por Nietzsche. Su «genealogía del conocimiento» es una alusión directa a la «genealogía de la moral» de Nietzsche. En una de sus últimas entrevistas declaró definitivamente: «Soy un nietzscheano». También por Martín Heidegger. De él dirá, en una entrevista de junio de 1984: «Heidegger ha sido mi filósofo esencial».
En 2007 Foucault fue considerado por el The Times Higher Education Guide como el autor más citado del mundo en el ámbito de Humanidades en dicho año.
Foucault: una política de la interpretación
por Eduardo Grüner
La lectura foucaultiana de Marx, Nietzsche y Freud empieza, para mí, hace un cuarto de siglo. En efecto, hace más de 25 años, Susan Sontag publicó un breve pero famosísimo ensayo que se llamó, con un énfasis programático ya condensado en el título, «Contra la interpretación». Se trataba de un vigoroso alegato —plenamente imbuido de la combatividad formalista y estructuralista de las vanguardias críticas de la época— que abogaba por la eliminación del concepto de contenido como «código segundo» al cual traducir la «forma» del texto estético, y que proponía por consiguiente liquidar, por reductora e incluso por «reaccionaria», toda estrategia interpretativa, en favor de una descripción gozosamente formal y amorosa de la obra, para terminar con la exhortación —sin duda reminiscente de la Tesis XI sobre Feuerbach— de que si hasta ahora lo que teníamos era una hermenéutica del arte, lo que necesitamos actualmente es un erotismo del arte. Ahora bien: tratándose del erotismo, la propuesta no puede dejar de ser seductora, si bien me parece que la autora tiene un concepto un poco estrecho del erotismo, limitado a una mirada contemplativa sobre la exterioridad. o —como dice ella— sobre la superficie del corpus —o del cuerpo— a disfrutar. Por otra parte, sin embargo, en una época como la nuestra —en la que la disposición polémica parece haberse transformado en un anacronismo arqueológico por el cual hay que estar pidiendo disculpas todo el tiempo— ese espíritu combativo del ensayo no puede menos que ser celebrado.
No obstante, releyendo el articulo para inspirarme (con pobres resultados, seguramente) para esta presentación, ya no pude reencontrar en mí mismo el entusiasmo que otrora me llevara a militar fervientemente en las filas del más sectario formalismo antihermenéutico. Digamos, para ser breves, que hoy sigo pensando que Susan Sontag tiene razón, pero por malas razones. Quiero decir: seguramente que tiene razón cuando se fastidia, por ejemplo, ante el hecho de que, como ella misma lo dice, la obra de Kafka ha estado sujeta a un «masivo secuestro» por parte, al menos, de tres ejércitos de intérpretes: quienes la leen como alegoría social, quienes la leen como alegoría psicoanalítica, y quienes la leen como alegoría religiosa.
En los tres casos (o en la muy frecuente combinación de los tres), lo que se enriquece es la «interpretación», y lo que se empobrece —o, directamente, se pierde— es el texto y su extraordinaria e inquietante indeterminación. Nada más cierto. Pero aquí hay un problema del cual la autora no parece hacerse cargo: esas interpretaciones existen, y ya no podemos reclamar la inocencia de leer a Kafka como si no existieran, del mismo modo que ya no podemos tener la pretensión ingenua de leer el Edipo Rey de Sófocles o el Hamlet de Shakespeare como si no hubiera existido Freud. Esas interpretaciones» cuando son eficaces, no se han limitado a trasladar a un código inteligible un texto rico en incertidumbres, sino que se han incorporado a la obra, a su contexto de recepción. Y más todavía: se han incorporado a todo el conjunto de representaciones simbólicas o imaginarias que constituyen nuestra cultura, si es que aceptamos —como yo he terminado por aceptar, provisoriamente— que las prácticas sociales están constituidas y condicionadas también por los
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