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Esmé Weijun Wang - Todas las esquizofrenias

Aquí puedes leer online Esmé Weijun Wang - Todas las esquizofrenias texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2022, Editor: 2022, Género: Política. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Esmé Weijun Wang Todas las esquizofrenias

Todas las esquizofrenias: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

Todas las esquizofrenias jamás habría existido sin el apoyo de muchas personas y organizaciones y me gustaría aprovechar estas páginas para expresarles mi gratitud.

A mi mejor lectora y querida amiga, que me ayudó a darle forma a los artículos que reúne este libro, Miriam Lawrence: tus consejos y tu amor han sido inestimables para mí. A Andi Winnette, que se subió al carro justo cuando el libro más lo necesitaba: te agradezco tu brillantez. Gracias a Quince Mountain por revisar conmigo el manuscrito durante la recta final: eres una de las personas más sabias que conozco. Porochista Khakpour: gracias por tu solidaridad y tu amistad, así como por tu mirada sagaz; te quiero un montón.

Por sus ánimos, amistad y apoyo inquebrantable, les doy las gracias a Anna North, Laura Turner, Caille Millner, Reese Kwon, Andi y Colin Winnette, Anisse Gross, Dyana Valentine, Rachel Khong y Aaron Silberstein. Por los ánimos diarios, gracias, SDC.

A los editores y redactores con los que trabajé en varios de estos artículos, incluidos Andi Winnette, Karolina Waclawiak, Mensah Demary, Anna North, Willie Osterweil, Haley Cullingham y Bethany Rose Lamont. A Nicole Cliffe, que fue la primera persona que aceptó con entusiasmo uno de estos artículos para publicarlo; a «Días de Perdición» le costó un tiempo encontrar un hogar, y estoy muy agradecida de que fuera en el tuyo.

A mi equipo de sanación, con un agradecimiento especial para Grace y la doctora McInnes.

A las residencias de Hedgebrook y Yaddo, a la Whiting Foundation y Granta.

A Lana del Rey y su álbum Ultraviolence.

A los investigadores, autores y científicos cuyas obras cito en estas páginas, y a las personas que, en su generosidad, me permitieron entrevistarlas para el libro. A la Asociación de Salud Mental de San Francisco.

A mi increíble agente y valedor, Jin Auh, y a la agencia Wylie en su conjunto.

A mi amable y entendido editor Steve Woodward, así como a Ethan Nosowsky, Fiona McCrae y el resto de la manada de Graywolf Press, que recibieron con los brazos abiertos a este libro y a su autora. Vaya un agradecimiento especial para Brigid Hughes, que propuso mi manuscrito para el Premio de Ensayo de Graywolf Press: me siento honrada por tan extraordinaria oportunidad.

A mi familia: mamá, papá, Allen, Claudia y Kerrigan.

A Daphne.

Por último, a Chris, mi amor querido, la persona a la que está dedicado este libro y que ha estado a mi lado de tantos modos distintos que es imposible llevar ya la cuenta. Te quiero.

DIAGNÓSTICO

La esquizofrenia aterra. Es el paradigma de la locura. La enajenación nos asusta porque somos seres que anhelan siempre una estructura y un sentido; ordenamos los interminables días en años, meses y semanas; ponemos nuestra esperanza en hallar formas de arrinconar y controlar la mala suerte, la enfermedad, la desdicha, la desazón y la muerte, desenlaces todos ellos inevitables, por mucho que finjamos que son de todo menos eso. Aun así, luchar contra la entropía parece de una futilidad increíble cuando nos enfrentamos a la esquizofrenia, que rehúye la realidad en pro de su propia lógica interna.

La gente habla de los esquizofrénicos como si estuviesen muertos sin estarlo, como si desaparecieran para quienes los rodean. Los esquizofrénicos son víctimas de la palabra rusa гибель (gibel), que es sinónimo de «maldición» y «catástrofe», sin que ello implique necesariamente la muerte o el suicidio, pero sí un cese calamitoso de la existencia; nos deterioramos de una manera que resulta dolorosa para los demás. El psicoanalista Christopher Bollas define la «presencia esquizofrénica» como la experiencia psicodinámica de «estar con [una persona esquizofrénica] que da la impresión de haber dejado atrás el mundo humano y haberse adentrado en un entorno no humano», porque otras calamidades humanas son capaces de soportar el peso de la narrativa de la humanidad –la guerra, los secuestros, la muerte–, pero el caos intrínseco de la esquizofrenia no se deja encorsetar por el sentido. Tanto gibel como «presencia esquizofrénica» aluden al sufrimiento de aquellos que rodean al enfermo, que es quien de entrada sufre.

Porque los esquizofrénicos sufrimos. Yo me he perdido –y hablo de estar perdida físicamente– en una habitación totalmente a oscuras. Existe un suelo, sí, que no puede estar sino justo debajo de mis pies entumecidos, y esas anclas con forma de pie son los únicos hitos fiables. Si doy un paso en falso, tendré que afrontar las truculentas consecuencias. En ese sórdido abismo la clave es no tener miedo, porque el miedo, si bien es inevitable, no hace sino exacerbar la horrible sensación de estar perdida.

Según el Instituto Nacional de Salud Mental (el NIMH), en Estados Unidos el 1,1 % de la población adulta padece esquizofrenia. La cifra aumenta si abarcamos el conjunto del espectro psicótico, o lo que también se conoce como «las esquizofrenias»: el 0,3 % trastorno de la personalidad esquizoide. Soy consciente de las implicaciones de la palabra «padecer» y su sesgo neurotípico, pero también creo en el sufrimiento de las personas que tenemos diagnosticada algún tipo de esquizofrenia y de nuestra mente atormentada.

Yo no recibí un diagnóstico oficial de trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar hasta ocho años después de tener mis primeras alucinaciones, en la época en que empecé a sospechar que el cerebro me la estaba jugando. Todavía hoy sigue sorprendiéndome la de tiempo que costó. En el año 2001 me diagnosticaron trastorno bipolar, pero no escuché mi primera alucinación acústica –una voz– hasta 2005, cuando tenía veintipocos años. Para entonces yo ya sabía lo suficiente sobre psicopatología como para comprender que quienes tienen trastorno bipolar pueden experimentar síntomas propios de la psicosis, pero en teoría estos no concurrían cuando no se estaba sufriendo un episodio del estado de ánimo. Así se lo hice saber en su momento a la doctora C., que por entonces era mi psiquiatra, pero esta jamás mencionó las palabras «trastorno esquizoafectivo», ni siquiera cuando la informé de que iba por el campus esquivando demonios invisibles o le conté que había visto una locomotora bien definida avanzando hacia mí justo antes de desvanecerse. Yo empecé a llamar a estas vivencias «distorsiones sensoriales», una expresión que la doctora C. se apresuró a utilizar en mi presencia en lugar de «alucinaciones», que es lo que eran.

Hay personas a las que no le gustan nada los diagnósticos y los rechazan por ser formas de «encasillar» y «etiquetar» a la gente, pero yo siempre he hallado cierto consuelo en que haya unas condiciones preexistentes: me gusta saber que no soy la pionera de una experiencia inexplicable. Me pasé años insinuándole a la doctora C. que quizá en mi caso un diagnóstico de trastorno esquizoafectivo fuera más acertado que el de trastorno bipolar, pero fue en vano. Creo que mi psiquiatra se resistía a trasladarme oficialmente del terreno más común de los trastornos del estado de ánimo y de la ansiedad al Salvaje Oeste de las esquizofrenias, donde yo quedaría expuesta a la autocensura y al estigma de los demás (incluidos aquellos con acceso a mi historial diagnóstico). La doctora C. siguió tratándome con estabilizadores del ánimo y antipsicóticos durante otros ocho años y ni una sola vez sugirió que mi enfermedad pudiera ser otra. Hasta que empecé a desmoronarme del todo y cambié de psiquiatra. Aunque a regañadientes, mi nueva doctora M. me diagnosticó trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar, el que a día de hoy sigue siendo mi diagnóstico psiquiátrico principal. Es una etiqueta que, de momento, acepto sin problema.

Un diagnóstico es reconfortante porque te proporciona unos parámetros –una comunidad, un linaje– y, si hay suerte, un tratamiento o una cura. Un diagnóstico dice que estoy loca, pero de una manera concreta: de una manera que no solo se ha experimentado y documentado en los tiempos modernos, sino también por los antiguos egipcios, que describieron una afección similar a la esquizofrenia en el tratado sobre el corazón del

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