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Tristan Taormino - Porno feminista

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Tristan Taormino Porno feminista

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III. HACERLO EN CLASE
Introducción: Las políticas de producir placer

CONSTANCE PENLEY, CELINE PARREÑAS SHIMIZU, MIREILLE MILLER-YOUNG Y TRISTAN TAORMINO.

P orno feminista es la primera colección que aúna los escritos de personalidades de la producción y estudio académico del porno feminista, con el fin de implicar, retar y reimaginar la pornografía. Las editoras de este volumen colaborativo somos tres profesoras del campo de la pornografía y una productora de contenido pornográfico, y durante años hemos mantenido un diálogo vivo sobre pornografía y política feminista. En sus críticas, el feminismo antiporno retrata el sector pornográfico como una industria y medio de comunicación monolíticos, y generaliza burdamente sobre su producción, sus trabajadores, sus consumidores y sus efectos en la sociedad. Estos feministas antipornografía responden de formas variadas a los pornógrafos feministas y a los profesores de porno feminista. Nos acusan de autoengañarnos sobre la naturaleza de la pornografía; afirman que no somos capaces de ver de forma crítica ningún tipo de porno, y que defendemos que todo el porno es empoderador. A menudo simplemente descartan de entrada que seamos capaces o que tengamos autoridad alguna para producirlo o estudiarlo. Pero los argumentos, hechos e historias de Porno feminista no pueden descartarse sin más: son investigaciones rigurosas y sobre el terreno de las políticas de la producir placer. Nuestro objetivo es doble: por una parte, explorar el surgimiento y significado del floreciente movimiento del porno feminista; y por otra, reunir a algunas de las mejores voces académicas que estudian la pornografía, conversación que propicia este libro incita a nuevas ideas sobre la riqueza y complejidad del porno como género e industria, de tal forma que nos ayuda a apreciar el trabajo que llevan a cabo feministas dentro de la industria del porno, tanto el porno tradicional como el que se realiza en los márgenes contraculturales.

Para comenzar, ofrecemos una definición amplia del porno feminista, que se encarnará, debatirá y examinará en los siguientes artículos. Como género pornográfico al mismo tiempo establecido y emergente, el porno feminista utiliza imágenes sexualmente explícitas para disputar y complicar las representaciones dominantes de género, sexualidad, origen étnico, clase, capacidad, edad, tipo de cuerpo y otros marcadores de la identidad. Porno feminista explora los conceptos de deseo, agencia, poder, belleza y placer en los límites más confusos y difíciles, incluyendo el placer dentro y a través de la desigualdad, frente a la injusticia y contra los límites de la jerarquía de género, así como de la heteronormatividad y la homonormatividad. Busca desestabilizar las definiciones convencionales del sexo, y expandir el lenguaje del sexo como actividad erótica, expresión de identidad, intercambio de poder, patrimonio cultural e incluso como un nuevo ámbito político.

El porno feminista crea imágenes alternativas y desarrolla una estética e iconografía propias que expanden los discursos y normas sexuales establecidos. El porno feminista incorpora elementos de los géneros desde los que surgió, como el «porno para mujeres», el «porno para parejas» y el porno lésbico, y también de otros campos como la fotografía feminista, el arte performativo y la cinematografía experimental. No asume una única espectadora femenina, sino que reconoce múltiples espectadores: femeninos y otros, con muchas preferencias diferentes. Los creadores de porno feminista destacan la importancia de sus prácticas laborales en la producción y su trato a sus intérpretes/trabajadores sexuales; a diferencia lo habitual en los sectores convencionales de la industria del entretenimiento para adultos, aspiran a crear un entorno trabajo justo, seguro, ético, consensuado. A menudo crean su imaginería en colaboración con sus protagonistas. En última instancia, el porno feminista considera que la representación del sexo (y su producción) es un terreno donde crear resistencia, intervención y cambio.

El concepto de porno feminista surge en los años ochenta en plena guerra feminista contra el porno en Estados Unidos. Las guerras del porno (también conocidas como «porn wars», las guerras feministas por el sexo, o los debates feministas sobre la sexualidad) emergieron de un debate dentro del feminismo sobre el papel de la representación sexualizada dentro de la sociedad y acabaron con una división completa del movimiento que ha durado más de tres décadas. En el apogeo de movimiento feminista en Estados Unidos surgió una extendida lucha de activistas de base en contra de la proliferación de representaciones misóginas y violentas en los medios de comunicación de masas, que se vio superada por un esfuerzo centrado específicamente en prohibir legalmente el medio más explícito de todos, y aparentemente el más sexista: la pornografía. Utilizando el lema de Robin Morgan «la pornografía es la teoría; la violación es la práctica», el feminismo antipornografía argumentaba que el porno era una mercantilización de la violación. Mientras que un grupo llamado Women Against Pornography (WAP) comenzó a organizarse seriamente para prohibir la obscenidad en todo el país, otras feministas como Lisa Duggan, Nan D. Hunter, Kate Ellis y Carol Vance denunciaron lo que consideraban una connivencia mal concebida del WAP con la derecha cristiana y la Administración Reagan, sexualmente conservadora, así como una deformación del activismo feminista hacia un movimiento a favor de la higiene moral y las buenas costumbres. Considerando que el feminismo antipornografía constituía un enorme paso atrás en la lucha feminista para empoderar a la mujer y las minorías sexuales, una comunidad muy activa de trabajadores sexuales y activistas sexuales radicales se unió al feminismo anticensura y sex-positive, y en conjunto forjaron los cimientos del movimiento a favor del porno feminista.

Los años previos a las guerras del porno en el feminismo se suelen conocer como «la era dorada de la pornografía»: un período entre principios de los setenta y principios de los ochenta marcado por largometrajes con presupuestos generosos y altos valores de producción que se estrenaban en salas de cine. Un grupo de intérpretes pornográficas que trabajaron durante la era dorada (incluyendo a Annie Sprinkle, Veronica Vera, Candida Royalle, Gloria Leonard y Veronica Hart) formaron en Nueva York el primer grupo de apoyo mutuo, al que llamaron Club 90. En 1984, el colectivo artístico feminista Carnival Knowledge solicitó a Club 90 que participara en un festival llamado The Second Coming para explorar la cuestión «¿Existe una pornografía feminista?». Es una de las primeras ocasiones documentadas en las que el feminismo se planteó y exploró públicamente esta pregunta clave.

Ese mismo año, Candida Royalle, que pertenecía a Club 90, fundó Femme Productions con la intención de crear un nuevo género: el porno desde el punto de vista de una mujer.

Al llegar los años noventa, el éxito de Royalle y Hartley había tenido efecto en la industria del contenido para adultos tradicional. Los principales estudios, incluidos Vivid, VCA y Wicked, comenzaron a producir sus propias líneas de porno para parejas, que reflejaban la visión de Royalle y generalmente empleaban una fórmula de porno más suave, más amable y romántico, con argumento y una calidad de producción muy cuidada. El crecimiento del género de «porno para parejas» significó un cambio en la industria: por fin se reconocía la existencia del deseo femenino y de las espectadoras, si bien su definición era aún muy restringida. Esto proporcionó a las espectadoras una gama más amplia de producciones, y a las mujeres directoras más oportunidades de dirigir películas heterosexuales convencionales, como por ejemplo, a Veronica Hart y Kelly Holland (también conocida como Toni English). El porno lésbico independiente producido por lesbianas creció a un ritmo mucho menor, pero Fatale Video (que siguió produciendo películas nuevas hasta mediados de los años noventa) finalmente tenía compañía en Su microgénero, con trabajos de Annie Sprinkle, Maria Beatty, Shar Rednour y Jackie Strano. Sprinkle también creó la primera película porno en la que aparecía un hombre trans, y Christopher Lee siguió ese mismo camino con una película en la que la totalidad del reparto eran hombres trans.

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