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Escribo esto a la luz de un nuevo día, con papel y lápiz, a la vieja usanza. Aquí no hay posibilidad de correcciones pulcras. Quiero ver mis primeros pensamientos, las palabras que tacho y las que escojo para sustituirlas. Los primeros pensamientos suelen ser mentiras. Vicino dice: «Escribe algo sobre ti mismo, y después escribe lo contrario. Luego contempla la posibilidad de que la segunda afirmación sea cierta.»
No soy mala persona. Soy mala persona.
No quise matar al hombre de la biblioteca. Quise matar al hombre de la biblioteca.
Lo que sucedió después no fue culpa mía, no me responsabilicen. Fue culpa mía. Responsabilícenme.
Así pues, ésta es la historia de cómo cambió todo. No voy a decirles mi nombre. Si quieren un nombre, usen el suyo.
Empecemos por un día elegido al azar, sin recordarlo retrospectivamente. Debo esforzarme por lograr que comprendan lo que yo era, porque sólo así entenderán en qué me he convertido. La operación ha sido un rotundo éxito, pero, como suele decirse, el paciente ha fallecido.
Ese día cualquiera de hace tanto tiempo, mucho antes de ayer, estoy sentado solo en mi cuarto, con la persiana bajada y la puerta cerrada con llave. Tengo puesta una música que no escucho. La televisión está encendida, sin sonido. No la miro. Sólo está ahí, como la franja de luz que entra por debajo de la persiana y la presión en mi vejiga, que me indica que tengo que ir a mear. Puede que no tarde mucho en hacerlo. No hago nada en concreto. La mayor parte de los días no hago nada. Podría decirse que me dedico a eso, como si fuera mi profesión. No me supone ningún problema. No quiero nada. Tengo las mismas necesidades animales que todos ustedes: comer y defecar, copular y dormir, pero en cuanto esas necesidades son satisfechas, desaparecen, y todo vuelve a ser como antes. Son cosas imprescindibles. Nada que ver con el deseo.
Ni siquiera ambiciono dinero. ¿Para qué? Ves algo que quieres comprar, te entusiasmas con la idea de poseerlo, lo compras, y el entusiasmo se desvanece y todo vuelve a ser como antes. Conozco el juego. Te inducen a anhelar cosas para obtener tu dinero. Después lo toman y ya es suyo. ¿Y qué hacen con él? Lo utilizan para comprar cosas que otros, a su vez, les inducen a anhelar. Durante unos breves instantes se creen felices, y después todo se esfuma y vuelve a ser como antes. ¡Mira que podemos llegar a ser tontos! Como los peces. Los peces se pasan el día nadando en busca de comida que les dé fuerzas para seguir nadando el resto del día. Me dan risa todas esas personas que corren de un lado a otro ganando dinero para comprarse cosas unas a otras. Cualquiera con dos dedos de frente podría explicarles que sus vidas no tienen sentido y que así no consiguen ser más felices.
Mi vida no tiene sentido. No consigo ser más feliz.
Mi difunto padre me comenta:
—Tu madre dice que te pasas el día encerrado en tu cuarto.
—No miente —contesto.
—Ahí fuera el mundo es enorme —sigue—. Encerrado en tu cuarto no irás a ninguna parte.
—No hay ningún sitio al que ir —le aclaro.
Él detesta eso. Mi actitud negativa. Podría decirle que él tampoco va a ninguna parte. Pero ¿para qué aguarle la fiesta?
Me gusta mi cuarto. Antes he dicho que no quiero nada, pero no es del todo cierto. Quiero mi habitación. No me importa lo que haya en ella, siempre y cuando tenga una puerta que pueda cerrar con llave para que la gente no venga a pedirme que haga cosas. Espero poder pasar el resto de mi vida en mi cuarto y al final morirme aquí y que nadie me encuentre. Con eso me conformo.
El gran y ancho mundo: para empezar, no es ni tan grande ni tan ancho. En realidad es tan grande como la experiencia que se tiene de él, que no es que sea muy grande. ¿Y qué clase de mundo es? Yo lo calificaría de remoto, indiferente, impredecible, peligroso e injusto. De pequeño pensaba que era como mis padres, sólo que mayor. Pensaba que me observaba y aplaudía cuando yo bailaba. Pero no es así. El mundo no mira, y nunca aplaude. Mi padre no lo entiende, y sigue bailando. Me da mucha pena verlo.
Cat dice que a mi visión del mundo le falta profundidad y le sobra amargura. Yo disiento. Lo mío no es amargura. Yo veo las cosas como son. La naturaleza es egoísta. Todas las criaturas matan para sobrevivir. El amor es un mecanismo para propagar la especie. La belleza es un truco que se desvanece. La amistad es un acuerdo de provecho mutuo. La bondad nunca es recompensada, y la maldad jamás recibe su castigo. La religión es superstición. La muerte es aniquilación. Y en cuanto a Dios, si de verdad existe, hace siglos que dejó de velar por la humanidad. ¿No habrían hecho ustedes lo mismo?
De modo que ¿para qué abandonar mi cuarto?
Mi educación, nada del otro mundo, ha concluido. Me he licenciado. En teoría, debería estar exultante. Mi difunto padre me ha dado algo de dinero, bastante, mil libras, para que pueda vivir una última gran aventura antes de que empiece la vida real. Pero ¿qué cuento es ése? Vida real, bonjour tristesse . Aprecio el gesto, pero no hay ningún sitio al que quiera ir ni nada que desee hacer.
Desde que tengo recuerdos, siempre he estado en algún tipo de escuela, aunque no creo haber aprendido nada de nada. Era como oír las instrucciones de seguridad que te dan en los aviones antes de despegar. La voz dice que lo que está contando es realmente importante, que, por favor, la escuches con atención, pero nadie hace caso, porque no va a pasar nada, y si pasa da igual, porque estarás muerto. Aun así, admito que, mirando hacia atrás, el sistema escolar conformaba mi vida. Un año tras otro, sin tener que tomar decisiones, fui cambiando de clase, como si subiera por una escalera gigante. Ahora ya estoy arriba, y ante mí se extiende lo que hilarantemente llaman el mundo real.
Me encuentro en el proceso de no buscar trabajo. Estoy pensando en hacerme periodista o, tal vez, director de cine. No es una decisión fácil. Los periodistas conocen a un montón de gente interesante, viajan mucho y trabajan en breves intervalos intensos, lo que significa que no se aburren. Los directores de cine, por su parte, se pasan años madurando un proyecto, para luego sufrir como demonios si fracasan, pero conocen a mujeres jóvenes y atractivas y comen el catering de los rodajes. Así que no es una decisión fácil.
Es broma, por supuesto. Debo decir que tengo una licenciatura poco impresionante de una universidad nada famosa sobre una materia inútil que ya he olvidado.
—Hay un montón de trabajos que podrías realizar —dice mi padre, mientras me dirige una mirada falsamente vivaz.
A pesar de que nos abandonó, o puede que justamente a causa de ello, sabe que no debe hacer nada que mine mi confianza en mí mismo. Si crees en ti mismo, puedes hacer cualquier cosa. Eso es lo que piensa mi padre. Es la fe poscristiana que ha reemplazado a la fe en la resurrección. Ahora a todos se nos facilita nuestra propia resurrección personal. Nosotros mismos podemos salir de la tumba a golpe de manivela.
No estoy en desacuerdo con eso. Sólo pregunto: ¿para qué molestarse?
Mi padre alude a todas las grandes oportunidades que me esperan ahí fuera, pero pasa por alto mencionarlas. Yo relleno los huecos. Podría montar una empresa y vender cosas que ni yo mismo quiero a gente que no las necesita. Podría convertirme en profesor y contar cosas que no quiero saber a gente que no quiere escuchar. Podría ser soldado y matar a gente. Eso no estaría mal, si no fuera peligroso.
Mi amigo Mac piensa ir de cooperante a Nepal. Eso tiene gracia, porque lo que Nepal necesita precisamente es quitarse de encima a tipos como Mac, que sólo van allí para encontrar sentido a sus vidas. Absorben todo lo que pueden, y a los nepalíes no les queda nada; así que lo único que pueden hacer es cargar por los montes con el equipaje de los exploradores y venderles droga. Mac dice que no le importa, que al menos verá montañas. Yo le digo que lo curioso de las montañas es que, cuando estás en ellas, no las ves. Hay que estar lejos para verlas. Por ejemplo en casa, mirando una postal. Mac contesta que cuando estás en una montaña, miras la siguiente.