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Sinopsis
«Mi vida ha sido pintoresca, desde luego, pero yo no me veo contándola como un relato lineal. Para mí lo importante no es lo que yo he ido viviendo, sino que lo verdaderamente interesante es meter esa vida en el contexto de lo que pasaba alrededor.»
El joven José Miguel ya ha terminado la universidad y empieza su etapa como médico en prácticas. España vivía en una dictadura; ir a la universidad franquista era toda una aventura. Hijo de una familia numerosa de clase media, tenía prisa por salir y vivir lo que en este país de tonos grises estaba vedado. El extranjero como metáfora de libertad y la farándula como alternativa de una existencia en tecnicolor se convierten en opciones al alcance de su mano. A través de ellas, Wyoming descubrirá otro camino que cambiará su destino para siempre. El resultado es un libro de Wyoming memorialístico, pero con un gran componente reivindicativo y mitinero, como ya tuvo en su obra No estamos locos, gran éxito en librerías. En sus páginas hay un interesante retrato de la Transición, de las contradicciones entre la España heredera de la reciente dictadura y la que despertaba a la modernidad de los 80. Las drogas, el sexo, la música… se mezclan con la política y la lucha por encontrar un lugar profesional propio. Una breve historia de la España de la Transición contada desde los personajes cotidianos. Un libro peculiar que mezcla vida, crónica y política.
E L G RAN W YOMING
LA FURIA Y LOS COLORES
Drogas, política y rock & roll
Para Irene.
Para mis hijos, desde aquel tiempo en el que era como ellos, ahora que quiero seguir siéndolo.
Para todos los que huyeron de aquel régimen infame de represión, crueldad y furia, y se inventaron un mundo paralelo donde refugiarse, un espacio de amistad, solidaridad y amor. Un mundo de colores.
Introducción
Nacidos en los cincuenta
Los que nacimos en los años cincuenta hemos vivido la mejor época de la historia de la humanidad.
En primer lugar, nos hemos librado de las guerras que a lo largo de la primera mitad del siglo XX asolaron Europa.
Ese tiempo de paz permitió que los grandes avances científicos y tecnológicos que se encontraban en estado embrionario evolucionaran a una velocidad de vértigo, al tiempo que se expandían hasta los más alejados rincones generando una vida nueva.
Por otra parte, la derrota de Hitler hizo necesaria en Europa la reparación en forma de concesiones legales, de proclamación de derechos fundamentales para una clase trabajadora que había pagado con sus vidas la lucha contra la tiranía en favor de la libertad. Así, se reconoció el derecho a la vivienda y el acceso a la sanidad y la educación.
Sin duda, el gran paso fue, una vez superada la era del hambre, dejar atrás la lucha por el pan para iniciar la conquista de la libertad.
Los nacidos en los años cincuenta no solo pudimos disfrutar de todos los avances que venían a mejorar la vida de los ciudadanos, sino que nos vimos arrastrados por el advenimiento de una nueva era que se abría paso como un tsunami ante la estupefacción de los valedores del viejo mundo. La llegada del hombre a la Luna, la incorporación de la mujer en la sociedad, los pelos largos, la emancipación de la familia, la huida de los dogmas religiosos, el fin de la dictadura, el amor libre, la era del rock & roll. Toda una sucesión de pasos adelante que nos sumergían en un estado de euforia: avanzábamos hacia un mundo nuevo, un mundo mejor, más libre.
Sin ser del todo conscientes de los prodigios que se vislumbraban al ascender a la cima, saliendo del «valle de lágrimas» en el que nos había sumido durante siglos una religión que proclamaba el sufrimiento y la sumisión como única vía para la salvación eterna, por primera vez en la historia, el pueblo accedió a una vida que podría ser calificada de tal.
Los acontecimientos que tuvieron lugar detrás del Telón de Acero, en Hungría y Checoslovaquia, así como en París en mayo del sesenta y ocho, y en las universidades de la costa Oeste de los Estados Unidos, que afloraron en lo que se bautizó como el Verano del Amor, y más tarde la Nación Woodstock, generaron un movimiento sísmico del que brotó una generación de jóvenes que, rebasando los márgenes, circuló por otro cauce, una riada que lo inundó todo a su paso y que, dando la espalda a sus ancestros, escapó de su control.
Mientras, en España vivíamos bajo una dictadura que restringía cualquier movimiento social o político haciendo de la península una excepción, una reliquia del pasado que se mantuvo hasta la muerte del dictador, a pesar de los intentos de resistencia de los partidos y sindicatos que operaban en la clandestinidad, abarrotando las cárceles de presos políticos, ante la indiferencia de las democracias europeas y del principal aliado de Franco, el Gobierno de los EE. UU., que aprovechaba la circunstancia para convertir nuestro suelo en plataforma para sus bases militares, convirtiendo España en «la reserva espiritual de Occidente», situación que reivindicaban con orgullo los próceres del régimen.
Cuando, de forma inevitable, los sucesos que transformaron nuestro entorno se fueron filtrando por los poros de nuestra frontera natural, los Pirineos, aquellos modos, costumbres y consignas «extranjerizantes» se instalaron creando un nuevo español que nada quería saber de uniformes, gorras de plato, estandartes, banderas, incensarios, procesiones ni, lo que es peor, de una patria que, nacida a la sombra de un imperio donde no se ponía el sol, devoraba a sus crías cuando no las reconocía como propias.
En aquel entorno crecíamos los más jóvenes en medio de una dictadura que nos sumía en la Edad Media mientras que la psicodelia nos catapultaba al futuro. Vivíamos la adolescencia sumergidos en el pánico, atisbando el paraíso, entre la represión y la solidaridad, de espaldas a un clero servil con el verdugo. Somos la generación que buscaba la salida de la sima siguiendo los rayos de luz que se filtraban desde el exterior para guiarnos hacia la libertad.
Fue un tiempo duro y a la vez muy rico en lo vital. Era fácil distinguir el bien del mal, elegir entre los dos bandos incompatibles, irreconciliables. Dos verdades absolutas contrapuestas. Una tiranía en toda regla, regida por un militar dueño y señor de los destinos de España, tanto en el plano político como en el espiritual, y lo otro, lo demás, fuera lo que fuera, eso otro que había adquirido diferentes formas y abarcaba desde la psicodelia o el anarquismo libertario a partidos sectarios de extrema izquierda, pasando por intelectuales demócratas de comunión diaria o despachos de abogados que defendían a aquella masa de contestatarios irredentos. Un mundo dividido en represores y oprimidos y, reptando por allí, los neutrales, equidistantes, apolíticos: hipócritas que utilizaban la ceguera como método de justificación y atenuación de la conciencia.