Agradecimientos
ESTE libro ha mejorado inmensamente gracias a los muchos lectores que dedicaron su tiempo y quienes, por supuesto, no son responsables de las posibles imperfecciones que puedan permanecer. Especialmente nos gustaría dar las gracias a Dan Rosenberg, a cuyos comentarios creativos, exhaustivos y profundos nos hemos hecho felizmente adictos; a Fay Sawyier, nuestro querido y perspicaz primer lector; y a Jessica Heineman-Pieper, por su criterio riguroso y su sensibilidad al leer este libro. También nos sentimos agradecidos por sus comentarios a Josef Blass, Pastora San Juan Cafferty, Jeffie Pike Durham, Natalie y Ben Heineman, Tamara Scheinfeld, Elizabeth Hersh, Jotham Stein, Victoria Heineman Stein, y otros lectores que generosamente ofrecieron su tiempo y se molestaron en ayudarnos.
Nos sentimos afortunados de haber tenido la oportunidad de trabajar con Susan Clarey y Nancy Hancock, que hicieron que et proceso de edición fuera ameno y productivo a la vez.
PIEPER, Martha Heineman. Recibió su doctorado de la Universidad de Chicago y su licenciatura del Radcliffe College, donde se graduó con los títulos de Phi Beta Kappa y Magna Cum Laude. Ha trabajado en el consejo editorial de trabajo social del Smith College Studies sobre Trabajo Social y ha escrito para muchas publicaciones profesionales y académicas.
PIEPER, William J. Recibió su licenciatura y doctorado en la Universidad de Illinois. Trabajó como residente en el Instituto de Neuropsiquiatría de Illinois en psiquiatría infantil y de adultos, y también en el Instituto de Chicago para Investigación sobre Jóvenes. En 1975 se graduó en el Instituto de Psicoanálisis de Chicago certificándose en psicoanálisis para niños y adultos. Ha sido profesor del Instituto de Psicoanálisis de Chicago y ha enseñado en la Universidad de Chicago, en la Escuela de Administración de Servicios Sociales.
Durante más de veinticinco años, los Piepers han tenido una consulta privada donde han tratado a niños, adolescentes y adultos; también han sido consejeros de padres y han supervisado a otros profesionales del campo de la salud mental y han llevado a cabo investigaciones clínicas. Son autores de Smart Love: The Compassionate Alternative to Discipline That Will Make You a Better Parent and Your Child a Better Person (Amor inteligente: La alternativa compasiva a la disciplina que les convertirá en mejores padres y a sus hijos en mejores personas). Viven en Chicago y entre los dos han compuesto una familia de cinco hijos.
Capítulo 1
Confundir infelicidad con felicidad
La creencia más extendida, con diferencia, sobre el recién nacido llega a nosotros atravesando muchos siglos de cultura occidental, esto es, que los recién nacidos nacen en pecado o, si no, que nacen ya como seres antisociales que tienden a manipular a sus padres. Hemos visto que esta concepción es fundamentalmente engañosa. E igualmente engañosas son otras tres creencias populares: Que los niños al nacer son como un libro en blanco y que de forma pasiva van absorbiendo experiencias; que los niños nacen en un estado de inocencia que pronto se corrompe o se destruye en contacto con la maldad del mundo y que los niños nacen con personalidades ya «integradas».
La verdad es que todos los recién nacidos llegan al mundo sintiéndose optimistas con respecto a las relaciones humanas, adoran a sus padres y nacen con la convicción de que son seres tan adorables que sus padres, de forma natural, se sienten inclinados a cuidar de ellos con amor. Los niños también tienen la creencia de que todo lo que experimentan, tanto lo bueno como lo malo, es una expresión del amor que necesitan porque eso es lo que sus padres quieren para ellos. Como aman a sus padres plenamente, su mayor deseo es ser igual que ellos y tratarse a sí mismos igual que sus padres los tratan a ellos.
En otras palabras, usted no llegó al mundo siendo ya poco sociable, manipulador, con tendencia a ser un niño malcriado o dependiente, ni como un libro en blanco, ni incapaz de distinguir a sus propios padres; tampoco fueron sus genes la causa de esos rasgos de su personalidad que le hacen la vida difícil.
La felicidad como derecho inalienable
Todos los niños nacen con una cantidad inicial de felicidad interior: Se sienten dignos de amor, amorosos y amados. Todos los niños, incluyendo los niños ciegos y sordos, muestran evidencias de esta felicidad innata cuando, sólo unas semanas después de nacer, empiezan a sonreír más o menos indiscriminadamente cuando sienten que han captado la amorosa atención de sus padres y, por lo tanto, esto les hace sentirse particularmente felices. Al pasar los tres primeros meses, los bebés identifican cada vez más aquellas caras que son su mayor fuente de placer. Esa sonrisa de éxtasis que reservan especialmente para sus padres indica que están encantados tanto con sus padres como consigo mismos porque provocan el amor de sus padres hacia ellos.
Con el tiempo, el bienestar innato del niño criado por unos padres que entienden bien la educación infantil se hace fuerte como una roca y no se tambalea a pesar de los altos y bajos que puedan ocurrir en la vida de una persona. Ciertamente cualquiera que sufra una pérdida o una desilusión importante en la vida se sentirá triste, pero aquéllos cuya felicidad interior es estable no habrán desarrollado la necesidad de culparse a ellos mismos o a los demás buscando consuelo cuando las cosas no van bien. Ya que esas personas no sienten la necesidad de provocarse ningún tipo de infelicidad innecesaria, serán capaces de elegir bien lo que quieren en la vida y podrán llevarlo a cabo de forma consecuente.
En otras palabras, el derecho inalienable con el que nació usted y cualquier otro niño es el derecho a ser criado de tal manera que esa convicción innata de ser digno de amor y de ser amado se convierta en algo permanente. El resultado será: La capacidad de por vida de cuidar bien de usted y de su cuerpo, la habilidad de saber elegir y conservar amigos y parejas leales, la capacidad de desarrollar su propio potencial y de disfrutarlo, la resistencia para sobreponerse ante las dificultades y la mala suerte y la capacidad de dar a sus propios hijos el regalo de la felicidad interior. Ésta no es una perspectiva utópica. Todo el mundo tiene el potencial para poder disfrutar de una vida adulta de estas características. Y, como le vamos a mostrar, lo bueno es que nunca es demasiado tarde. Incluso si usted se perdió esta felicidad la primera vez, le enseñaremos cómo puede usted creársela desde ahora mismo.
La raíz de la confusión
Si usted está intentando mejorar su calidad de vida, el primer paso para hacerse cargo de su destino es comprender por qué ahora mismo no está llevando las riendas de su vida. La sorprendente y simple verdad es que, sin darse cuenta, como la mayoría de la gente, en alguna ocasión usted probablemente hizo que su vida fuera difícil o infeliz porque el amor que sentía por sus padres le llevó a confundir felicidad e infelicidad. Para comprender cómo pudo ser así, es necesario entender la forma especial de ver el mundo que usted tenía cuando era un niño.
Usted era un imitador nato
Cuando usted nació, sus ojos se enfocaron en sus padres a la distancia justa para hacer que se les iluminara el rostro mientras ellos le sonreían y le hablaban. Al nacer reconoció la voz de su madre y le resultó muy tranquilizadora. Además, usted llegó al mundo con un talento increíble. Sin haber visto nunca su propio rostro, usted era capaz de copiar los gestos del rostro de sus padres. Por ejemplo, si su padre abría la boca o sacaba la lengua, usted sabía cómo hacer que su rostro lo imitara abriendo la boca o sacando la lengua también.