Nathaniel Branden (Ontario, Canadá, 09-04-1930 Los Ángeles, California, EE. UU., 03-12-2014) fue un psicoterapeuta especialista en la psicología de la autoestima.
Doctorado en Psicología por la Universidad de California, Branden ha escrito más de 20 libros y estuvo vinculado a la corriente objetivista de Ayn Rand, filósofa con la que Branden colaboró estrechamente a lo largo de 18 años.
Aprender a aceptarse
Si la esencia de vivir conscientemente es el respeto por los hechos y la realidad, la autoaceptación es la prueba. Cuando los hechos que debemos afrontar tienen que ver con nosotros mismos, vivir conscientemente puede resultar muy difícil. Aquí es donde entra en juego el desafío de la autoaceptación.
La autoaceptación pide que enfoquemos nuestra experiencia con una actitud que haga irrelevantes los conceptos de aprobación o desaprobación: el deseo de ver, de saber, de conocer.
Ahora bien, aceptarnos a nosotros mismos no significa carecer del afán de cambiar, mejorar o evolucionar. Lo cierto es que la autoaceptación es la condición previa del cambio. Si aceptamos lo que sentimos y lo que somos en cualquier momento de nuestra existencia, podemos permitirnos ser conscientes de la naturaleza de nuestras elecciones y acciones, y nuestro desarrollo no se bloquea.
Comencemos por un ejemplo simple. Póngase frente a un espejo que abarque toda su figura y mírese la cara y el cuerpo. Preste atención a sus sentimientos mientras lo hace. Quizá algunas partes de lo que vea le gustarán más que otras. Si es usted como la mayoría de la gente, algunas partes de su cuerpo le resultarán más difíciles de mirar detenidamente, porque lo perturban o le disgustan. Tal vez vea en su rostro un dolor que no desea afrontar; tal vez exista algún aspecto de su cuerpo que le desagrada tanto que le cueste mucho mantener sus ojos fijos en él; tal vez vea indicios de su edad y no pueda soportar los pensamientos y emociones que esos indicios le despiertan. De modo que se siente impulsado a escapar —a huir de la conciencia— a rechazar, negar, olvidarse de ciertos aspectos de usted mismo.
Pero siga mirando su imagen en el espejo unos instantes más, e intente decirse a usted mismo: «Sean cuales fueren mis defectos o imperfecciones, me acepto a mí mismo sin reservas y por completo». Siga contemplándose, respire hondo, y repita esa frase una y otra vez durante uno o dos minutos, sin acelerar el proceso sino, más bien, permitiéndose experimentar plenamente el significado de sus palabras. Quizás se descubra protestando: «Pero hay algunas partes de mi cuerpo que no me gustan; ¿cómo puedo entonces aceptarlas sin reservas y por completo?». Recuerde: aceptar no significa necesariamente gustar; aceptar no significa que no podamos imaginar o desear cambios o mejoras. Significa experimentar, sin negación ni rechazo, que un hecho es un hecho; en este caso, significa aceptar que la cara y el cuerpo que ve en el espejo son su cara y su cuerpo, y que son como son. Si insiste, si se rinde a la realidad, si se rinde al conocimiento (que es lo que, en definitiva, significa «aceptar»), advertirá que ha comenzado a relajarse un poco, y tal vez se sienta más cómodo con usted mismo, y más real.
Aunque no le guste o no le cause placer todo lo que vea cuando se mire al espejo, aun podrá decir: «Ese soy yo, en este momento. Y no lo niego. Lo acepto». Eso es respeto por la realidad.
Practique este ejercicio durante dos minutos todas las mañanas, y al poco tiempo comenzará a experimentar la relación entre la autoaceptación y la autoestima: una mente que honra a la vista se honra a sí misma.
Y también hará otro descubrimiento importante: no sólo mantendrá una relación más armoniosa consigo mismo, no sólo desarrollará su autoconfianza y su autorrespeto, sino que, si existen aspectos de su sí-mismo que no le gustan y tiene posibilidades de cambiar, se hallará más animado para realizar esos cambios, una vez que haya aceptado los hechos tal como son ahora. No nos sentimos inclinados a cambiar aquellas cosas cuya realidad negamos.
Nuestra autoestima no depende de nuestro atractivo físico, como imaginan algunos con ingenuidad. Pero nuestra voluntad o falta de voluntad para vernos y aceptarnos sí tiene consecuencias en nuestra autoestima. Nuestra actitud hacia la persona que vemos en el espejo es sólo un ejemplo dentro del tema de la autoaceptación. Consideremos algunos otros:
Supongamos que usted debe ofrecer una charla a un grupo de personas y tiene miedo. O que va a entrar en una fiesta en la que conoce a muy poca gente, y se siente inseguro o tímido. Se halla angustiado y trata de combatir su ansiedad como hace la mayoría: tensando el cuerpo, conteniendo la respiración y diciéndose «No tengas miedo» (o «No seas tímido»). Esta estrategia no funciona; en realidad, le hará sentir peor. Ahora su cuerpo envía a su cerebro las señales de una alerta de emergencia, las señales del peligro, a las cuales usted responderá típicamente «combatiendo» su inquietud de manera aun más feroz, con tensión, con privación de oxígeno, y quizá con irritación y autorreproches. Usted está en guerra consigo mismo, porque no sabe qué otra cosa hacer. Nadie le ha enseñado nunca, y usted nunca lo ha aprendido, que existe una estrategia alternativa mucho más eficaz. Se trata de la estrategia de la autoaceptación.
En ella, usted no combate la sensación de angustia, sino que se sumerge en ella, la acepta. Quizás usted se diga: «Hombre, tengo miedo», y luego respire larga, lenta, profundamente. Se concentra en una respiración suave y profunda, aunque al principio le cueste, y tal vez le resulte difícil durante unos minutos; usted persevera y observa su miedo, se convierte en testigo, sin identificarse con él, sin permitirle que lo defina «Si tengo miedo, tengo miedo… pero eso no es motivo para volverme inconsciente. Continuaré usando mis ojos. Continuaré viendo». Puede incluso “hablar” con su miedo, invitándolo a que le diga la peor cosa imaginable que pueda ocurrir, de modo que usted pueda afrontarla y también aceptarla (esta es una estrategia que tiende a apartarlo de fantasías autoatormentadoras e introducirlo en la realidad, mucho más benévola). Quizás se entere de cuándo y cómo comenzó ese miedo en usted. Quizás aprecie más profundamente que no tiene fundamento y que es, en realidad, una respuesta caduca, sin relevancia real en el presente. Al aceptarlo por completo, tal vez descubra que se libera del pasado en el presente. Quizás su miedo no desaparezca en todas las ocasiones (a veces lo hará, a veces sólo disminuirá), pero usted se sentirá relativamente más relajado y más libre de actuar con eficacia.
Siempre somos más fuertes cuando no tratamos de combatir la realidad. No podemos hacer desaparecer nuestro miedo gritándole, o gritándonos a nosotros mismos, o haciéndonos objeto de reproches. Sí en cambio podemos abrirnos a lo que experimentamos, permanecer conscientes y recordar que somos más grandes que cualquier emoción aislada, al menos empezaremos a trascender los sentimientos indeseables, y a menudo podremos eliminarlos, puesto que la aceptación plena y sincera tiende, con el tiempo, a hacer desaparecer los sentimientos negativos o indeseables como el dolor, la ira, la envidia o el miedo.
Si una persona tiene miedo, por lo general es Inútil aconsejarle que se «relaje», pues esa persona no sabe cómo traducir el consejo a conducta. Pero si se le dice que respire suave y profundamente, o que imagine cómo se sentiría si no tuviera que combatir el miedo, entonces se le está proponiendo algo «ejecutable», es decir, algo que la persona puede hacer. Esa persona debería pensar en abrirse para permitir que el miedo entre, darle incluso la bienvenida, intimar con él (o al menos observarlo sin llegar a identificarse con él) y por último proyectar lo peor que podría sucederle y afrontarlo. Por cierto, uno puede aprender a decir: «Siento miedo, y no puedo afrontar ese hecho, pero yo soy