Las conversaciones que figuran aquí bajo los títulos “Islas secretas”, “Soy simplemente el que soy”, “La pesadilla, ese tigre entre los sueños” y “Yo siempre sentí el temor de los espejos” corresponden a conferencias que Borges brindó en la Universidad de Indiana, Bloomington, en el año 1980, gracias al auspicio de la Fundación William T. Patten.
La conversación que figura bajo el título “Al despertar” fue publicada originariamente bajo el título “Thirteen Questions: A Dialogue with Jorge Luis Borges” (“Trece preguntas: un diálogo con Jorge Luis Borges”) en el Chicago Review y se reproduce aquí con ligeras correcciones con la debida autorización de esa revista.
Partes del “Show de Dick Cavett” del 5 de mayo de 1980 conforman la conversación que figura con el título “Sobrevino como un lento crepúsculo de verano”, publicada con autorización de Daphne Productions.
Las fotografías de Borges fueron tomadas por Willis Barnstone en Buenos Aires, en los años 1976 y 1977.
La publicación de este libro implica un regreso de estas conversaciones al idioma de Borges. Por ese motivo, la labor de traducción no consistió meramente en trasladar al castellano las palabras que el escritor dijo en inglés, sino en buscar las palabras y frases que Borges solía emplear en castellano para expresar las mismas ideas.
Prólogo
Este libro recoge el conjunto de diálogos con Borges que tuvieron lugar en los Estados Unidos en los años 1976 y 1980. En 1976 Borges viajó al campus de la Universidad de Indiana, Bloomington, para participar en una serie de conversaciones sobre su obra. Años más tarde, en la primavera septentrional de 1980, regresó a esa casa de estudios y permaneció allí un mes entero, gracias al auspicio de la Fundación William T. Patten, el Departamento de Español y Portugués, el Departamento de Literatura Comparada y la Oficina de Asuntos Latinoamericanos de esa universidad. Borges se trasladó luego a la Costa Este de los Estados Unidos. En la Universidad de Chicago fue recibido por una audiencia expectante y numerosa. John Coleman y Alistair Reid lo entrevistaron en el PEN Club de Nueva York. Asistió asimismo como invitado al “Show de Dick Cavett”. En la Universidad de Columbia sus palabras conmovieron a un público vasto y atento. Allí afirmó: “Toda multitud es una ilusión [...] Estoy hablando con cada uno de ustedes personalmente”. Luego partió hacia Cambridge, Massachusetts, donde participó en un diálogo organizado por la Universidad de Boston, la Universidad de Harvard y el Massachusetts Institute of Technology (M.I.T.).
Como notará el lector, varias de estas universidades se cuentan entre las más prestigiosas de los Estados Unidos. En esos ámbitos, Borges dialogó con estudiantes y profesores de literatura, varios de sus traductores y críticos, e investigadores dedicados a analizar su obra. Resulta difícil imaginar una audiencia más propicia, y esto se refleja en la conversación, a la vez afable y erudita. Resulta claro, a lo largo de estas páginas, que Borges agradecía estos encuentros y se encontraba sumamente cómodo y a gusto en ese contexto académico. Recordemos que para ese entonces, el autor de El Aleph sobrellevaba ya su ceguera hacía décadas. Y sin embargo, para describir cómo se siente en el auditorio de la Universidad de Chicago, Borges afirma:
Percibo la amistad, percibo una sensación muy real de bienvenida. Me siento querido por la gente, siento todo eso. No percibo lo circunstancial sino lo esencial, profundamente. No sé cómo lo hago, pero estoy seguro de que mi percepción es correcta.
En efecto, el público demuestra, en cada caso su curiosidad e interés por conocer mejor a Borges, sus fuentes literarias, su país natal, su genealogía y su pasado, y también sus futuros proyectos literarios. A diferencia de tantas entrevistas radiales y televisivas, nadie interrumpe aquí a Borges, que se extiende todo lo necesario en cada respuesta. Todos escuchan atentamente y la admiración por el escritor argentino se siente en cada pregunta. A tal grado que el mismo Borges recurre con frecuencia a su agudo sentido del humor para mitigar esa reverencia y propiciar un registro más informal. El diálogo fluye con espontaneidad: “Aquí estamos entre amigos”, afirma Borges. Y eso lo habilita, al parecer, a cruzar un límite infranqueable: en varios de esto diálogos procede a revelar los mecanismos de creación de sus obras, algo a lo que en otras oportunidades se muestra sumamente renuente. En el PEN Club de Nueva York revela aspectos desconocidos de su célebre cuento “El sur” y agrega, riendo: “Pero [todo esto] es estrictamente confidencial [así que] no se lo digan a nadie, ¿eh?”. En otra conversación revela que su poema “Fragmento” —cuya fuente más obvia es el antiguo poema anglosajón llamado Beowulf —, está basado, en realidad, en una rima infantil inglesa, que acaso leyó —o escuchó de su abuela inglesa— durante su más tierna infancia. En la Universidad de Chicago, explica cómo su madre colaboró con él para ayudarlo a terminar su cuento “La intrusa”, brindándole las palabras finales del protagonista. De ese modo, aclara Borges, “por un instante [mi madre] se convirtió […] en uno de los personajes del cuento”.
A lo largo de todos estos diálogos resaltan también la timidez y la desconcertante modestia del autor de Ficciones . En la Universidad de Indiana, Borges declara: “Pienso que la gente ha exagerado mi importancia. Yo no creo que mi obra tenga tanto interés”. Y luego agrega: “Debo decirles a todos ustedes que les agradezco que me tomen en serio. Es algo que yo no hago jamás”. Esta actitud, que en otra persona podría parecer mera afectación, era en Borges frecuente y totalmente franca. Y es que no solo hacía estos comentarios en público. Varios de sus amigos y familiares las escuchaban con frecuencia. Alicia Jurado solía recordar que una vez acompañó a Borges a cruzar la Plaza San Martín, mucha gente se acercaba para felicitarlo y ponderar sus textos. Borges, algo avergonzado y abrumado, agradecía una y otra vez sin decir nada. Pero al llegar a la avenida se puso serio y le aclaró a Alicia: “Por favor, no vayas a creer lo que dice toda esta gente. Son todos ellos actores, contratados por mí. Creo que exageran, pero de todos modos hacen bien su trabajo, ¿no te parece?”. Otra testigo directa de estas situaciones fue su madre, Leonor Acevedo, quien con frecuencia lo acompañaba en sus viajes. Al finalizar cada homenaje en el extranjero, Borges se volvía hacia ella y le susurraba perplejo: “Caramba, madre, ¡me toman en serio!”. Para terminar, vale también aquí recordar aquella ocasión en la que Borges se encontraba firmando ejemplares en una librería del centro de Buenos Aires. Un lector se le acercó con un ejemplar de Ficciones y le espetó: “¡Maestro! ¡Usted es inmortal!”. A lo que Borges respondió: “Bueno, joven, ¡vamos!… ¡No hay por qué ser tan pesimista!”.
Volviendo ya a un plano más académico, muchas de estas conversaciones giran en torno de los intereses centrales de Borges: los límites entre la realidad y la imaginación, las pesadillas, los sueños, el “otro” y el doble, el heroísmo de sus antepasados militares, la cábala, el inglés antiguo, la memoria y el tiempo. Autores norteamericanos como Robert Frost, Edgar Allan Poe, Emily Dickinson y Walt Whitman reciben, como es de esperar, una atención destacada. A la vez, y muy curiosamente, el hecho de hallarse en los Estados Unidos lleva a Borges a explicar distintos aspectos de su país que para un público argentino resultarían redundantes. Estas conversaciones contienen, por lo tanto y aunque resulte paradójico, más opiniones de Borges sobre la Argentina que las que figuran en otros diálogos que mantuvo con sus compatriotas. Pero la erudición de Borges no respeta fronteras, de manera que para recorrer todos estos temas y autores, el escritor tiende una red que abarca todo el orbe: la Islandia medieval, el viejo Buenos Aires, las literaturas de China, la India y Japón, la Inglaterra sajona, y varios de sus autores favoritos: Stevenson, Chesterton y Kipling, entre otros.