¡CON GOLPES NO!
¡Con golpes no!
Disciplina efectiva y amorosa para criar hijos sanos (de preescolar a la adolescencia)
Primera edición digital: julio, 2015
D. R. © 2015, Martha Alicia Chávez
D. R. © 2015, derechos de edición mundiales en lengua castellana:
Penguin Random House Grupo Editorial, S.A. de C.V.
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ISBN 978-607-313-220-6
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Conversión eBook: eGIANTS, Pre-Impresión y Edición Digital
Índice
Para mis amados padres Pedro y Margarita.
¡Gracias por criarme sin golpes!
Para Sol, Priscila, Eiry, Alex, Luis y César.
Con mi amor y gratitud
por ofrecerme sus historias para enriquecer este libro
INTRODUCCIÓN
¿Por qué estoy tan interesada en que los padres críen sin golpes a sus hijos? ¿Tanto como para escribir este libro?
Porque mi amor por los niños que no pueden defenderse y mi compasión por su impotencia que los hace tan vulnerables, me ha “obligado” a convertirme en su “vocera”, en la mensajera que por medio de los libros habla por ellos en voz alta: Mamá, papá... ¡basta ya!
Porque en mi práctica profesional como psicoterapeuta, en innumerables ocasiones he trabajado con los profundos daños en el corazón, en la autoestima y, por ende, en todos los aspectos de la vida de quienes fueron niños golpeados.
Porque golpear a un niño es un abuso, y en el abuso infantil todos sufren: los hijos y, sin duda, también los padres. Nada se gana y mucho se pierde.
Porque por cada niño que deje de ser golpeado tendremos muchas más probabilidades de verlo convertirse en un adulto bueno, sano y feliz.
¿No valdrá, pues, la pena encontrar otros caminos? ¿No valdrá el esfuerzo aprender otras formas de crianza que produzcan hijos sanos y felices y, con ello, padres sin culpa que duermen en paz?
En un viaje a Tailandia, un clarividente que jamás había visto, que no sabía nada de mí, ni siquiera mi nombre, me dijo que me veía rodeada de niños.
—¿Eres maestra? —preguntó.
Ante mi respuesta negativa mostró asombro. Guardó silencio unos momentos y continuó:
—Qué extraño, es que te veo rodeada de niños... ¡miles de niños!
—Me dedico a escribir libros —le informé y le conté un poco sobre los temas de éstos.
—¡Claro! Son los hijos de los padres que leen tus libros, a quienes de alguna forma los inspiran para hacer cambios saludables y, con ello, algo se transforma también en las vidas y los destinos de esos niños. ¡Por supuesto que eso es! —respondió con el júbilo que se siente cuando algo cobra sentido y se acomoda en su lugar.
“Vocera de los niños...” Esta decisión no autodecidida, esta asignación no autoasignada —pero sí absolutamente aceptada— provoca que se crucen en mi camino las personas y sus historias, que me indican los temas sobre los cuales he de hablar... o, mejor dicho, escribir.
Así presencié la escena de María: dando manotazos a su bebé de diez meses y a su niño de cuatro años. El bebé con las piernas rojas y el llanto a todo lo que daba; el de cuatro con los brazos cruzados y apretados, igual que su mandíbula y sus labios, conteniendo la rabia y el dolor que no quería dejar salir. Me acerqué a María para pedirle que dejara de golpearlos; cuando llegué a su lado ya se había detenido, y vi en sus ojos un lacerante dolor por lo que acababa de hacer, y una profunda incertidumbre. Y como saliendo del horizonte a la velocidad de la luz, se posó frente a mí la imagen de este libro: ¡CON GOLPES NO!, y con ella, la certeza de que debía escribirlo.
Con golpes no... ¿Entonces cómo?
Con las diversas y bien probadas técnicas que te ofrezco en este libro podrás aplicar técnicas efectivas y acordes con los procesos naturales del aprendizaje y el cambio en la crianza de tus hijos desde edad preescolar hasta adolescentes. Con ellas podrás corregir sus conductas indeseables y ayudarles a forjar un carácter sano y fuerte que les servirá para el resto de su vida.
Escribir este libro es mi forma de pedir a los padres que no golpeen a sus hijos. Sin embargo, no pediría dejar de hacer algo, sin ofrecer a cambio una propuesta que lo sustituya. Dar y recibir... Recibir y dar... Por ello te ofrezco herramientas realmente eficaces para criarlos; sin tu culpa, sin su miedo, sin la rabia y el dolor que los calcina a ambos. Pero no sólo eso, sino que además te ofreceré algunas prácticas profundas, hermosas y sanadoras, para que puedas curar las heridas de tu propio niño interior enojado y dolido, que te llevan a que ahora golpees a tus hijos. ¿Qué te parece? ¿Hacemos el trato?
CAPÍTULO 1
¿POR QUÉ CON GOLPES NO?
¿Y por qué sí?
Los defensores de educar con golpes me responderían algo como:
“La mejor forma de corregir las malas conductas es con los golpes”. O:
“A mí también me pegaban y salí bien“. O quizá:
“Yo les pegué a mis hijos y son buenos muchachos”.
Por increíble que parezca, y aun con los innumerables estudios que demuestran lo contrario, abundan quienes están convencidos de que los golpes deben formar parte de la crianza de un niño y que al pegarles, con frecuencia o de vez en cuando, no pasa nada.
Siendo honestos, no necesitamos estudios ni investigaciones que nos demuestren que eso de que “no pasa nada” no es verdad. Basta con hablar con los niños respecto a qué sienten cuando se les golpea (aunque sea de vez en cuando); basta con escuchar lo que tienen que decir los adultos que fueron niños golpeados.
La premisa de que no hay consecuencias está por verse. Si analizamos honestamente, advertiremos que sí las hay. Un amigo me contó que cuando era niño su mamá le pegaba como método para corregir sus “malas conductas”. “Y mira… —me dijo— yo creo que no hubo ninguna consecuencia en mi vida. ¿O tú qué opinas?”
Cuando me piden mi opinión, ¡la doy! Y a mi amigo le hice ver cómo desarrolló un miedo a desobedecer a las mujeres, o, dicho en otro sentido, una tendencia a obedecerlas. Por ejemplo, cuando era muy joven —dieciocho o diecinueve años—, su novia le dijo que se casaran. Él no estaba tan enamorado ni deseaba casarse todavía, pero cedió a la “orden” de la chica y contrajo matrimonio, el cual terminó en menos de un año cuando ella decidió que se divorciaran. A sus treinta y tantos, cierta amiga con la que empezaba a salir le dijo que ya se quería casar y él era el hombre con el que le gustaría hacerlo. De nuevo él obedeció y dijo que sí, aun cuando no estaba seguro de quererse casar con ella. En un viaje que hicieron antes de la boda, su novia cambió de opinión y le dijo que mejor no. Él aceptó y hasta se sintió liberado. Pero al siguiente día la mujer dijo que mejor sí y, ¡claro!, él obedeció y se casaron.