INTRODUCCIÓN
Cuando yo tenía cuatro años (téngase en cuenta que fue hace 43), una compañerita de escuela me dijo en secreto que cuando las mujeres crecíamos, cada mes nos salía sangre por el ombligo. Otra me dijo que su papá había pescado una enfermedad cuando abrió la ventana del avión en el cual viajaba. Una más me contó que en las vacaciones de verano había ido a Europa en camión y otra me dijo que la Luna era de queso… y yo les creí.
Luego crecí y conocí la verdad: que las mujeres no menstruamos por el ombligo, que las ventanas de los aviones no se pueden abrir, que es imposible ir de América a Europa en camión (a menos que éste vaya dentro de un trasatlántico) y que la Luna no es de queso. Cuando adolescente, muchos adultos me dijeron que todos los hombres son infieles, que las “buenas mujeres” no debemos disfrutar nuestra sexualidad y que el dinero echa a perder a la gente… y yo les creí.
Cuando conocí la verdad, supe que muchos hombres son infieles (y mujeres también) pero muchísimos no, que las “buenas mujeres” podemos disfrutar intensamente nuestra sexualidad y que el dinero puede ser una sublime y luminosa bendición en la vida. Y crecí más y más (si bien no de estatura sino del alma, del corazón y de la mente) y descubrí —aunque no soy la primera ni la única que lo ha hecho— que las personas mentimos a otras, pero más quizá a nosotros. Que, aunque en general todo esto es inconsciente, distorsionamos los hechos, negamos nuestros sentimientos, ocultamos nuestros motivos y nos diseñamos máscaras para esconderlos detrás.
Descubrí también que, aunque esas mentiras enferman y causan desasosiego, las inventamos no porque seamos malos, sino porque tenemos miedo… mucho miedo a ser rechazados, criticados y abandonados, porque creemos que, al ser lo que somos, al sentir lo que sentimos y al desear lo que deseamos, seremos indignos de amor.
Comprendí también y me convencí de que una condición para crecer, sanar y vivir en paz es dejar a un lado el autoengaño y volvernos genuinos y honestos con nosotros. La honestidad con los demás vendrá por añadidura; pero el paso más trascendente, liberador e importante que he dado en este sentido fue cuando decidí comprometerme con la vida a dejar de autoengañarme y reconocer la verdad detrás de mis acciones, mis elecciones, mis motivos, mis palabras y mis sentimientos. Y al ver esta verdad sagrada —aunque no siempre me gusta lo que veo—, mis miedos sanan y mis desasosiegos se aquietan.
Al comprobar en mí el impresionante poder liberador y sanador que tiene reconocer la verdad detrás de lo que hago y digo, así como las verdaderas intenciones y motivos de mis actos, me he convertido en una especie de propagadora, profundamente interesada en mostrar a otros las enormes recompensas traducidas en paz y libertad interior, que trae consigo decidir ser valientes para reconocer la verdad. Cuantos más años pasan y más personas acompaño por medio de mi trabajo profesional, más me convenzo de ello.
Aunque veo con tristeza que pocas personas son valientes para reconocer esa verdad, me alegra saber que al haberte interesado en leer este libro, tú eres una de ellas. Éste es un libro sobre autenticidad y una invitación a vivenciarla y comprobar su poder sanador.
De la verdad se dice que no es absoluta, sino relativa, que cada quien tiene la suya. ¡De acuerdo!, pero a la que me refiero en este libro no es a ésa que cambia según como la interpreta quien la percibe, sino a la que es.
La verdad es una fuerza poderosa que abre, que rompe, que reconstruye y sana y que ¡siempre!, tarde o temprano, surge a la superficie, tan clara y poderosa como es. Se me antoja compararla con los cadáveres que arrojan al río o al mar en un intento por ocultar el crimen “para siempre”, pero que tarde o temprano salen a la superficie a contar su historia. Así es la verdad… siempre sale a la superficie y se nos muestra cara a cara, una y otra vez, hasta que decidamos verla y aceptarla. Su poderosa fuerza no ceja, ni mengua, hagamos lo que hagamos y tardemos lo que tardemos en reconocerla.
Permíteme ahora invitar a los “grandes” a que ocupen este espacio para ayudarnos a comprender mejor esto:
La verdad que hace al hombre libre es, la mayoría de las veces, la verdad que el hombre prefiere no ver.
H ERBERT A GAR
Presta atención a cada repulsión involuntaria que surge en tu mente: es la superficie de una verdad central.
R ALPH W ALDO E MERSON
No deberíamos sentimos ofendidos cuando la gente nos oculta la verdad, si con tanta frecuencia nos la ocultamos a nosotros.
L A R OCHEFOUCAULD
Nos parecemos mucho a Pilatos. Siempre estamos preguntando ¿cuál es la verdad? Y luego crucificamos la verdad que se posa frente a nuestros ojos.
T HOMAS M ERTON
Todas las verdades reprimidas se vuelven venenosas.
F RIEDRICH N IETZSCHE
Tal es la irresistible naturaleza de la verdad, que todo lo que ella pide y todo lo que ella quiere es la libertad de mostrarse.
T HOMAS P AINE
La verdad, para la abrumadora mayoría de los seres humanos, no se diferencia de un dolor de cabeza.
H. L. M ENCKEN
La verdad toca a la puerta y tú le dices: “Vete de aquí, estoy buscando la verdad”. Y entonces ella se aleja, desconcertada.
R OBERT M. P IRSIG
La verdad nunca llega envuelta con delicadeza.
T HOMAS P OWERS
La verdad duele, pero sólo cuando tiene por qué doler.
D ICHO A MERICANO
La verdad os hará libres.
J ESUCRISTO
Confirmado sea, pues…. el autoengaño enferma, mientras que la verdad sana y libera. Reconocido sea, pues… Yo me autoengaño, tú te autoengañas y, aun así, seguimos siendo maravillosos seres humanos.
Por favor, no te sientas culpable o despreciable al reconocer que de muchas formas te autoengañas y al ver las verdades que te serán reveladas cuando decidas dejar de hacerlo. Conocerás tus monstruos interiores y también tus ángeles, tu oscuridad y tu luz, porque detrás de lo que hacemos, decimos o elegimos hay con frecuencia motivos oscuros y enfermos, pero también sublimes y luminosos. Lo que hace la principal diferencia entre un ser humano sano y maduro y uno inmaduro y enfermo es la disposición a reconocer ambos.
Carl R. Rogers llama colapso psicológico a esa especie de shock cargado de ansiedad, que experimenta una persona cuando descubre una verdad sobre sí misma, de la cual no se había dado cuenta hasta entonces. Es decir, la persona tiene determinado concepto de sí misma y alguna situación que le sucede le muestra áreas de su persona que creía no tener, o la hace reaccionar y comportarse de una manera en la que creía que no era capaz.
Cuando se experimenta un colapso psicológico (el cual es un maravilloso aunque con frecuencia incómodo medio para crecer y conocernos mejor), hay un momento clave en el cual, digámoslo así, la persona tendrá que elegir entre dos alternativas: reconocer esa verdad que se le ha atravesado por enfrente, o levantar más defensas para “reacomodar” las cosas y seguir manteniendo su misma imagen y autoconcepto. La primera alternativa sana, mientras que la segunda enferma y quita la paz.
Cuando una persona elige negar la verdad sobre sí misma, que la vida le muestra, descalificará la fuente de donde ésta proviene (ya sea un terapeuta, un libro, un amigo o cualquiera otra), culpará a otros por lo sucedido y hará lo que sea necesario para mantener las cosas como estaban.